"Atrapados en la monotonía"

Omar_Cruz1998

Son las nueve y media, el reloj se detuvo en ese momento, en aquella comunidad, por dos días y por dos noches.

 

Nuevamente amaneció en el pueblo, parecía un día normal, como suelen ser los demás. Pero, más de alguno de los pobladores, no pasó desapercibido el hecho de que los gallos, empezaron a cantar con una hora de retardo el día de hoy.

 

Uno que otro vecino - dijo - pobres gallos, a lo mejor y se quedaron sin baterías, algunos de los que a su alrededor estaban reían, y otros simplemente fruncian el ceño, porque no les parecía tan gracioso, el intento de chiste que se había hecho.

 

En la plaza del pueblo, como es costumbre, se reunían a dialogar de la cosa política, los todológos, eran los más señores de la comunidad, en su mayoría maestros jubilados, y uno que otro jornalero que fue explotado hasta lo último, en la finca bananera o en la minera, cada uno de ellos tenía un radio de baterías, y sintonizaban la emisora de su preferencia.

 

Claro que no faltaba, por parte de los patriarcas del pueblo, el análisis empírico de la noticia, cada cual asumía su posición, uno que otro era conservador y fiel defensor del "Cariato" hasta la muerte, y por la izquierda aparecían "Los Rojillos" ñangaras de pura cepa, pro guerrilla y levantamiento armado. Ambas partes discutían a su manera y no faltaban los oprobios y descalificativos, defendían sus posiciones hasta con la placa, ya que dientes, eran pocos los que tenían.

 

Medardo, un muchacho alto, de cabello rebelde, y nariz un tanto oculta, cruzaba por la plaza siempre que iba al colegio, y escuchaba las tertulias de los señores, pasaba con su bolsón y sus libros en la mano, un tanto retirado de ellos, aunque eso no le impedía desde lejos saludarlos. Más de alguno asentía el saludo, y otros lo ignoraban, ya que se rumoreaba que Medardo, estaba en un grupo político de izquierda radical, conocido en el pueblo como "Los hijos de Morazán" hasta ese entonces todo era supuestos, conjeturas, nada totalmente verídico, pues nadie había visto a tal grupo, en reuniones, o mítines de carácter político.

 

Don Angel, un anciano blanco y decrépito, un tanto regordete, bajo de estatura, era uno de los mercaderes más importantes del pueblo, iba a reunirse con los señores en la plaza, - decía - a ese muchacho Medardo, hay que tenerlo entre ceja y ceja, no vaya ser que se le ocurra armar a los muchachos del pueblo y quiera llevarlos a militar en la guerrilla, o cualquier otro movimiento de insurrectos, que esté activo en el país.

 

La platica sobre Medardo acababa, cuando él desaparecía entre los arbustos, que estaban al final de la plaza, y que dirigían hacia el colegio público, ahí él cruzaba el último año de bachillerato.

 

Cuando caía la tarde los "politólogos empíricos" iban desapareciendo uno a uno, algunos se dispersaban hacia sus casas, otros se dirigían hacia el mercado, o, a buscar café.

 

Eran las seis de la noche y Medardo llegaba a casa de su jornada estudiantil, vivía sólo, ya que sus padres, habían sido víctimas del sistema, y les tocó migrar hacia otro país. Al llegar a casa, le tocaba ender leña, lavar su ropa, cocinar y hacer las tareas para estar al día. Después leía un poco algunos textos de escritores muy notables en la corriente literaria, conocida como "Realismo Mágico". Por la ventana, Medardo observaba que la luna estaba llena y oscura, ya eran las nueve y media, y su jornada por ahora había concluido.

 

La noche se fue volando, con la bandada de los últimos pájaros que pasaron por el pueblo, y cuando los pobladores despertaron, ya era de mañana, había sucedido el mismo fenómeno del día anterior, los gallos se volvieron a quedar dormidos, y empezaron a cantar tarde. Algunos de los ciudadanos empezaban a tener sus sospechas, sin embargo, no era para ellos, algo que alterara tanto la situación, otros hablaban de que los gallos, habían tenido problemas con su reloj biológico, y que, por tanto, había que hacerlos en sopa, y conseguir unos nuevos.

