**~Novela Corta - La Luz al Filo de la Espada - Parte III~**

Zoraya M. Rodríguez

Cuando el tiempo se escurre como agua en la vasija, y se vá muy a prisa. Así, fue ese momento tan duro, y cruel como toda aquella sangre que se derramó en el suelo en aquel atrio. El manco Virgilio nunca sospechó que habría de ser herido tan vil y, más aún, que se le amputara la mano derecha. Siempre con un pulso a cien latidos, si sólo él, tomaba la espada de tal manera que no se pudiera ni cortar una pequeña herida en sus manos ni en su cuerpo, pero, qué pasó allí, después que él tomó la lanza en sus manos, la luz al filo de la espada en vano fue esa luz y todo porque el sol a través de aquella ventana, él, el Virgilio no supo descifrar bien su acometido. ¿Lo habrá cegado con la luz del sol, o fue una locura en demostrar su fiel presencia en tomar a la espada de tal manera que ni siquiera se podía cortar nada en el cuerpo?. Y era él, el Virgilio, el que quiso ser como los héroes y sí que lo fue para aquella familia. Que al fin y al cabo, se le otorga la más cruel osadía de venerar en su casa a la espada de más honor y gloria por aquel peligroso instante en que se debatía la vida en aquel lugar tan pernicioso. Y cruzó los estándares de la vida misma, cuando se llenó de gloria y realidad lo que se debió de guardar en la memoria cruda de un futuro incierto. Cuando se elaboró esa espada, él Virgilio, la había hecho con fuerzas y con empuñadura fuerte y con un filo muy cortante. El marins número uno de la década del ‘30, fue envejeciendo y así tomó la decisión de retirarse con honores de la milicia. Cayó en depresiones, pero, nunca se dejó abatir. Suspiró un instante en que se creyó un héroe anónimo. Cuando ayudó a muchos jóvenes a ingresar a las fuerzas militares, teniendo una basta experiencia incorporando el aprendizaje de Virgilio en las calles. Y se automatizó la espera cuando eĺ Virgilio quiso dar y demostrar su ímpetu ofreciendo clases de cómo las lanzas hieren a muerte. Se encrudece más la manera de amar, cuando se llenó de osadía la manera más cruel de sobrevivir en aquel instante. Cuando se debatió una manera de ver y de creer que el cielo se llena de una tormenta casi pasajera, pero, indeleble. Fue intranquilo el momento, el grito en mi garganta fue como pertenecer en un suburbio y caer desde el cielo, fue como perpetrar una osada atracción de una punzante y filosa espada en mi mano derecha, fue como atraer el cometido de ver en el cielo el sol, entrando por aquella ventana, cuando fue un ¡zás!, y cortó oblicuamente mi mano derecha, fue como ver en el cielo la misma tempestad, fue como abrir los ojos y decir que el cielo es como perder el mismo sinónimo del dolor en la misma piel. Fue como abrir el cielo en tormenta, fue como sentir el deseo de amar por primera vez, ver esa sangre virginal que cayó como gota entre aquellas sábanas curtidas por esa misma luz del mismo sol. Fue como abrir en surcos la tierra, y decir que estás en el huerto como todo un cálido beso en la mejilla y saber que estás en el alma, buscando un frío en el cuerpo y saber que estás casi inerte o casi inocuo cuando es tan aciaga la vida y ser moribundo ante el tiempo, ante la vida, ante el mismo sol y más ante aquel filo de la espada, cuando fue la luz al filo de la espada. Cuando ocurre el mismo instante en que ocurre el ademán tan frío de ver en el cielo una luz que indica tormento es como ver el rayo caer antes del trueno. fue como ver en el cielo ese sol oscuro cuando los ojos ven a plena oscura la misma sensación de ver en el cielo un amarca sin luz, cuando esa luz yá se fue de la manera de ver la atracción de percibir el momento casi irreal, pero, tan verdadero como lo fue amar sí, amar  a la vírgen que llega con su atuendo ajuar hacia su galán. Cuando se siente en el alma una manera de sentir lo que encrudece en el tiempo. Cuando se siente el suave murmullo de sentir en el alma sangre, muerte y luz. Una luz por donde se pasea el amor, en cada instante dentro de la manera de ver el mismo cielo pasar como ver las nubes de eterno color gris. Cuando sólo calló el amor en camisas de color blanco, cuando quiso ser como la misma sangre, de color rojo, como el color del carmín de la mujer que amaba. Cuando se electrizó la forma de amar más y más, cuando logré llegar a derribar lo que se cree en el alma, si fue como el alma sin luz, apagada, callada, inerte y con un instante en que el sol se dió