Remordimiento por la muerte de un álter ego.

Joseph Octavius Moral Lope

Miro mis manos y pienso

lo que será de ellas

en su dispersión por el mundo

cuando mi mente ya se haya terminado

y eso que llaman espíritu no esté más.

¿Qué será de lo que quede de la sombra,

Del hombre que la vida entrega?

 

Cada parte de mi cuerpo

que ahora me parece

tan íntimo y cercano

que no lo siento fuera de mí mismo,

pero que en ese tiempo

cuando ya no esté yo

seguirá otra ruta.

Seguirá en el mundo su polvo,

cuando mis pensamientos ya no existan

ni esa voluntad que lo hacía moverse,

andar por el mundo, escribir curiosas

congregaciones de palabras

que quizá puedan llamarse poemas.

 

Tantas cosas que nunca habrá hecho,

tantas que hiso y nadie recordará.

 

Para qué entonces ser el que soy ahora

con estas manos que inadvierto por los días

pero que estarán ahí, siendo el cadáver o

siendo el polvo.

 

Mas si yo soy el que crea todo lo que existe

y con mi muerte mueran todas las cosas.

¿Quién podrá negarme que el universo es mío,

que he inventado esta vida y cada vida?

Cuando ya me haya ido todo se borrará junto conmigo,

el cielo, la versada luna, cada agonista de este sueño

que ha diseñado un solo hombre.

 

Miro mis manos y pienso

en esa hora que ha quedado muy atrás en los días

cuando tuve tu mano ceñida a la mía,

cuando con mis manos palpé la tersura

de tu rostro y sostuve tu llanto lágrima a lágrima,

cuando sentí esa minuciosidad de tu cabello

rodeando mis manos, dejando en ellas un perfume.

 

Paso sobre mi rostro mis manos.

siento cada borde cuyo tacto

me deja percibir la tesitura

y la edad de mi rostro.

Siento también la calavera.

La dureza, los huecos, las esquinas,

de esa calavera que hace imaginar a la muerte.

 

Aún ella seguirá cuando ya no la habiten

mis cavilaciones.

Mas si el universo guarda una secreta

configuración de la existencia,

cuya luz persiste aunque ya haya terminado,

como algunas estrellas cuya luz subsiste

aunque ya hayan muerto bajo los milenios.

Así quizás el hombre, en el primer instante de su

muerte, ande como una luz su pensamiento

fuera del tiempo, pensando que aún existe.

Quizá entonces yo ya no esté aquí,

escribiendo palabras de mi angustia,

quizá la soga ya se ha ceñido magistralmente,

y la calavera este ya inerte y fría,

y sea yo una vaga luz en mis palabras

para aquellos que han de andar todavía

por el mundo, ese sueño, esa nada.

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