**~El Viejo y la Rosa - Cuento Corto~**

Zoraya M. Rodríguez

Había una vez un llano hermoso llamado “El Caudal”. En “El Caudal” vivía un viejo llamado El Paticojo. Era cojo el viejo, pero caminaba bien. Él tenía un rosal llenos de rosas para trabajarlas. Era el viejo y la rosa. En su lecho de muerte, le dejó a su único hijo llamado Felícito, que cosechara el único jardín de rosas que él había predestinado a dejar. El viejo nunca le había dicho que en ese rosal había un tesoro mágico de piedras preciosas. Entonces Felícito, vá en busca de ese rosal cuando muere el viejo por achaques de vejez. Pero, hay una cosa extraña que la rosa nunca muere o marchita. A la rosa, dejó cómo la había de regar, y cuidar bien para que no marchitara. El viejo le dijo así, debes de ponerla al sol todas las mañanas y dar de agua todas las tardes. Y él, Felícito, que era un bobo, nunca se enteró de que había debajo un tesoro mágico. Pues, lo que hizo con el jardín fue nunca regar la rosa y la dejó que marchitara. El viejo más sabio, le dejó la misma comitiva al hijo ilegítimo que él tuvo a consecuencia de un mal desliz con su amante. Éste hijo era un espurio deseo. Y era un hijo en el cuál él no quería para nada. Cuando llega el día del testamento, el notario le hace preguntas que cuál de los dos había regado, cuidado del jardín y a la rosa mantener bella, reluciente y que no muriera y que no marchitara. Él Felícito, le dijo la verdad que él la había dejado por ser naturalmente una rosa y nada más. Entonces el otro hijo ilegítimo le dijo que él sí había regado la rosa, cuidado y nunca dejó que se marchitara como le dijo su padre biológico antes de morir a ambos. Y Felícito, no muy contento con lo que le había dejado no quiso cuidar de la rosa. Entonces, el notario siguió con el testamento del viejo El Paticojo. Entonces, le dijo como tú eres mi hijo legítimo te correspondía todo consanguineamente, pero, al que no regó y ni hizo lo que le correspondía por lo tanto de mi tesoro mágico no le corresponde nada. Y le dejó exactamente todo a su hijo ilegítimo todo. Por que él sí regó la rosa, la cuidó y no dejó que marchitara. Entonces, el otro paso era, de llevar a la rosa a un monte lejano y pedregoso y angosto para que se cumpliera la promesa de él de obtener el tesoro mágico. Y la otra parte del tesoro que era más extenso y estaba guardado allí en la montaña peligrosa. Entonces el hijo Felícito no quiso ir, le dió miedo también de ir para allá. Y el otro hijo ilegítimo también le dió miedo ir allí. Entonces, una noche mágica y esplendorosa le vino a la mente cómo cruzar “EL Caudal”, para llegar a la montaña sin saber que allí estaba el tesoro. Pasó y vió una prostituta en el camino y no le hizo caso , pero, no la saludó, vió una gallina y no, le dió pasó con toda su cría, vió un señor ciego y no lo ayudó a cruzar la vereda. Y él se decía, -“qué muchos estorbos en mi camino para llevar a esta rosa a su destino sin saber qué depara el futuro…”-. Entonces, vió un deambulante y no le dió su único pan que llevaba consigo, vió una autobús que había chocado frente a él y no los ayudó. La rosa estaba fea y marchita. Entonces, vió un hacendado que le había caído encima una palma y no lo ayudó. Él, el hijo ilegítimo que había cuidado de la rosa tal como el viejo El Paticojo le había dicho y llevado a su destino final, en medio del camino se arrepintió de proseguir. Él, el hijo ilegítimo decidió dejar la rosa en medio del camino y regresar. Entonces, vió el hacendado todavía con la palma encima y lo ayudó, salió airoso del evento, vió el autobús que había chocado frente a él y los ayudó a salir de él sin ningún problema, vió el deambulante con más hambre que nunca y le dió su único pedazo de pan, el ciego estaba comenzando a cruzar y lo ayudó a cruzar, y a la gallina le dió su paso antes de proseguir camino sin la rosa, y por último vió a una prostituta y la saludó efusivamente y le dió un beso. Mientras que aquella rosa estaba prendida, hermosa, y más aún bella y reluciente como el viejo El Paticojo le gustaba. Entonces, llegó el segundo día del testamento, el notario les preguntó a ambos quién de los dos llevó a la rosa a la montaña y el hijo ilegítimo dijo -“yo”-, cuando dijo yo aparece la rosa nuevamente en el jardín de donde la había arrancado prendida, hermosa y bella y claro está sin marchitar. Entonces, el notario dictó el testamento, el que tiene el tesoro mágico es para el hijo ilegítimo, porque supo e hizo lo que le correspondía hacer con la rosa. Y él Felícito, no lo hizo y era tan bobo que no lo hizo. Mientras, el otro dijo, -“y dónde está mi tesoro”-. Entonces, el notario le dijo, ese es el otro paso…Que donde esté la rosa ahí estará también el tesoro de usted. Y él se dijo, ay, si la dejé casi en el monte. Entonces, fue a buscarla, y vió a la prostituta sin sonreír, y él le dió una sonrisa, a la gallina le dió de comer, pero iba muy aprisa, entonces, vió al señor ciego dormido, y lo despertó, vió un deambulante y le dió de su pan, vió el autobús y lo ayudó a reparar, vió el hacendado y le dijo el hacendado -“te daré la mitad de mi hacienda para que la cultives y serás tan rico como yo o más rico que yo…”-, entonces fue el tercer día del testamento y le dijo ése es tu tesoro yá lo encontraste y la rosa de igual prendida, bella y reluciente, había dejado un marco en el camino con las huellas de aquél que vió su tesoro en sus manos. Poder ayudar a alguien en medio de la tribulación. Ése fue el tesoro mágico del viejo y la rosa.                             




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  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 1 de marzo de 2019 a las 00:16
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 39
  • Usuario favorito de este poema: JUAN ROMERO SOTELO.
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