 

Y había gente como don Angel, que acusaban a Medardo de haber alzado a los gallos en revolución, y que seguramente, algo les había dado, para que no cantarán temprano ¡insurrectos! - decía - con ademanes de desprecio.

 

Pero las actividades en el pueblo no se podían detener, hoy, al igual que los demás días, había que trabajar arduamente, no había tanto chance como para investigar a profundidad, el asunto de los gallos.

 

Medardo volvió a pasar cerca de la plaza, en la cual no fallaban los patriarcas de "la política empírica" ahí estaban debatiendo por una ocasión más, pero esta vez el muchacho, no tuvo tanto tiempo para quedarse, pues se dirigía hacia el molino, y necesitaba llegar rápido, puesto que, la hora del colegio se acercaba. De camino, Medardo sentía como que la gente lo observaba un poco raro, no sabia porque y en más de alguna ocasión, tuvo ganas de preguntar, pero lentamente las ganas se le desvanecían. Ya estando en el lugar, sucedió lo mismo con el molinero, y la gente que haciendo la masa estaba, para Medardo fue raro, pero tenía cosas más importantes por resolver, como para estarse fijando, en las miradas que los otros le hacían, o dejaban de hacerle.

 

Uno que otro vecino, pensó en revisar el reloj, que estaba en el parque del pueblo, para ver si se podía hacer algo, y así, ya no tener que confiar, en los dichosos gallos para que los despertaran. Uno de ellos, era un hombre de estatura promedio, trigueño, con una frente desproporcionada, y una barba que empezaba a pintar en blanco, lo llamaban Marcos. Él llamó a Rodrigo para que le acompañara a platicar, con el alcalde municipal, y cuando iban de camino, hablaron largo y tendido sobre el asunto, Rodrigo - dijo - yo creo que estos gallos, están como hechizados compita, quizá alguien les hizo brujería, recuerde que acá en el pueblo, hay gente que es puerca y sabe de las artes oscuras. Marcos que atentamente escuchó a su compadre - le dijo - no lo creo, yo más bien pienso, que esto tiene que ver, con un fenómeno que va más allá de supersticiones. Y por cierto compita - le preguntó Marcos - a Rodrigo, ¿Cómo es que sabe usted de eso de las artes oscuras? Con una sonrisa un tanto llana y alevosa - le respondió - lo leí en un libro que se llama "Los brujos de Ilamatepeque".

 

Después de tanto estar platicando en el camino, ambos llegaron a la alcaldía y pasaron, había sesión de cabildo abierto, saludaron al alcalde, a los regidores y a uno que otro "paraca" que estaba en la corporación municipal, hubo debate y no faltó quién señalara al alcalde y a sus compinches por sus malas actuaciones administrativas, la cosa estaba acalorada, peor que en Choluteca, durante los días de la resurrección de Cristo. El alcalde tomó la palabra pues el asunto se le había ido de las manos al moderador, y él con su paladar exquisito en el lenguaje político fue calmando a las masas que ahí estaban agitadas. los pobladores después de todo se controlaron aunque no faltó uno que otro que desde su silla proponía ¡revolución ya! Y el alcalde muy fiel a sus valores y convicciones neoliberales - les decía - la violencia genera más violencia, no usemos ese lenguaje que sólo incita al odio y la división, es más, acá bajo este pabellón nacional, yo les prometo traer más inversión al pueblo, y don Angel el mercader, que también estaba en la reunión, sacaba su otro yo interno, apaga fuegos le apodaban, daba su discurso pro alcalde, pro inversión, pro desarrollo, pro vida, tenía un nato poder de convencimiento, y la mayoría de los pobladores, se terminaban de callar al escucharlo, aunque alguno le gritaba, usted es un pro, pero pro- pobreza, pero hasta ahí llegaba el altercado, luego de presenciar la sesión, Marcos y Rodrigo observaron que su reloj, ya marcaba las cinco de la tarde, y se retiraron. cada uno volvió a su casa.

 

En el hogar de Marcos vivían sólo hermanos, cuando llegó a casa, ya estaban todos ahí, comiendo y riendo, aunque él, aún tenía la espinita de que se le había olvidado hacer algo, la noche cayó nuevamente y Marcos empezó a redactar su oración antes de dormir, y por los barrotes de la ventana, el reflejo de la luna entraba, como si fueren rayos de luz o de esperanza.

