**~La Dama Disfrazada - Parte II - Novela Corta~**

Zoraya M. Rodríguez

Prosiguió camino estrecho, y con su mano derecha yá tenía flores de margaritas para la mujer que le tenía el corazón latiendo. Ella, Lucía, una muchacha capaz de todo y de hacer de todo en la vida, para ganarse el sustento trabajaba en lo que fuera, menos en la prostitución de veras. A ella, a Lucía, le decían de todo, hablaban mal de ella y hasta tenía una reputación bien manchada por la misma sociedad. A ella, a Lucía, siempre iba y venía con su pantalón apretado a los muslos con su “monte de venus”, siempre dispuesto a ser envidiado y hasta amado por esa mujer; aunque hubo amado a dos hombres, esos hombres la dejaron pintada en la pared. Éste día, llegó a la casa con flores, precisamente ese día, la mujer no se encontraba, pero, ella la recibió muy amorosamente y apasionada, con lo que la caracteriza siempre a ella. La llevó a cenar y hasta se perdieron en el camino, porque salieron a pasear por un rumbo y una dirección desconocida. La chica, Lucía, la toma de la mano, y se vuelven las miradas de las gente persistentemente asiduas, como si ellas estuvieran haciendo mal. Ellas, se dice: -“Ay, Lucía, si las miradas fueran por ser lucía, pues yá te están mirando demasiado”-. Se fueron a caminar por el monte, estaban las viejas chismosas siempre lavando en el río y recolectando frutos de los árboles frutales, y Lucía, se acerca a una de ellas y les dice: -“ésta mujer que ven aquí es mi novia”-. Una le dijo hasta el mal morir, y hasta se cayó al río, resbaló por tanto coraje, se creían esas viejas chismosas que la jovencita se había perdido en un prostíbulo y algo parecido, pero, no. Era ¡lesbiana!, y no prostituta como creían todos en el pueblo. Quedaron sin poder hablar algunas de las viejas, callaron por un momento, y una le dijo: -“¡asquerosa!”-. En esos mismos instantes, Lucía, toma un balde de agua, y les comenta frente a la mujer que amaba con todo su corazón, y a esas viejas chismosas que: -“si esta poca de agua se separa de las demás del río, ¿no volverá jamás al río?, y ella misma se contesta: -“pues, no”-, y toma de ella, -“porque yá me la tomé”-. Ella, se refería al jugoso y húmedo sexo con que tenía con esa mujer. Y sí, calló por el momento a todas esas bocas de habladurías. Y siguieron camino abajo, después del monte, con su “monte de venus”, mágico, esplendoroso y hermoso y atrevido a la vista de cualquier persona con su pantalón apretado. Le entregó las llaves del hogar a la mujer con que salía, y se dirige hacia el hogar era una mujer esbelta, de cabellos largos, nariz fina y ojos de color marrón. Mientras que Lucía, tenía el cabello rapado, era baja en estatura, tenía unas caderotas y un cuerpo muy bonito y aunque no lo crean era femenina. Lucía, se dirige hacia el mercado, esta vez, decidida a hablar con el artista gráfico, el joven, le afirma que sus caricaturas son de un éxito profundo, que le gustaría saber más de ella. Y entablar una relación con ella, la quería para el mundo de los dibujos, para el arte. Además, de ser valorada por el señor, le dió una tarjeta con información personal y la guardó, dijo que se tenía que ir de prisa y le da un beso de despedida. Y Lucía, se dice, una y otra vez, -“Ay, Lucía”-. Trabajó unas cuantas horas más y se fue para su hogar donde la esperaba la mujer que amaba. Cuando llega, sólo le baja el pantalón, y le dice: -“quédate así, al descubierto el perfume que emana de tu entrepierna me fascina”-. Y le da un beso a su “monte de venus”, como si fuera a hacer el sexo con ella, se levanta del suelo donde se arrodilló y prosigue la conversación. Se siente en la mesa y come algo preparado por la mujer. La mujer se viste y le ofrece ir de paseo a la discoteca donde se conocieron. Llegan al bar, y todavía era temprano para hacer el “show” de “gays” en el escenario fantástico y muy colorido, por cierto. En una mesa, se miran fíjamente a los ojos, y Lucía pronuncia su primer -“Te amo, Mujer”-. Y recíprocamente, fue correspondida. La mujer la amaba, no buscaba nada más que ser amada por ella. Y, entonces, salieron del bar, apresuradamente, a amarse todavía más con ese cálido “te amo”. Había fuego en esa mirada, y ellas lo sabían. Lucía, se entregó en cuerpo y alma, otra vez, en aquella habitación, la tomó de la mano y la sentó en la cama, le besó los labios