Luna

 Siempre cambiante, pero siempre igual.        Solita, hermosa y distante. 

En mis fases soy como me siento. Me veo como soy, como estoy, sin ningún tipo de careta, sin nada que pueda confundir mi presencia.

Mi parte oscura, llena de sombras e incertidumbre, aquella que te puede confundir porque no se ve, pero que indudablemente allí está, agazapada para atacar hasta a la más pequeña presa que se pueda acercar. A veces la gente se olvida que es una parte de gran relevancia para mí, piensan que al no verlo, no estoy ahí. Pero eso soy tambien, estoy hecha de sombras.

Cuándo comienzo a encenderme, a penas soy consciente de toda la lucidez presente en la insignificante ranura de luz que comienzo a dejar vislumbrar. Aunque parece poco abundante, es el primer paso a la incandescencia de todo mi ser.

Cuando comienzo a sentir seguridad, mi luz pasa a tomar ventaja, y mis demonios no son tan oscuros como en otros momentos los creí. Puedo alumbrar los recónditos más oscuros de la tierra, incluso del espacio que me rodea, pero aún cargo con mis sombras, aquellas que no me dejan explayarme con todo mi esplendor, aunque a la vez son las que me completan.

Y luego está mi parte más plena, llena de energía y luz para entregar a cualquiera que sepa apreciar mi brillante presencia. Allí logró mover mareas, incluso penetrar en lo más profundo del hombre, y hacerlo cambiar. Logró producir las transformaciones mas buscadas a través de mis influencias energéticas, haciendo cambiar hasta a la montaña más estática.

Pero en realidad no soy por completo ninguna de mis fases, porque soy todas ellas a la vez. Cada parte de mi ciclo es una parte de mi ser, tengo partes tan oscuras que abandonan cualquier esperanza de producir luz, pero que justamente, gracias a ellas, cuando prendo, lo hago con una intensidad y una fuerza inigualable.

Si no tuviera mi lado confuso y oscuro, no podría mi lado luminoso ser tan poderoso.