EL FIN DE LA PALABRA

RIMUZ


Basado en dos cuentos
De Jorge Luis Borges

 

Hay dos entidades, por nombrarlas de alguna forma, que parecieran ir siempre juntas.


Así pude encontrarlas a solo cinco años de distancia y ¿Qué tanto puede ser ello, si estamos hablando de eternidad que se proyectó en los ojos del ciego iluminado?


No le fue a él deparado comprender a los mortales.


Esa su penitencia, además de ser el custodio de una biblioteca interminable, de la cual, no pudo acceder en su condición tan siquiera a uno de sus libros, los cuales se dedicaba a olfatear y palpar, queriendo en gestos develar secretos siempre ocultos a sus cuencas vacías, más pudo su memoria prodigiosa ampararse de la ignorancia y, tras años y años de intentarlo en su: condena, paraíso y prisión, le fue dado llegar a conocer las catorce palabras que componen el códice de Dios, el cual escudriño en su ceguera y fue dado por el Creador desde el primer instante de su obra para ser entregado al final de los tiempos a algunos testigos de esos momentos por venir y, el cual por siempre ha permanecido oculto en las manchas de los leopardos que a él le fue dado dilucidar como obsesión mientras cumplía su condena, más también enterarse, como, el conocerlas, no implica ninguna ventaja, pues al serle develado el fin, esto le robo su deseo de existir evitando así el cataclismo de la locura colectiva.


También a Martín Fierro, le fue develado el misterio al ver correr su propia sangre por el piso tras dos puñaladas recibidas en su estómago de mano de un negro sin nombre, que lo esperara sin pausa por siete años en la pulpería donde Fierro le había borrado por siempre la sonrisa a la cara de su hermano, y llegado a ocupar el lugar en la guitarra del primero, recordándolo todo ese tiempo, mientras estaba atento a su hacer con su melodía.


Este hombre fue quien invitara a Martín Fierro a batirse primero en una larga payada en sus guitarras, viendo empuñar a Fierro la de su hermano quien a Fierro la cedió antes de morir para evitar que esta callara y, bien había cumplido Fierro este propósito al vencerlo, más esta primera derrota se convirtió, en el retador, en una única gota de odio, que atento supo entregar a Martín después de pedirle un segundo duelo con los hierros, no sin antes rogarle aplicara toda su habilidad para sacar adelante contra él su hombría y su leyenda.


Martín se disculpó con el negro mientras moría por no haber logrado este segundo encargo y, también por haber matado en duelo a su hermano siete años atrás con lo que heredó a su vencedor: la maldición de haber matado a un hombre.


Matar en duelo la figura de Martín Fierro fue esa noche la negra perdición de este nuevo andante sin destino.


Una leyenda no muere.


Se transmuta, se convierte en otro fantasma transitando el espacio en nueva forma, donde el temor y la esperanza de los hombres se abrazan intuyendo el códice secreto puesto desde el instante mismo de la creación en “la escritura de Dios” dispuesta a ser revelada en “el fin” de los tiempos.


RIMUZ – MILKAS – CIBORG MR

 

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Comentarios4

  • lazaro sosa cruz

    Siempre que leo el nombre del personaje de Martín Fierro me traslado en el tiempo a mi niñez en que sentado en una silla frente a un pupitre rústico tenía a mi lado a un amigo de nombre también Martín Fierro.

    Las leyendas no mueren, caminan por el espacio del tiempo y las palabras jamás nunca logran borrarlas, quizás las traducen con otras palabras pero siempre logran proseguir en el camino: La palabra nunca muere.
    Muy amena la lectura Rimuz.
    Lázaro.

  • Libia Sophia RC

    Ay Martin Fierro. Querido amigo me acordè de la època de estudiante cuando leìamos libros y poemas de Borges, de Garcìa Màrquez, de Josè Asunciòn Silva...tiempo aquellos!

  • RIMUZ

    Gracias Lázaro.

    Gracias Libia

  • María C.

    Cierto es que la palabra jamás muere,
    a veces hiere, gusta, o asusta..
    Un saludo



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