como pasaje de la vida misma, pero, amé, sí, como un desierto mágico como el sol mismo que dió la luz en ese cielo, pero, logré hallar lo que nunca dió una muerte tan inestable como lo fue debatir la vida entre la vida y la muerte a la vida. Cuando se dió lo inseguro de amar lo que más ocurrió en el alma viva. Pues, en el alma se dió una desventura como la locura de entretejer lo que se dió más y más, un dolor tan seguro y que olía a muerte tan segura, como poder haber estado al filo de esa espada como la luz al filo de la espada. Cuando fue tan aciaga la vida y triste el momento cuando cayó la espada hiriendo a mi mano derecha y cortando a muerte la vida misma. Cuando se fue del mar una traviesa ola que destruyó todo en mi cuerpo ahogando a mi vida de un sólo golpe. Y se fue mi vida por donde se vá el atardecer y llega la noche, sí, en ese ocaso tan escaso lleno de flavo color. Cuando logré destruir el cielo en mi mirada, pues, la manera de ver el cielo caí en torrente aguacero. Dentro del mismo mundo, sí, y era yo, Virgilio, el que amó intensamente, cuando ocurrió el desastre en vivir y amar lo que más entreteje ese mismo desastre de amar lo que más quise a mi amor virgen como el mar llegó a mi boca, esa sal de su boca y de sus eternos labios. Cuando sólo quise ver el cielo en mismo color de azul celeste. Cuando sólo subyuga en el tiempo una osada y vil perplejidad cuando en el alma se debate una espera de amar lo que quiso el tiempo. Cuando en el alma se entreteje una calma como la espera de esperar lo que acompàña al vino, el pan. Cuando se cree que en el silencio se abre como la paz que amedrenta a ser muerte y desolación. Cuando se da como el silbido de un nuevo aire en los labios llamando a alguien. Cuando se dió el comienzo de amar a una mujer vírgen, cayó en derredor mi sangre como lo más vil de la tormenta y de amar lo que creció en el alma llena de temor y horror dentro del mismo pasaje de vivir y no de morir. Cuando se siente el calor dentro del mismo frío. Fue como cerrar el tiempo en cada ilusión, de cada temor y en cada abrir y cerrar de ojos. Cuando fue que el instante se dió como la magia de un nuevo instante y sin poder morir en aquel intento. Se electrizó el final de ver en el suelo mi cuerpo y una plétora de sangre en el mismo suelo. Cuando se dió en el alma una desventura de saber que en el tiempo se cuece de calores extremos, cuando se abre el silencio, en cada suspiro. Cuando se siente el frío como la nieve que cae desde el mismo cielo. Fue como poder desear lo que ocurrió allí mismo en aquel limpio y decente atrio. Que se cree cuando llega el temor a ser tan claro como la misma agua. Cuando se dió el más vil de los instantes, de creer en el mismo ámbito de ver en el suelo aquella misma sangre que corría por mis venas y que ahora en ese mismo instante caía desde mi mano derecha, cuando se dió el más hábil de los momentos, pero, para aquella espada del mismo color con la luz al filo de la espada, pero, era yo, Virgilio, el que aún herido y con la mano derecha en un hilo. Se sintió en el alma una osada atracción de ver el cielo de gris, y de atormentar lo que más se creyó y se sintió. Cuando se sabe que el delirio se enfría como el hielo y como la más vil tormenta. Cuando se siente en el alma por una vez, el mismo frío o el mismo calor de sentir en el alma esa luz que encierra el alma, como la luz al filo de la espada. Cuando se siente la luz en el alma, es como ver el pasaje de vivir en el cielo o poder morir en el acto. Cuando se dió lo que más se siente en el alma, cuando se siente el coraje de percibir el instante en que se ama más y más. Pero, ¿era sólo sangre?, pues, no, fue mi mano derecha, cuando casi pierdo un brazo. Fue entonces, cuando el grito llegó a los cielos, pues, sentí sólo dolor muy fuerte, es como si te estremeciera y caerías al universo volando, sólo volando, fue aterrador el instante cuando se electrizó el combate de seguir hacia adelante y sin mi mano derecha. Fue tan doloroso, fue como abrir en cortadura en una sola locura e herir tu cuerpo como si fuera una herida muy profunda, como si fuera un frío en la misma piel. 

 

Continuará……………………...…………………………………………………………..          

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 4 de noviembre de 2019 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 45
  • Usuario favorito de este poema: Rous B.
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