Mananda Xochimej Teskatl (Mananda Flor Espejo)

Pp/Carmelo

Mananda Xochimej Teskatl (Mananda Flor Espejo)

Carmelo entre sus recuerdos tiene pequeños detalles que vivió, algo extraño, algo confuso pero las imágenes vienen a su mente, son sueños profundos que lo regresan a un pasado, que no sabe si existe o existió. Uno de estos sueños lo lleva a diferentes lugares y personas, uno de ellos, un bosque con magia y tintes de colores, mariposas, colibríes y por la noche lleno de estrellas y luciérnagas, amaneceres y crepúsculos complejos y hermosos; así era el lugar donde todos los días estaba Mananda, era su jardín, su creación, su pensamiento. Rodeado de montañas y valles que cobijaban gran variedad de flores, en medio de todo este paisaje multicolor que día con día el sol descubría cual, si fuese un enorme vitral, la familia de Mananda se dedicaba a cultivar algo humilde, pero no por ello menos complejo y maravilloso: el papa de Mananda cultivaba Orquídeas. Desde muy chica, Mananda sintió una fascinación especial por estas flores, para ella eran fabulosas, su simetría que no perdía, sino que acentuaba sus caprichosas formas era, a su parecer, el atractivo más fuerte que tenían; también la gran variedad de ellas, tan enorme…. que ella no dudaba que fuera infinita…, esa creencia se acrecentaba cada que su Mamá le explicaba cómo era la polinización y como “se pueden polinizar tantas flores como quieras siempre que sean del mismo género y, si eres inteligente y sabes unir las especies justas, podrás crear una nueva, hermosa y sorprendente Orquídea a la que podrías poner tu nombre”, así le decía su Mamá. “Es algo complicado y tardado”, decía, “pero uno se siente tan satisfecho por descubrir ese algo de Dios que todos tenemos y que nos está tan oculto.” Para él cada flor que abría sus pétalos al sol era una auténtica maravilla.

 Gracias a todo lo que su papa le contaba acerca de sus flores, Mananda aprendió más y más acerca de ellas, incluso hizo su propio “jardín” en medio del bosque que se alzaba más allá de la colina, observaba a las Orquídeas con ojos más poéticos que evocaban el amor. Ella las llamaba “flores espejo” en náhuatl (xochimej teskatl), pues se dio cuenta de que, si uno partía por la mitad una de esas flores, se encontraría con dos partes simétricamente iguales. “Es como el rostro de las personas”, le decía a su Mamá, pero el Mamá hacía una mueca y decía: “ninguna persona podrá ser tan perfecta como una Orquídea.” Aun así, algo dentro de ella insistía en que su Mamá estaba equivocado. “¿Cómo sería una persona Orquídea?”, se preguntaba; y estaba segura de que un día encontraría una persona que tendría tanto que mostrarle de sí misma, exactamente como un espejo.

A Mananda le fascinaba la cantidad de formas que podía encontrar en una sola flor, “morralito”, pues la forma de sus flores parecía, en efecto, un pequeño morral o monedero, “palomita”, pues sus pétalos parecían formar una paloma con amplias alas y diminuto pico; había algunas que parecían pequeñas bailarinas o seres humanos auténticos. Después de un día de trabajo solía ir a visitar su “jardín” en el fondo del bosque más allá de la colina, y ahí pasaba largas horas soñando despierta. Así creció Mananda entre campos coloridos y la imaginación, floreciente en cada Orquídea, de su Mamá.

Una mañana de otoño, cuando la luz del día descubría los colores del valle rodeado por montañas, Mananda vio a una persona desconocida tomando fotos a las flores y al paisaje; curiosa, camino por el campo de Orquídeas de su Mamá para preguntarle a aquel desconocido el motivo de su visita y porque tomaba fotos. Lo primero que notó fue su apariencia era muy particular. Sin detenerse a pensar demasiado en ello, Mananda lo saludó:

¡Hola! ¿Estás bien, te duele tu pancita?

 La persona, se encontraba agachada tomando la foto a una pequeña flor que se encontraba en el campo, giró la cabeza hacia Mananda y, sonriendo, respondió:

¡Hola! No…. estoy bien, gracias estoy encontrando la magia de las flores. Se encontró con su mirada…… vio a través de ella…. le falto el aire…se pasmo…. Torpemente pregunto, disculpa tu eres dueña de este lugar, vengo de lejos, soy fotógrafo, escritor, seguidor de sueños…. (sonríe). Busco a una gran señora, no me dijeron el nombre, pero me comentaron que es la dueña de magnificas flores.