 

La mañana encontró una vez más a los pobladores de aquella comunidad dormidos, el mismo fenómeno, los gallos empezaron a cantar tarde y está ocasión nadie lo había notado, o simplemente decidieron hacer caso omiso a la situación, con la excepción de Medardo, que había madrugado y venía bajando del cerro con su tercio de leña, cuando el imponente sol y los gallos comenzaron a cantar. Por su cabeza cruzaban suposiciones y conjeturas sobre lo que estaba pasando en el pueblo, cuando volvía recordaba el texto que la noche anterior había leído, era de un autor portugués y hablaba de algo como la ceguera. En ese momento no tenía tanta cabeza para recordar, pues el cansancio y el hambre podían más, pero el sólo hecho de recordar, que con cada paso que iba dando, el camino a casa se acortaba, le entraban más fuerzas y seguía adelante.

 

Aquella comunidad era de lo más sana, nunca habían ocurrido cosas tan raras, o al menos eso imaginaban ellos, y era por eso que don Angel el mercader, fue a ver al cura de la parroquia, para que tirara agua bendita por todo el pueblo. Se dirigió hacia la iglesia, que por cierto aún conservaba su estado colonial, ahí vio al sacerdote y al llegar - le dijo - su eminencia necesitamos la bendición del señor en el pueblo, al parecer cosas extrañas están pasando, y no sabemos que es, pero creemos, que es es algo, que debemos resolver juntos. Él párroco se sorprendió cuando le dio tal explicación, a lo que - respondió - Haber hijo mío, sino me explicas bien el asunto no te puedo ayudar, me decis que es algo, que debemos resolver juntos, pero que no sabes qué es. Y don Angel - respondió - es que verá padre es algo que se me olvidó y exactamente no recuerdo que es,- y se preguntaba- porque no puedo recordarlo. El sacerdote con amabilidad - le dijo - hijo mío, que te parece, si volves cuando te acordes, es que verás, por ahora estoy un tanto ocupado, con los informes que tengo que presentar, sobre la labor de la congregación. Y don Angel - dijo - así será padre, disculpe usted, pero hasta yo estoy sorprendido, porque se me ha olvidado lo que venía a decirle, pero de algo si estoy seguro, tenía que ver con ese muchacho Medardo, hay que tenerle cuidado padre, de seguro está planeando algo.

 

Medardo llegó al pueblo, entró a su casa junto con el aire que soplaba, y que en cierto modo, lo traía remolcado, pues él ya estaba dando lo último, el cansancio, el hambre y la sed lo habían atrapado.

 

La gente que estaba en la plaza, el mercado y en el parque, se habían reunido para hablar un poco, era como una especie de cabildo abierto, había una multitud muy importante, y al verlos desde lo lejos, Medardo se quedó sorprendido, pues el reloj marcaba las ocho de la noche, y, a esa hora, generalmente no hay reuniones, creyó que alguien había muerto, o que, posiblemente, el alcalde estaba dando la renuncia, es utópico pensar eso último - se dijo - en voz baja.

 

Los que encabezaban la reunión eran; don Angel el mercader, el alcalde y uno que otro de los patriarcas del pueblo, cada uno tenía un micrófono en la mano, y sólo el sacerdote tenía un megáfono, ya que no ajustaba micrófonos para tantos, pero el cura se sentía bien, creía que el aparato, era como las trompetas del Arcángel Gabriel, y se sentía con mucha más autoridad que la de costumbre.

 

La reunión al parecer tenía una hora de estar dándose, pero nadie había dado una sola palabra, el clima comenzó a cambiar, y el aire se tornó muy fresco, Medardo salió de su casa y se acercó al lugar, donde estaban aglomerados los pobladores, ahí vio a Marcos - y le preguntó - ¿De qué va la reunión? Y el hombre - respondió - aún no lo sabemos, tenemos una hora de estar por acá, y no sabemos por qué, pero creo que, sobre algo muy importante teníamos que hablar.

