Bestiario

Margarita García Alonso

Es la bestia, mejor cierren los ojos

y juren alejar el paso.

 

Es la enorme osamenta que recorre

el espacio invisible del gentío.

 

Espanto oculto en una bolsa de viaje,

donde no quedan boletos de suerte,

intentos. Sólo dolor del camino.

 

La fruta prohibida lejos,

lejos su cabeza. En la fruta.

Sabe que no existe

Dios para los hombres,

y la Bestia se alimenta

de inventos,

aúlla al devorarse.


Cierren el paso.

No aceptarán sus veinte ojos,

las ocho manos que abordan

la nave del aire.

No aceptarán Bestias de campanario,

habitantes del cobertizo de la luz.

 

Cresta de hipocampo,

espina de presagios,

tatuaje y una piedra que zurce,

late en el costado oculto.

No es humano dolor,

no es humano

acostumbrarse al fruto.

 

La ignominia es el hada de su invento.

El hada juzga y mide

el crecimiento de las rosas

y la Bestia confundida

enclaustra el alma.

 

Es la Bestia, la mancha humana

desatada en el florecimiento,

la de los mil sexos aforados en la pelambre

y una soledad de ostra habituada.

 

Los inquilinos bordan el mundo a su gusto,

trazan parques,

les inundan de flores de papel,

amarillas y tristes para amantes.

 

A la Bestia le asusta creer,

le asusta el fruto

que está en la fuente

de los comensales, a mano.

 

Impotente lejos,

lejos su cabeza, en el fruto

que amasó a semejanza

del paladar y la mente.

 

No está preparada

la Bestia para compartir,

su cola es una bandera rasgada

que se empecina en el amor.

 

Pero es horrible la Bestia

cuando la silencian.

Parece tufillo de olvido.

Bestia su corazón si renuncia.

 

Aletea su hambre de mundo.

A las huestes de la rutina

poco importan los aullidos.

 

La Bestia se ha colgado de un alero.

La Bestia que ocultamos se cuelga al sol.

¿Quién velará la llegada del inquilino,

del habitante de su corazón?

 

Quién, sino la Bestia, preocupada

por la algazara de inventos,

resguarda la lindura y sin detenerse,

sin detenerse la Bestia,

sin detenerse sueña.

 

¿Quién no teme

al reto de la Bestia?

¿A quién no acobardó

su bramido?

Quién no cerró los ojos

que la posea

en el entierro de sus restos.

La Bestia se cansa de morir,

se cansa.

 

 

de mi primer libro de poemas "Sustos de muchacha",

ediciones Matanzas, Cuba, 1988

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