Camina más… le indicó Mananda mi mamá no está en casa, tendrás que verla en el pueblo, o ve a casa y pregunta a mis hermanas, atravesando esos campos, encontrarás un camino de jacarandas y cerca estará mi casa. Es inconfundible: la entrada está adornada por orquídeas bicolores.

 El rostro del visitante se iluminó, nunca había visto ojos tan maravillosos, alma tan singular, alma quizás rara, pero con brillo especial.

¡Muchas gracias! –respondió sonriendo, inclino su cabeza y siguió andando hacia donde Mananda le había indicado, de vez en vez volteaba, no creyendo haber visto un ángel.

 Mananda se quedó ahí sin poder moverse. La vista de aquella persona la había fascinado por completo. ¿Quién era? ¿Qué era? Veía claramente su cabello claro, revuelto y corto caerle sobre la cara y ondear al viento, sus pasos eran decididos pero relajados y esos hombros que sostenían una mochila de viaje eran magníficos, la sonrisa franca y alegre, la nariz recta pero gordita y fina, y los ojos, esos ojos tan cálidos y distantes. Y, sin poder separar la vista del visitante, lo siguió con la mirada hasta que éste desapareció por la vereda cerca del camino de las jacarandas.

Pasaron días y noches, y Mananda no vio de nuevo a aquella persona; nadie parecía haberla visto, ni su mamá o hermanas comentaban nada “cómo es posible, solo yo lo vi” pensaba.  Mananda, al inicio alerta por si escuchaba algo que pudiera indicarle quién había sido aquel visitante, terminó por pensar que no sería sino otro visitante que solo toma fotos y roba la magia de las orquídeas, personas muy comunes que iban a menudo y no volvían más, y comenzó a sumergirse nuevamente en sus fantasías. El rostro de aquella persona tan curiosa volvía de pronto a su mente y a veces, cuando caía la tarde y ella volvía de su jardín en el bosque, miraba la vereda cerca de las jacarandas y recordaba, suspirando, la sonrisa ambigua de aquel extraño. Cierta noche, entre el azul rey del cielo y el naciente fulgor de las estrellas, al inicio del crepúsculo, atardecer divino, mientras Mananda se dirigía, a través del campo, a su casa, se escucharon pasos apresurados en la vereda que conducía a su casa. En la hermosa transparencia zafirina del cielo se percibió una silueta de la que salió una voz que Mananda reconoció al instante:

Hola ¡Buena noche! ¿Te interrumpo en algo?

Mananda miró sorprendida hacia donde se encontraba la silueta y su corazón dio un vuelco  al reconocer en ella al extraño visitante.

 ¡Hola! dijo sonriendo ¿Qué tal te ha ido? ¿Cómo van esas fotos? ¿encontraste a mi mamá?

Si, dijo la silueta acercándose. Muchas gracias por indicarme el camino. Estaba perdido.

Me alegra, dijo; no pensé que te quedarías en este lugar.

¡Este lugar es hermoso! Dijo el fotografo, con esa luminosa y ambigua sonrisa que tanto había impresionado a Mananda.  He estado en casa de unos compañeros, cerca de la laguna y he estado tomando muchas fotos, es impresionante los paisajes y ademas, como tienen mucho material interesante alrededor, no había tenido tiempo de salir al campo para agradecerte lo amable que fuiste conmigo; pero mira: ahora que pude salir quise venir a darte las gracias.

Mananda se sonrojó tanto y tan inexplicablemente que se alegró de que ya estuviera oscureciendo.

Estaré por un tiempo en casa de mis compañeros cerca de la laguna, continuó el visitante, ya que tu mamá está muy interesada que pueda mostrar al mundo las hermosas flores que tienen en su campo y ha prometido enseñarme sus técnicas para tener estas hermosas flores.

Te pondrá a trabajar un montón, dijo Mananda divertida y riéndose un poco; es una mujer muy exigente, a mi todo me pone a investigar, siempre que pregunto algo, me dice investiga y corriendo voy a los libros o a Google, así es ella…. ¿Vienes de cerca, entonces? añadió sin saber qué más decir.

Sí, desde pequeño me ha interesado los paisajes, la naturaleza, la vida, el resplandor de las nubes y el azul turquesa del cielo, como se filtra el sol entre los arboles, el reflejo del agua…, pero ahora me ha interesado por la floricultura y tomar fotos de tan bellas flores.

El corazón de Mananda latía muy aprisa ahora que se encontraba frente a frente con aquella persona que, a pesar de ser mujer, era un poco más alta que ella y tenía una fuerte presencia.

