Lola

Alberto Escobar

 

 

 

 

Con el acaso a cuestas me lancé a las calles.
Era de noche, pasadas las once, y con una
opípara cena en el estómago que me obsequiara
mi hermano mayor.
El asfalto ofrecía a mis pisadas la tierna humedad
que sucede a una tormenta de verano, ya por
entonces en aparente retirada, aunque todavía
guardara alguna bala en su recámara.

Me entregué al camino, como de costumbre, en
dirección a la terraza acostumbrada por entonces,
un lugar idílico que se asomaba a un gran río
adornado, precisamente en ese punto, con la más
bella de las estampas que su curso podía deparar.
Cercano al destino fui llamado, como por arte de
las hadas, por un garito aflamencado que ya 
entonaba los primeros acordes de la noche.

Merodeando su puerta vi un rostro familiar, jalonado
por una deslumbrante presencia física, que atrajo, no
sin alguna reticencia, mi atención.
Después de un segundo de duda, es lo que tiene lo
no previsto, entré hacia la magia de lo casual.

Fue ella, ya vista en el trabajo y apreciada, ya sentida
como posible cuenco de mis esencias, la que detuvo 
mi camino. Más hermosa de lo que pude intuirla entre
las cuatro paredes de mi rutina, sin gafas, con un vestido
ceñido, de rayas, que ensalzaba su aguitarrada figura.

Fue toda una carambola del destino.

Me presenté, no me conocía del trabajo, aunque al
nombrarle la empresa no pudo dudar de quien decía
ser, no nos conocíamos de antes, ni siquiera reparó
en mí, yo sí en ella, desde luego.
Me llevó a donde dos amigos para presentarme, le
repetí mi nombre, ella el suyo: 

Lola.

Era su santo, y esos amigos vinieron de Cádiz para
estar con ella, faltaban por venir otros cuatro, dos
parejas, que no conocí porque decidí irme.
Cuando llegaron estos últimos me aparté para no
interferir en el encuentro, ella se olvidó de mí
por completo, lo pude entender, apenas me conocía.

Cuando terminé la copa me despedí de ella y de sus
dos primeros amigos y proseguí el camino pensado.
Fue una maravillosa noche que se tornó de repente
como grisácea, prosaica, sin sustancia.
Fue como sacar de la olla la carne que se guisa a
fuego lento antes del tiempo debido, aunque una
retirada a tiempo dicen que es una victoria.

Ya veremos...

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  • Autor: Albertín (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 16 de septiembre de 2018 a las 12:56
  • Comentario del autor sobre el poema: Cuando alguien se lanza al vacío puede que se le cruce una nube de plumas.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 29
  • Usuario favorito de este poema: Ana Maria Germanas.
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Comentarios2

  • C. Eduardo Barrios (Ex-Toki)

    El hilo que une dos almas los llama a encontrarse; la pregunta es, es ella.


    Un afectuoso saludo poeta, gracias por tus hermosos cuentos

    • Alberto Escobar

      Gracias a ti por tu lectura fiel. Un abrazo Tokki.

    • Ana Maria Germanas

      Que bueno !!, me fuiste llevando...a ese encuentro....yo, me preparaba, para saborear, esa tiernisima carne asada...., pero te retiraste !!....temeroso ?....o demasiado precavido....
      Me quedo con la expectativa, del proximo capitulo.... como tu bien dices...veremos...
      Excelente lectura...., un beso grande !!

      PD acuerdate " el que no arriesga, no gana ..."

      • Alberto Escobar

        Hay veces en que no cabe acercarse al fuego porque puedes quemarte, es decir, saber esperar la ocasión de asaltar es lo que ha proporcionado una milenaria supervivencia a los grandes predadores. Gobernar los furibundos vientos de la pasión es esencial a la tranquilidad de un puerto seguro. Como siempre aquí sigo para ti. Besos.



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