INCOHERENCIA E INSOMNIO

El DIOS JUVENIL

Ciertamente en mis sueños, y también en la realidad, conocí a una chica que era muy natural, muy omnipresente.
Ella deliraba que estaba metida adentro de un cubo, pero yo le señalaba al cielo diciéndole que creía que estaba metida en un círculo. En aquel circuito (de las incertidumbres, de las razones momentáneas) ella solo veía un arroyo, y yo le indicaba como despertar de un sueño, le hablaba de mis viajes astrales que experimentaba cuando era un niño. Podía yo tener todo el tiempo del mundo para obsequiarle libros para que ella me quiera acariciar.
Una vez, señalando a mi pecho, su dedo se hundió, y ella nunca más volvió a ver a su dedo. Ciertamente yo herí con acusaciones al lecho de rosas, ella me suplicaba que parase, pero yo no me detuve y unas láminas de aquellas flores empezaron a sangrar y de entre el centro que se encontraba cerrado una criatura extraña blandió su queja, y no fue suficiente difuminar con la vista que se posó frente a nosotros y lo vi con claridad: el amor.
El amor nos rogó que nos sentáramos y que callemos.
Yo seguía planeando el modo de hacer entender a mi amada que la mente es una cosa, y que las opiniones y las vociferaciones que allí retumban son otras. Aquella impresión de amor sujetaba de su piel elástica y transparente a un tumor grumoso que arrastraba sin remedio, aullaba porque se lo extirpásemos, y luego instantáneamente como una vorágine temimos porque explotara, y finalmente reventó empantanando todo el recinto de fluidos, y pudimos ver que de allí salía con dificultad un embrión espantoso color sangre con venas hinchadas verdes, podíamos distinguir de su aspecto flaco y contorsionado una viscosidad que le rodeaba como una aureola. Mi susto se había potenciado deliberadamente y mi amada escapó a despedazar a esa bestia deforme, mientras gritaba - ¡Esa es la mente! ¡Esa es la mente! ¡Es nuestra oportunidad! ¡Apaliémosla! -  Corrió rumbo al huerto  y de allí trajo el hacha, y hundió la cuchilla del hacha unas siete veces en la cabeza babeante de aquel engendro de la aberración, mientras decía: ¡Uno! Por la locura. ¡Dos! Por el idiota de Caifás. ¡Tres! Por el fin del mundo. ¡Cuatro! Por la creación alterable. ¡Cinco! Por el que no sufre cambios. ¡Seis!
¡Por la hipocresía!
¡Siete! ¡Por la apariencia, por la enfermedad, por la cólera infinita!
En verdad diré que esa cosa era un bastardo, era un síndrome de fealdad osada y en su baile primitivo las flores chillaban y nosotros no somos condescendientes ante un ser como ese, en verdad nuestro gozo fue insuperable al ver el filo luminoso que se extinguía dentro del cráneo con formaciones ovoides y puntiagudas, era el cráneo del mal, era el encéfalo de la tercera dimensión.
Desperté del sueño.
Estefanía me amaba y se preocupó por los gritos feroces que arremetí aquella tarde ungida de flores rosas, que flotaba en un ritmo de pálpito y una vez más estábamos metidos en la contemplación.
Le expliqué a Estefanía ¡Dulce Estefanía! Que aquello que ella deseaba matar no era la mente, eran sus vestiduras. La omnipresencia con lencería erótica, la omnipresencia con lencería erótica; fue todo lo que Estefanía me respondió, y desapareció en el jardín lleno de arcadias y regresó con frutos rojos y morados, con sus manos estrechas señalando la sombra de un Cebil, quiso que nos sentáramos a descansar allí hasta que el ocaso intelectual nos inundase, nos dormimos abrazados contra el respaldo de aquel árbol y allí murió la filosofía. Y no importa nada más que el presente y disparar mis armas.

 

  • Autor: Emil Epojé (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 21 de marzo de 2019 a las 02:53
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 36
  • Usuario favorito de este poema: El Hombre de la Rosa.
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