¿Tú cultivas Orquídeas con tu mamá? –preguntó, el visitante. La oscuridad era cada vez más densa.

Si –respondió Mananda-; son flores muy hermosas

¿Te parecen hermosas? –preguntó, ¡Claro! Dijo ella. Son bellas….

Se quedaron en silencio. Las estrellas comenzaban a brillar intensamente.

Debo irme –dijo Mananda.

Sí; yo también debo regresar a casa de mis compañeros. ¿Quieres que te acompañe a tu casa? preguntó el visitante con un tono cortés, pero tan tímido que Mananda se sorprendió y sintió ternura, pues no lo hubiese creído posible en una persona como él.

No te apures, mi casa está muy cerca y además está mi hermano, se vaya a molestar, e un poco enojón, mejor ya vete, tu camino sí que es un poco largo.

Es verdad…oye –dijo el visitante con cierta vacilación ¿puedo volver a verte mañana?

¡Por supuesto que sí! –respondió Mananda más enternecida todavía por la cortesía con que se manejaba el visitante- siempre estoy aquí al caer la tarde, siempre a la misma hora… dijo, omitiendo de propósito que a veces iba a visitar su jardín en el bosque, pues lo consideraba un secreto muy suyo.

El chico lanzó un pequeño suspiro.

Entonces ¡hasta mañana!

¡Hasta mañana!

Y el visitante se alejó corriendo a través del campo de flores; parecía querer penetrar, con sus pasos, la densa negrura. Luego, cuando ya se encontró sobre el camino y el cuarto creciente iluminaba pálidamente la tierra, se volvió y gritó: Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

Mananda –respondió…… no había apartado la vista del chico-. ¿Y el tuyo?

Carmelo; me llamo Carmelo. ¡Bonita noche, Mananda!

¡Buenas noches, Carmelo!

Y Carmelo desapareció debajo del cielo cuajado de estrellas, aromas y luciérnagas.

Los días siguientes Carmelo y Mananda se veían a la caída de la tarde “como siempre a la misma hora”. Carmelo le comentaba acerca de las fotos, escritos que ha hecho… y Mananda le platicaba sobre las orquídeas, el trabajo de su Mamá y los nuevos nombres que ella había dado a cada especie de Orquídea; entonces, Carmelo miraba detenidamente y encontraba las formas que Mananda le indicaba. A veces no hablaban de flores, a veces y si no era muy tarde, bajaban al lecho del río y, sentadas en la hierba, Carmelo le platicaba acerca de la vida, de la naturaleza, de vez en cuando Mananda se enteraba un poco sobre la familia de Carmelo.

No los veo mucho, decía Carmelo, pero nos llamamos constantemente. Una madre trabajadora y amorosa, luchona y un ejemplo a seguir. Tengo un hermano que estudia y hace música en Francia y, frecuentemente, manda postales de los lugares que más le gustan y algunas grabaciones de su musica. Le entusiasma mucho estar allá y sus cartas están llenas de las cosas que hace y los lugares que visita. Tambien una hermana y su hija, luchadora constante…. Y su sobrina un amor en miniatura.

Y, a pesar de platicar tanto, Mananda tenía la impresión de que apenas sabía nada sobre Carmelo. Efectivamente Carmelo tenia mil cosas mas que decirle a Mananda, solo necesita tiempo para que ella lo escuche y conozca su vida….

Cuando la mamá de Mananda llenaba de trabajo a Carmelo y a investigar…. entonces no se veían. En esos días Mananda pasaba más tiempo en su jardín del bosque sentada en medio de sus flores, sintiéndose extrañamente sola y pensando, sin apenas darse cuenta, tiernamente en Carmelo. Le gustaba mucho su sonrisa y la manera en que brillaba sus ojos, le gustaban sus manos algo gruesas y el tono de su voz un poco más grave de lo normal, nada raro. “¿Por qué pienso en el como si estuviese enamorada?”, se preguntaba, “Después de todo es sólo un chico que va de paso.” Y, diciendo esto, concentraba su mirada en una flor o  regresaba al campo para mirar su reflejo huidizo en las aguas del río.

Carmelo, por su parte, se embebía en sus fotos, es sus escritos, en sus estudios, pero, frecuentemente, se descubría pensando en Mananda, en que quería verla de nuevo.  A pesar de pasar de ser una persona solitaria Mananda le hacía sentirse extrañamente cómodo, como si ya la conociera desde hacía mucho tiempo.

