EL CAMPO DE LA ÚLTIMA VEZ.

Mesu Okami

(Muñeca de Barro 28/10/2018) Caminando por el campo vi acercarse un perro viejo, me miro y aunque se veía cansado y enfermo aceleró el paso para llegar a mí. Tenía los ojos hundidos y el olor a muerte impregnado en la piel, lo miré con pena pues no llevaba ni siquiera un trozo de pan para darle. Lo toqué sin miedo con mi mano desnuda, y él cerró los ojos casi complacido. Me senté en una roca muy grande y hasta le puse nombre, le dije que me esperara que le salvaría de lo que fuese que le estaba sucediendo. Corrí a casa tan rápido como pude, tomé una cobija y comida. Pero al llegar a la roca él simplemente ya no estaba. Lo busqué por horas, luego días y amargamente me culpé por haberlo perdido. Cada día al volver del trabajo caminaba por el mismo sendero con la esperanza apagándose a cada paso. Una mujer mayor se me acercó al verme pasar por su casa una décima vez, le conté acerca del perro y ella me miró compasiva. Me explicó que el perro había muerto ese mismo día, y ella al encontrar su cadáver lo había sepultado en la parte de atrás de su casa. Mis ojos se nublaron, me dolió la cabeza y quise irme…Ella me retuvo suavemente y me contó del campo de la última vez, así le llamaba ella al lugar en el que el perro y yo habíamos tenido ese encuentro. Me dijo que lo descubrió cuando su primer perro murió. Me narró una historia dolorosa y triste, y aunque soy un hombre aburrido escuché con interés. Decía que su perro había escapado de casa y aunque lo buscó no pudo encontrarlo, estaba triste y desolada. Su abuela una mujer mística que leía las energías, le dijo en donde buscar y en efecto ahí estaba el perro. Se le veía cansado y triste, pero al verla llegar sus ojos se iluminaron, ella se sentó junto a él y supo que se iría pronto, pasó cálidamente sus dedos en su cabeza, una y otra vez hasta que sintió que él había trascendido…No lloró, sino que una sensación de paz la rodeó. Eres un ser de luz- me dijo. Sólo los seres de luz son los elegidos para ayudar a estas pequeñas almas a tener siquiera un atisbo de amor al final de una vida de sufrimientos. Volví a casa, y a los días me enteré que ella había muerto. Supe en ese preciso instante lo que debía hacer, y cada día a partir de ese le dediqué mis tardes al campo de la última vez, llevaba conmigo una manta y acariciaba siempre con mis manos desnudas a las almas peregrinas, les ponía nombres y les cantaba canciones y ellos a cambio me regalaban paz.
  • Autor: Muñeca de Barro (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 29 de octubre de 2018 a las 02:08
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 19
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