con una intensidad que sólo ella sabía hacer. La dulzura y la complacencia se unieron al compás de aquel vals, que a ella le encantaba. Y bailó con la mujer, un vals, y cada vez que se unían sus muslos ella sentía placer, y más placer por estar acompañada por la mujer que ella más amaba. E hicieron el amor, como nunca, el placer estaba excitado desde hacía rato, sus senos percibían las caricias, era un pecho robusto y de talla grande, la muchacha, y a Lucía, le encantaba besarla, excitarla y más aún que soltara aquello que se llama y que en el sexo se hacía la “libidinosidad”. Extraer ese líquido sabroso del sexo, del placer, de la complacencia, y más aún por tener el beso tan deseado y en su boca y en sus labios ese sabor fresco que sólo sabe dar el sexo complaciente y a gusto. Hicieron el amor dos o tres veces más, la habitación yá se llenaba del olor corporal de ellas, de las dos, entre ese amor y ese juego pasional que sólo la pasión sabía dar. Lucía, una de tantas o de pocas en el vecindario, la gente murmuraba cuando ella salía de su hogar con esa mujer. Y que ella, solía amar y hacer ruidos innecesarios, los cuales solían darse de cuenta, la gente más adyacente a ella. Y la gente hablando tanto, y decían mentiras, calumnias, falacias, murmuraciones, y hasta inventos de cosas extrañas que solían ser punto de habladurías para todo el vecindario. Llega hasta el monte, a recolectar unos frutos, de los árboles, y en el monte es más expuesta a habladurías de la gente. Toma su recolecta con su “monte de venus”, dispuesto a acechar a cualquier vista de cualquiera y se vá por el camino hacia el mercado, hacia Don Arturo y le entrega la cosecha del día para ser vendida, como siempre. Ella, en su puesto, piensa y decide qué hacer con su vida… Los hombres yá no les importaba, porque aunque fue amada por dos de ellos, no le interesaba ser amada por alguno más de ellos. Siempre a la vanguardia del tiempo, a la noción del tiempo, y a saber que los hombres son pasajeros como la lluvia esporádica. Es saber, que la ilusión es de las dos, cuando se ama de verdad, con o sin tempestades. Es sentir, que en el corazón late pulso a pulso, y que siente vibrar con lo vital de un suspiro o de un susurro que en la puerta se da cuando se abre la incógnita de saber que ésa mujer será para ella, ella pensaba. Es como abrir de par en par la ventana, y saber que el sol está allí. Y Lucía, lo sabía todo, que aparentaba lo que no era, y que sería por siempre en ese vecindario, “la dama disfrazada”. Que sería, por siempre una cosa por delante y otra por detrás de una puerta que ella misma podía abrir con el impulso de una mano que forjando la manivela podía abrir o cerrar. Era y es Lucía, la que por siempre tendría la mano dispuesta a abrir y cerrar lo que fuera necesario con tan sólo el impulso de la mano, nadie podía con ella ni la gente, ni la murmuración, ni la habladuría de ninguna índole respectivamente. Y con la fácil respuesta, de tener siempre algo qué responder sin poder herir a nadie y, sino respondía, era para no herir a nadie. Así, era ella. Tan sensible como suspicaz, tan real como verdadera y tan dulce como tan amarga. A veces se detenía a delirar, a suspirar por lo poco o mucho que tenía. No se sabía a ciencia cierta que pasaba con ella o qué sucedía con lo que pensaba Lucía. Que el deseo se le venía encima. La carne en sentido viceverso, se tornaba pesado y aún más con delirios de saber y supo lo que es ser y amar a una mujer en verdad. Supo, que la mujer humedece el sexo, supo que además de entregarse debía de dar por completo el corazón y entregar el alma sino la había perdido yá. Sabía que el hombre es hombre, y que ninguno es fiel por completo. Que el hombre por ser hombre, pecaba hasta con el sentido y el pensamiento. Que en cada paso de la vida, se tornaba más inseguro, celoso, y más aún, incapaz de solventar una relación segura y estable. Lucía, como se llama la mujer, la protagonista de una vida como nunca antes mencionada, ¿prostituta o lesbiana?. Como una serie de circunstancias debidas al cambio patológico de un sentimiento. Ella siempre concordaba ideas, pensamientos y hasta coherencias. Y era capaz de resolver el problema en cuestión de un segundo. Era y es -“Lucía, a la que todo le luce”-. La envidia y el desenfreno a ser perseguida constantemente por el murmullo no le