Un día Mananda decidió hacer un paseo por el boque con Carmelo mejor momento sería con él. Era un bosque muy pequeño al pie de una montaña que al caer el sol mostraba las figuras de las jacarandas embellecer y florecer; como había muy poco trabajo en el campo salieron temprano y, caminaban, comentaban y miraban los hermosos campos vecinos; a veces  llegaban a ver algunas parvadas de aves que cruzaban en cielo y se dirigían a la laguna, o mariposas de majestuoso colorido, llegaban a sorprender animales pequeños escondidos entre los arbustos o corriendo hacia sus madrigueras: “¡Mira, Carmelo, qué bonitos colibries “¡Mira, una ardilla! ¡Mamá odia las ardillas porque dice que parecen ratones!” “Mira un Tejón!” “¡Una liebre! Eso quiere decir que ya estamos cerca del bosque.” Mananda indicaba, emocionada, cada animalito o curiosidad que pensaba que pudiera interesar a Carmelo; y, éste, sin decir nada, caminaba tranquilo, mirando con ojos sonrientes y con un gran brillo a Mananda. Cuando llegaron al bosque ya pasaba del mediodía y ambos estaban cansados y con bastante calor. Carmelo había llevado consigo una pequeña botella de agua y, dejándola en el suelo, se sentó debajo de un árbol.

¡Qué raro! ¡Tengo una sed terrible! dijo Mananda.

Eso es porque has venido hablando todo el camino, le respondió Carmelo, y le alargo la botella llena de agua.

Pero, ¡a que no habías visto  nunca tantos animalitos como hoy! Ustedes los de la otros lugares desconocen  muchas cosas del campo.

Es verdad, aunque no tanto, yo tomo fotografías de esto mismo, pero también sabemos que debemos llevar agua cuando vamos a caminar tanto como lo hemos hecho hoy, Mananda replicó y Carmelo sonriendo.

 ¡Es verdad! Y yo qué encontré tan ridículo eso de una botellita de agua.

¿Me encontraste ridículo? –preguntó Carmelo.

¡No! Sólo el hecho de llevar tanta agua para tan corto camino. En realidad, tú te ves muy tierno. Eres casi como un chiquillo –y, como reparando en lo que acababa de decir, sonrió tímidamente y tomó el recipiente que Carmelo le ofrecía.

Carmelo se sonrojó y bajó la vista.

Discúlpame si he dicho algo malo –dijo Mananda al ver la expresión de su amigo.

No, es sólo qué… Carmelo se calló un momento a pesar de haberme hablado mucho sobre las Orquídeas nunca me has dicho por qué te gustan tanto y me gustaría saberlo. ¿Para ti la Orquídea es una de las mejores flores? ¿Por qué?

¡No! –Respondió Mananda con seguridad- Para mí la Orquídea es la mejor flor y a mi mamá le encantan.

¿La mejor? ¿Incluso más que la Rosa?

Carmelo la miró sorprendido. Y ¿puedo saber por qué? –preguntó.

Después de pensarlo un momento Mananda dijo: Es muy simple. Ven, quiero mostrarte un secreto y diciendo esto, tomó la mano de Carmelo y ambos se internaron un poco más en el bosque.

Llegaron a un jardín y Carmelo miró sorprendido a su alrededor. ¡Qué hermoso, Mananda! Nunca pensé que algo tan hermoso se escondiera en las entrañas de un bosque.

Es mi jardín, dijo Mananda sonriendo. Lo he cultivado desde pequeña y poco a poco, siguiendo los consejos de Mamá.

La luz del sol se colaba a través de las hojas y las ramas de las jacarandas y hacía el efecto de la luz que se cuela por la bóveda de una gran cúpula cristalina. Rodeaban al jardín infinidad de árboles de los cuales colgaba una enorme variedad de Orquídeas que daban la impresión de ser una magnífica cascada de flores. Al pie de los troncos había también muchas orquídeas sobre hojas muertas.

¿Y estas también son Orquídeas? –preguntó Carmelo.

Sí; aquí hay muchas variedades de Orquídeas que yo misma he plantado y cuidado.

Es muy hermoso todo esto, Mananda, pero aún no has respondido mi pregunta- dijo Carmelo con una expresión seria.

