La cárcel

Joseponce1978

La cárcel estaba situdada en un pequeño islote tropical localizado a cien millas del territorio más cercano y rodeado de aguas plagadas de tiburones y medusas venenosas del tamaño de un calamar gigante, capaces de aniquilar a una ballena con un solo roce de su aguijón.

Al tratarse de una prisión de máxima seguridad, se encontraba perimetrada por una doble valla electrificada, y sus muros, construidos con el cemento más duro jamás fabricado, tenían dos metros de grosor y una altura de cincuenta pies. Se había extremado allí la seguridad para intentar evitar que alguien se fugase de la vida para entrar en ella. Eran incontables los intentos de penetrar en su interior pero todos habían dado un resultado fallido. Tan solo un condenado a la libertad consiguió cavar un túnel por debajo de las vallas electrificadas, pero al intentar pasar también por debajo del muro, se había topado con unos cimientos de granito que descendían hasta el mar. No eran pocos los que se embarcaban en submarinos para aproximarse cuanto les era posible y así poder contemplar mediante un periscopio aquel espacio cerrado tan inexpugnable como deseado de abordar.

Todo el mundo conocía lo que se cocía en el interior de aquella cárcel. A pesar de que nadie había conseguido ver lo que había intramuros, pues hasta su espacio aéreo estaba protegido, era un secreto a voces que allí no existían la monotonía o las deudas, ni acudían los inspectores de hacienda. Los funcionarios y funcionarias de prisiones encargados de su custodia, bellas ellas como ninfas griegas y musculosos ellos como torres de Hércules, nacidos allí y no habiendo conocido a nadie más que entre ellos, esperaban como agua de mayo la organización de un motín en la cotidianidad diaria culminado con éxito, para que algún grupo de reos libres lograse entrar y de este modo poder entregarse a nuevos placeres en cuerpo y alma; Era vox pópuli que allí dentro se encontraban los jadines más hermosos jamás imaginados; Las puertas de las celdas, en lugar de tener barrotes, contaban con grandes ventanales con vistas al paraíso, y se rumoreaba que de puertas para adentro no se perdía tiempo ni para comer, pues estaba provisto de un almacén de cápsulas alimenticias imperecederas, del tamaño de una cabeza de alfiler, cuyas propiedades nutricionales sintetizadas eran suficientes para saciar a un adulto de edad y peso medianos durante varios días.

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  • Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 12 de abril de 2019 a las 14:57
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 74
  • Usuario favorito de este poema: Cesar Salazar.
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