Atender al deseo que perjudica al ajeno pertenece al débil, o al que renuncia al otro como una real existencia.

Eikasia

Estoy tratando de entender un supuesto ritmo específico en el que la conducta de mi mente y mi corazón se mueven, si es que existe una explicación: ¿existe en las otras personas acaso? ¿Cómo puedo saber si algo es o no es? Suponer no alcanza ¿por qué no alcanza? Sin embargo supongo que ninguna de las opciones es real hasta que sea efectivamente palpable.

Por lo tanto he de atravesarme con realidades supuestas también (como cada perspectiva) sobre lo que acomete a renunciar a mi mente y atender a instintos vagamente animales. La lucha permanece constante, y ni una hoja, ni un poema, ni siquiera mil novelas enteras van a alcanzar para mitigar la extensa prolongación de la batalla.

Atender al deseo que perjudica al ajeno pertenece al débil, o al que renuncia al otro como una real existencia.

Estoy tratando de entender de donde proviene esa debilidad. Conociendo su origen tal vez pueda conjurar una sucesión de pasos a seguir para que la extensa prolongación de la batalla en contra del animal que llevo dentro, que llevamos dentro, pueda al fin contraerse. Encontrando así más momentos de paz, en los que alcanzar una conciencia empática sobre lo social y lo humano sea una opción real.

¿Cuántas veces más, me pregunto, seguiré sintiéndome tan culpable?
¿Los errores son infinitamente interminables?

Trato de recordar las palabras y/o conceptos que funcionan como disparadores del lobo insaciable. Pero no recuerdo nada. En la niebla de mi mente los recuerdos se vuelven poco tangibles, poco reales y absolutos. Todos son posibles.

Trato de recordar las letras que, entrevolcadas en mi pelo, justificaron el principal pilar/axioma de mis últimos meses de existencia… Y solo recuerdo: “Es ahí cuando enjaularse se vuelve opción”.

¿Qué clase de conciencia es la conciencia que no posee la fortaleza de enfrentar la oscuridad de la antigua casa en la que todos hemos vivido? ¿Qué clase de conciencia es la que gira el rostro hacia dentro, saca su peor forma de algo parecido a una cara y se traiciona a si misma?
¿Una conciencia fallida acaso? Una conciencia ficticia, virtual, hipócrita.

Los lobos huelen el miedo, la sangre derramada de tus propias autoflagelaciones, entran por debajo de tu falsa puerta, a través de los vidrios mugrosos de tus ventanas, éstos se vuelven humo, humo con formas de lobos deformados, abren un poco más esas heridas y se filtran por ellas, hacia dentro, más adentro de lo que conocías o lo que creías conocer, descubren con facilidad los pedazos vacíos y oscuros donde tu mediocre memoria descarta toda información que pueda llegar a relacionarte con quien Sos.                      Y allí permanecen, para siempre.

El espejo que veo cuando miro la palma de mi mano no es más que la dura memoria de una conciencia que jamás mira si no es hacia otro lado,
olvidando,
memoria,
mediocre memoria.
El espejo que veo cuando miro las estrellas no es más que la atroz hipocresía que extiende la batalla por una eternidad de lobos derramados como tormentosos silencios callados por todos hace tanto.

Somos los únicos culpables, es ahí cuando enjaularse se vuelve viable.

  • Autor: Eikasia (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 28 de mayo de 2018 a las 09:33
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 14
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