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Como en pocas noches hoy la luna posó en mi ventana. Allí estaba… colgando de un hilo fijo que no se notaba, que nunca se ha notado. A su alrededor luciérnagas disfrazadas de estrellas haciendo del cielo algo más infinito aún. Me levanté y comencé a beber un café, en cada sorbo sobre el cuaderno de versos escribía y escribía lo que la imaginación te permite cuando descuidas al mundo al que pertenecías antes de ser dependiente de una sonrisa que atrapa el alma, de una mirada que esconde un par de secretos más que el mar y de un cuerpo que simplifica lo artificial mostrándose natural.
Describía momentos, anotaba fechas y guardaba fotos que no tenía. Sonreía y continuaba, me podía pasar la noche entera escribiendo, al fin y al cabo desvelos ya había tenido. A la cuarta taza de café desperté un poco desorientado, no había luna ni estrellas, mucho menos el cuaderno de versos, pero a mi lado sin necesidad de imaginar estaba por quien había descuidado al mundo, estaba la sonrisa, la mirada y el cuerpo culpable de los desvelos que había tenido.