La pusilanimidad de los peces

Joseponce1978

Resulta exasperante la falta de implicación que muestran los peces ante problemas que les incumben de manera directa. Cuando un barco pesquero lanza una red de arrastre y captura un banco de alevines, nunca aparece el pez sierra para cortar la malla de nylon y así liberarlos de una agonizante sobredosis de oxígeno. En estos casos, tampoco suele dar la cara el pez martillo. Capacitado para abollar la quilla del barco a martillazos, escurre el bulto y pareciera que goza al ser testigo de la inadmisible masacre, del pezicidio sin cortapisas. No se puede decir que sea por falta de arrojo, pues si algo les sobra son agallas, por consiguiente, estaríamos hablando de una omisión de socorro en toda regla. Quedan exentos de sentarse en el banco de los acusados porque carecen de conciencia o memoria y automáticamente son exculpados sin tener que rendir cuentas ante la ley. Además, ya bastante presión soportan por el hecho de verse obligados a vivir en una oscura profundidad, pero esto no quita para que su pasividad haga saltar todas las alarmas del ámbito submarino.

Otro claro ejemplo lo tenemos en el hundimiento de un navío de guerra. Cuando esto sucede en aguas internacionales, deberían unirse todas las especies para quejarse de la invasión de su espacio por la chatarra bélica, y sin embargo, muestran una inoperancia fuera de lugar al ver como su hábitat se convierte en un vertedero de acero. Pasan los siglos y la fragata a su vez es invadida por las algas y los crustáceos, que se adhieren al ancla tapizándola de verde y nácar. Entonces, los peces, ya recobrados del desconcierto inicial, contoneando sus colas en una evidente actitud despreocupada, entran sin llamar por las claraboyas y hacen de los fantasmagóricos camarotes su refugio, cual polizones desafiantes.

A pesar de la tendencia pusilánime de los peces, no debemos meterlos a todos en el mismo saco. Existen algunas excepciones, como el pez payaso, siempre tan involucrado en dotar de colorido a las grises anémonas, o el salmón, que se deja la vida por remontar los ríos, a contracorriente de agua dulce, para desovar en el manantial, arriesgándose sin pensarlo dos veces a ser atrapado por las garras del oso que espera impaciente en la cima de cualquier cascada.

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