Aves que emigran

Margarita García Alonso

Vendrá el ave que partió a destiempo,

la temerosa, la perdida

en la diligencia de las nubes.

Llegarán a sumergirse

junto a los peces del puerto

y dormirán lo necesario para el sueño

en que nazca un país lejano,

distinto, único como la muerte.

 

Las aves emigran del poeta,

durante días deslizan la natura entre aires,

témpanos y estruendos del vacío.

 

Celarán a la cercana, perseguirán su ala

medrosa de adentrarse

en el territorio de las sombras.
El pico abierto a las corrientes,

a la saliva del cielo, a los tímidos insectos

que confían en el descanso o en el viaje veloz.

 

La emigrante desconoce

si el almendro guarda semilla,

vuela aterrada del humo de la ciudad,

de las visiones que acompañan a un hombre.

La anciana desconoce si encontrará

la semilla, si retornará,

pero encabeza la partida de frágiles

pájaros que embisten el nubarrón

y sobrevuelan los ojos.

 

El ave jovenzuela teme más,

quizás al pozo o a la insidia de la bandada.
Le abruma la estrella del invierno.

Las aves saltan el abismo y transparentan

la calma de un niño frente a las cuentas de cristal.

 

Amenazan con llegar al sueño,

escapan del parque gris, de la torre lejana

donde habita la mandrágora.

Llenan el espacio, lentas,

para que el hombre anhele

un país de pájaros y cante empecinado.

 

Para que vuele con las aves emigrantes.

Los pájaros remontan un grabado

dibujado a plumilla.

 

Las aves desprendidas de una alfombra libanesa

se contagian de aire.

Las de París, en las alturas no atinan

a descender al verde y dejan su negra indiferencia.

Las aves suecas, las danesas trinan

y se confunden en la floresta

de un mundo múltiple, ebrio, compartido.

 

El peligro es remontarse dónde el sueño

del ave finaliza y ver el ojo insomne

prefigurando el tiempo.

Es como orientarse en la espesura

de la noche y la mente que desliza

un nombre y la palabra espera

y el ave quieta pareciera suspendida

en sí, en la creencia de ser ave.

 

Los pájaros aman el solsticio,

la cópula perfecta, la maduración.

 

La brisa dibuja el lago, el monte,

la costa y la misión del cisne.

Pajilla es el ave que fenece en la magia.

El hombre habla, habla, olvida, mata

y si mata lo que podía ser no vuela, no piensa.

 

El viento agita con violencia

la escultura del ave que duerme

sobre el cerro de las piedras.

 

Los ciudadanos del aire musitan cientos de idiomas

como papeles de seda al ser rasgados

sacuden la ceniza, la colina de arena

y el castillo que el hombre levanta en su cabeza.

 

No los dejen vagar,

la soledad del espacio es infinita

poblada de seres fantasmales

expulsados del recinto común.

 

Condenadas a la tempestad

desaparecen las peregrinas,

el golpe atrás y luego el mar, vasto e inmenso.

Atracción por el gato, la casa, la nieve,

rebeldes en la brazada prosiguen

con el nadador azul atado a una rueda medieval.

 

Pero ha cambiado el ave: ve la noche

y las luces como llamas,

se convierte en un presidiario inconstante

hacia el fin de la posibilidad humana.

Arriban las aves, las extranjeras llegan,

abran las ventanas.

 

El ave cree que ha muerto,

ha sido derrotado en la travesía.
No piensa más que en morir,

en la piedra que le ata al movimiento.

 

Tambaleante la avecilla desciende,

ha traspasado las tinieblas y escapa,

una sola escapa a otro paraje.

La multitud elogia la primavera y su canto

y ella se siente defraudada.

 

del Cuaderno del Moro, 1990

Letras Cubanas

  • Autor: Margarita García Alonso (Offline Offline)
  • Publicado: 25 de junio de 2019 a las 10:11
  • Categoría: Espiritual
  • Lecturas: 15
  • Usuario favorito de este poema: Lualpri.
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Comentarios2

  • Rosita de Mendoza

    Que maravillosos versos. He disfrutado leerlos.

    • Margarita García Alonso

      Muchas gracias, Rosita, un placer saber que le gusta. Gracias por su comentario. Abrazos.

    • Lualpri

      Realmente precioso !
      Gracias.

      • Margarita García Alonso

        Muchas gracias, Lualpri, se agradece su visita y lectura, abrazos.



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