 

Medardo observó a su alrededor, y todos los que estaban en la reunión, se veían como semi autómatas, o somniferados, no preguntó nada más, empezó a sacar sus sugestiones, a recordar el texto que había leído, mientras una brisa bastante seca se le cruzó por su memoria, y por fin lo pudo recordar, pero antes de poder decirlo - pensó - un grupo de personas que se reúne y no sabe para qué, este pueblo definitivamente se está yendo al carajo - y prosiguió - diciendo, todos parecen estar, cómo con el síndrome de idiotas, menos yo.

 

En el escenario improvisado que habían montado, estaba tratando de moderar don Angel. Pero se dio un momento en el que la luz de un foco de mano, alumbró el rostro de Medardo y el señor empezó a decir, señores expositores; creo que algo de lo que venimos a decir y hacer, tiene que ver con ese muchacho que está por allá, en el lado izquierdo de ustedes. Pero don Angel no pudo decir más y los que estaban junto a él - le dijeron - ya déjese de cosas, y mejor, ponga a trabajar esas neuronas, que necesitamos recordar, el porque de estar acá reunidos.

 

Medardo observó su reloj, y vio que ya marcaba las nueve y quince, hace rato que tenía una frase atorada en el pecho, y la misma ya estaba como inquieta por salir. Se coló entre la multitud que era como un océano de carne y hueso, y por en medio de aquella marejada humana, empezó su camino hacia el escenario, sentía que le iba costar una vida, o quizá menos, unos cincuenta años, para poder atravesar aquella multitud aglomerada, pero despacio se iba colando, tardó diez minutos en llegar al escenario improvisado que tenían los líderes de la comunidad, y de un salto, semejante al de los tigres, se lanzó hacia el centro del lugar, después le arrebató el micrófono a don Angel, y eso fue como la venganza más genial que se había gestado, pues lo dejó sin hablar, ya que después de todo, era lo único, que aquel anciano decrépito hacia.

 

Medardo tomó el micrófono y en una voz muy alta, pero a la vez bastante seca, se dirigió a todos los que estaban al frente, que por cierto, tenían un semblante estupefacto al ver el comportamiento de un muchacho, tan derecho y respetuoso como lo era él.

 

Prosiguió - diciendo - señores y señoras presentes, en la actualidad el reloj marca las nueve y veinticinco, déjenme decirles, que todo lo que ha estado pasando en nuestro pueblo, no es más, que un hecho consumado por nosotros, y tiene que ver con la cotidianidad, con la que palpamos las cosas en nuestra vida diaria. ¿Y eso es todo lo que nos vas a decir? - dijo un señor - mientras los demás reían, pero estaban atentos a las palabras del muchacho. No, - prosiguió el jóven - diciéndoles: lo que deben saber, es que el hecho de que los gallos canten tarde, y esto haya sucedido durante dos días seguidos, y no lo recuerden, es porque estan atrapados - terminó diciendo - Medardo.

 

Otro señor, con una voz bastante metálica, que estaba cercano al escenario - dijo - ¿Atrapados en qué o qué y quién nos encerró? ¿De qué gallos hablas? decis puras boberias muchacho, ya es tarde para que vos estés despierto, seguro estás delirando - dijo el anciano -.

 

Y Medardo - le respondió - estamos encerrados en un lugar, al que nosotros mismos nos llevamos, estamos atrapados en la monotonía, vean atentamente su reloj - les dijo -. Y entregó el micrófono a don Angel, eran las nueve y treinta y Medardo se fue para su casa, la noche volvió a caer, y como era costumbre, estaba oscura, envolvente y espesa.

 

Nuevamente amaneció en el pueblo, parecía un día normal, como suelen ser los demás.

 

  • Autor: Octavio Leopoldo Novachrono (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 26 de septiembre de 2019 a las 00:57
  • Comentario del autor sobre el poema: La historia de un pueblo que terminó atrapado en algo tan sutil pero sensible, es una de las tantas historias que se cuentan en los pueblos esta América.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 60
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Comentarios1

  • Texi

    A mí me atrapó tu relato
    Super bien narrado
    Pero el final, me dejó de un aire
    Como que quedó inconcluso
    ¡Gracias por compartirlo!

    • Omar_Cruz1998

      Muchas gracias, de hecho ese es el objetivo del final, porque eso viene siendo la monotonía, algo que termina inconcluso por volverse a repetir...

      ¡Saludos!



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