EL HAYEDO DE OTZARRETA Pt 3

FrancoBouzas

 

 Los días siguientes la paso maravillado. Se levantaba a cumplir con sus tareas cantando viejas canciones de hadas y por las noches iba a visitarla para ayudarla a estar más cómoda. Le traía leña para que se calentase, semillas y raíces para comer y alguna que otra flor que encontraba por el camino.

 Juntos comenzaron a salir a pasear por el bosque cantando y bailando, riendo y charlando. A él le encantaba verla sonreír porque se le hinchaban los pómulos y dejaba mostrar sus paletas. Estaba realmente enamorado.

 Así que una noche calurosa, mientras descansaban a orillas del rio y miraban las estrellas, se quedaron charlando de cuanto le gustaban los hayas de ese bosque, puesto que eran poco común.

 -Parecieran que le hacen cosquillas al cielo con las ramas. Son arboles especiales, llenos de magia y amor. Deben de estar feliz por tenerte con ellos.

 Ella lo miro, le sonrió como tanto le gustaba y se quedaron mirándose a los ojos mientras escuchaban el sonido del rio.

 Tardor se quedó contemplándola. Tenía una felicidad que le hacían brillar los ojos, como si la luna le hubieran dado un poco de su brillo. Ella también lo miraba, pero no sabía que pensaba, y cuando se quiso dar cuenta, ya no escuchaba el sonido del agua, ni el de las hojas bailar por el viento. Ya no sentía ni frio, ni calor y escuchaba a su corazón latir lentamente, como si su propio sonido rompiese el velo que se cernía sobre ellos.

 El tiempo se había detenido y solo podía ver como su pelo se mezclaba con el color de su piel y la tierra, como su nariz se curvaba suavemente hacia abajo y en el lunar que yacía en la pera.

 Se quedó devuelta en sus ojos y en sus labios.

 Ninguno hablaba, pero lentamente el magnetismo de sus labios fue haciendo que se acercasen y que sus labios se chocasen en un beso.

 Todos los sonidos volvieron a intensificarse como si estuvieran amordazados durante mucho tiempo y tuviesen la necesidad de gritarlo todo. El torrente del rio, el huracanado viento que hacía que las hojas se volasen hacia todos lados, su corazón y la sangre manando por todo su cuerpo. Era como la explosión en una obra de Beethoven.

 Con los ojos entrecerrados se miraron y sonrieron.

 Las noches consecutivas volvieron a verse y eran cada vez más felices. El uno con el otro se querían y a pesar de sus diferencias, todo era fantástico, y por donde andaban hacían florecer las flores.

 El bosque se llenó de magia y de vida con su amor. Los colibríes pululaban entre los árboles, los conejos se reproducían y hacían madrigueras cada vez más grandes, las mariposas iban  de acá para allá rodeándolo todo y los arboles crecían más y más.

 Pero un día todo cambio de repente. Otzarreta se había marchado sin decir nada, ni avisar. Los animales le habían dicho que se había ido hacia el norte y había cruzado el mar. Tardor no lloro. Ya había perdido a muchos seres queridos y ya estaba habituado a esas cosas. Pero ya no se levantaba por las mañanas, prefería quedarse acostado en el duro suelo de tierra, dejando que las hojas, que se tornaban cada vez más rojizas, lo cubrieran y se camuflasen con su cuerpo hasta que el sueño lo dominaba otra vez.

  • Autor: Franco Bouzas (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 19 de agosto de 2018 a las 10:46
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 20
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