importaba. El amor y la pasión, se enfrentan en un cometido, cuando se enamora el corazón y era aquella mujer. La que era y es, la que la hizo mujer. En un instante, cuando se abrió el deseo, de amar a cuestas de la diversión y de amar a una lesbiana. Llegó a su hogar y la encontró sobre su lecho, esperando a ser amada por Lucía. Se sentó sobre el colchón, ella, Lucía, la tomó entre su pecho y la abrazó y le dijo: -“te voy a amar como nunca antes”-. Y la tocó y palpó a sus senos descubiertos por el sol siniestro y cálido del atardecer y del ocaso. La amó intensamente y quiso ser ésa mujer que callaba al amar y que cerraba los ojos al ser besada apasionadamente. Y suspiró en un momento, y quiso ser Dios, Aquél, ser capaz de crear algo tan hermoso como era el amor y de sentir el placer a cuestas de la pasión y de la libidinosidad. Solamente creer que era amada, yá se sentía fuera de lo común. Era como permanecer entre las nubes, entre lo que más dispone la vida, lo que encierra una forma de atraer lo que conlleva una atracción. Y de ser lo que creía ser, era lo más exótico de ella misma. Y de su sentido viceverso. Y todo porque era lesbiana. Y se dice que el silencio atemoriza, cuando más se siente la paz, la condescencia el putrefacto viento que trae el olor del olvido. Cuando sólo ella siente el deseo de llegar al horizonte, ese lugar que yá conocía muy bien, y llegó al éxtasis, a todo, con ésa mujer. Y, quiso ser como Eva sin Adán, por supuesto porque no le agradaba el hombre. Cuando llegó a sentir el anhelo de entregar la razón, y la fantasía, de haber entregado y caído nuevamente, al imperio, al sagrado cuerpo, que lleno de impurezas de sexo y de clandestinaje fuego en el cuerpo, se sintió como bañada, tan relajada y la amó nuevamente, vió el mar abierto y más que eso, vió el puro manantial que de ella brotaba, que de su sexo salía, y refrescó su sed, como con la cantimplora en un desierto tan pleno y tan real como el de la imaginación de ella. Y vió el cielo, el mar, el desierto, el sol y a la luna. Era lesbiana y lo sabía la vida, la Biblia y Dios mismo. Y la amó más y más. Con tal lujuria como la de una dama y no disfrazada. Y la gente continuaba etiquetando con el sello de prostituta por todo el camino, pero, eso no fue ni será punto de desenlace para toda una vida tan excelente como la que ella tenía. Cuando se siente más segura que antes. Decidida y tenaz, y fuerte en su delirio de cometer el más vil de los sueños o pesadillas. Se siente capaz, de solventar una manera de amar, y de extrañar lo que no tenía antes y que ahora por montón lo tenía..., ¡una mujer!. Su obsesión se debió de entregar en cuerpo y alma, y directo al corazón, como la costumbre de dar lo mejor de sí. Y se fue por el camino oscuro y con peldaños, cuando iba de compras al mercado donde quería preparar un rico suculento de pastas del chef italiano Rigosetti. Compró diferentes pastas. E hizo un manjar, igual que el de los dioses de un olimpo. Y halló más y más que eso, halló el afrodisiaco en su corazón en los mariscos, como dicen siempre que es así. Y terminó en la cama con la mujer, nuevamente, y amó con pasión, otra vez. Y la llamó -“mi mujer”-, y quiso ser más que eso, la mujer, quiso entregarse más, y la amó como nunca, quiso ser como una amante, (saben que los amantes en poco tiempo, pues, se aman mejor). Y dió lo mejor, su cuerpo, su alma, y más aún, su corazón latiendo fuertemente. Y Lucía, supo mejor, cómo amar a una mujer, siendo como un hombre capaz de ser devorada por él. Y quiso ser feliz, y socavó en el más allá, dentro de aquella mujer que quiso amar. Cuando se fue lejos en el interior y en el instinto de aquella mujer que ella amaba. Esa noche soñó, como nunca, en colores amarillos, rojos, negros y blanco, y cuando llegó al blanco, se recordó de un vestido de novia que cuando pequeña vió en un escaparate en una tienda. Y quiso casar aquello que se llamaba amor. Y le propuso matrimonio a la mujer que amaba tanto y con el corazón.     

Continuará……………………………………………………………………………………………




Ver métrica de este poema
  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 21 de julio de 2018 a las 00:02
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 26
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos Novedades semanales




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.