Movimientos telúricos

andrea barbaranelli

 

 

A las 21 y 41 la tierra ha temblado

durante unos segundos, por el choque

de unos estratos rocosos a la profundidad

de 12 km, poco más allá del confín

político, que nada tiene que ver

con las demarcaciones de las zonas sísmicas.

No he percibido el temblor.

Mis lámparas de techo no han oscilado

o a lo mejor simplemente no me di cuenta, cautivado

por el libro que estaba leyendo u ocupado

en la preparación de la comida, no recuerdo.

No oí el estruendo

que, dicen, ha subido de las vísceras

profundas de la tierra. Debía estar muy distraído

o absorto en mis pensamientos.

Pude quedarme sepultado

bajo los escombros de mi casa

si el sisma hubiera superado el umbral

de la intensidad tolerada

por las estructuras del edificio.

Hubiera sido un golpe de suerte

morirme a las 21 y 41

de ese sábado de fin de agosto

sin otro preaviso

que un estruendo confundido con los ruidos

del tráfico de esa hora

en que la gente se desplaza en automóvil

para ir al restaurante

al cine o al bowling

o a la cita con su amante.

Hubiera sido un golpe maestro

morirme en una catástrofe

telúrica, un evento

de proporciones cósmicas

del cual al otro día hablarían

todos los medios de comunicación

en vez de perder la vida banalmente

y de forma particular, a lo mejor en la cama

de un hospital, de una enfermedad cualquiera,

o en un paso de cebra, atropellado

por un chófer concentrado

en contestar a una llamada en su móvil,

perderla así, banalmente,

sin estampidos

ni derrumbamientos apocalípticos ni con el cielo

rajado por los rayos como

el cielo de Jerusalén cuando

se desgarró la cortina del templo

y el sisma abrió de par en par las tumbas

en aquel viernes de dolores.

Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos


Comentarios1



Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.