No hay nada más sencillo para mí que responderte, Mananda le contestó mirando a Carmelo a los ojos a 10 centímetros casi de un beso, casi de tocar su alma. Se acercó a una rama florida que colgaba de un árbol, la tomó y dijo: Cada una es distinta y, por lo mismo, es igual a sus hermanas. Su flor no tiene nada de convencional, es perfecta: una maravilla geométrica, ya que la mitad de sus tépalos es exacta, es igual a la otra mitad, como si reflejaras una de esas mitades en un espejo. La palabra Orquídea en náhuatl “akatsauitli” o en griego viene de “orchis” que significa testículo, eso es por la forma que tienen sus bulbos; sin embargo, es una flor que exhala femineidad, como la vainilla. Es tan ambigua, tan particular, tan especial. Se camufla para ser polinizada y para polinizar; sus colores y su perfecta estructura son un hermoso disfraz que engaña a los más aguzados insectos, y el disfraz mismo constituye su piel y esconde su verdad. Hay personas que creen que son muy exclusivas y que sólo se encuentran en lugares remotos y extraños porque desconocen a esta flor, así que piensan lo que la sociedad y el comercio les han hecho pensar, pero ignoran que crecen en casi cualquier clima y en cualquier terreno, que muchas de ellas cuelgan de árboles o nacen en lechos de hojas secas además de en la tierra, simplemente se acomodan al lugar, se adaptan a las circunstancias como cualquier flor. Para otros la Orquídea es algo sin gracia, un error natural con pétalos deformes, mal hechos, pero no saben que muchas veces están cerca de ellas, no saben que las comen…. Aún con todo no podrías confundir nunca una Orquídea como sea que se camufle ni, aunque se esconda entre muchas otras flores.

Carmelo la escuchaba emocionado, ella conocedora del tema.

¡Es maravillosa la forma en la que piensas! –le dijo, boquiabierto, a Mananda.

En la naturaleza no hay errores. Todo es maravilloso Carmelo: la salud, la enfermedad… todo tiene forma geométrica perfecta, todo tiene su porque, todo tiene su razón de ser. ¿Alguna vez has partido una col por la mitad?

Mananda, dijo Carmelo sin poderse contener, estoy enamorado de ti.

Mananda lo miró con ojos brillantes. Una sonrisa asomó inconscientemente a su rostro.

Yo también estoy enamorada de ti, Carmelo. A pesar de que siento que no sé muchas cosas de ti aún, sé que hay algo en ti que he esperado por tanto tiempo, quizás muchas vidas, algo en ti que quiere ser descubierto. Desde la primera vez que te vi algo en tu interior me atrajo poderosamente.

 Ambos se acercaron la una con el otro.

 No sé exactamente por qué pienso esto; pero creo que tú eres como una Orquídea.

¿Por qué? –preguntó Carmelo sin dejar de mirarla.

Porque eres tan diferente a todos los demás, eres especial. Eres una flor con alma. Una estrella o un lucero.

En realidad, no soy ni lo uno ni lo otro (sonríe). ¿Cuál es la Orquídea que te gusta más?

La Vainilla mamá –dijo Mananda y cortó una hermosa flor amarilla que colgaba de la rama de un árbol. Son flores hermosas que sólo duran un día si no son polinizadas.

Tienen algo del amor –dijo Carmelo.

Entonces, si no eres una estrella, una flor o un lucero, ¿qué eres? –preguntó Mananda mientras colocaba la flor de Vainilla en el pecho de Carmelo y una fragancia muy suave y dulce perfumaba el ambiente.

Sus miradas se encontraron a esos 10 centímetros de distancia, donde la energía vibra y se puede ver el alma. Algo muy profundo dentro de sus almas se reflejó en los ojos de ambos. Eran dos seres que se reconocían a través del tiempo.

Soy una Orquídea y al decir esto, Carmelo atrajo a sí a Mananda y la besó en los labios. El beso produjo en Mananda la suave sensación de una espera que terminaba y de un tranquilo sueño que acababa de comenzar. De una explosión, así como cuando estás enamorado, romántica y profundamente enamorado, tienes una sensación de intemporalidad. En ese momento, estás en paz con la incertidumbre. Te sientes de maravilla, pero vulnerable; sientes cercanía, pero también desprotección. Estás transformándote, cambiando, pero sin miedo. Te sientes maravillado. Ésa es una experiencia espiritual.


Así fue como el pájaro Carmelo descubrió una de sus tantas vidas, “A través del espejo de las relaciones, de cada una de ellas, ha descubierto inmensidad de aprendizaje. Tanto de aquellos a quienes amamos como aquellos por quienes sentimos rechazo, simplemente somos espejos de nosotros mismos" Deepak Chopra.

Inusual estética de rostro humano así es la flor espejo....

Pp

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  • Autor: Pp/Carmelo (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 9 de octubre de 2018 a las 20:47
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 14
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