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Patricia Aznar Laffont


AVISO DE AUSENCIA DE Patricia Aznar Laffont
Amigos, m3e hacen mucho mal las Fiestas, recuerdos , ausencias...
Nos volveremos a leer después de Año Nuevo.
Felicidades!!!

 

Despertó.

Sacudió el polvo estelar de su cabellera fluorescente; estiró lentamente sus brazos y los miró extasiada. Eran blancos y suaves.

Una esfera eterna, negra y brillante la cubría.

Sensaciones nuevas la inundaban, presiones inexplicables entre sus pechos, latidos y letanías, murmullos sordos y preguntas colmaron ese extraño ser que inauguraba.

Lo terrenal, lo inexistente; la contradicción, la abrumaron.

Sintió, sin saber qué sentía el miedo.

 

Encogió sus piernas y brazos enteros, su cabeza entre  ellos formando un nido pequeño que la protegió y abrigó momentáneamente del frío y su soledad cósmica.

Algo oprimía su pecho y su garganta. Inesperadamente dos gotas luminosas cayeron de sus ojos y consternada, las apretó entre sus dedos. De inmediato se sumergió en una semi-inconsciencia.

Un tibio resplandor, interrumpió más tarde su letargo.

Deshizo su abrazo y lenta, torpemente se puso de pie.

Su cuerpo  desnudo, aún frío, tiritó un momento; al instante intentó un paso vacilante e inseguro.

Sus pies iniciaron una penosa marcha sin rumbo,  que laceraron las espinas y rocas.

Levantó su mirada hacia la esfera infinita y con sorpresa casi ni siquiera la vio, tan oscura, color ceniza, pedazos de blanco la adornaban como encaje.

Siguió sin marcha sorprendida inaugurando verdes y ocasionales manchas de color.

Una pequeña, casi escondida, criatura roja, la extasió.

Con cuidado,  casi como para no asustarla, se acercó.

Un instinto ancestral heredado de su nueva condición hizo que acercara su rostro hacia ese ser pequeño y llamativo.

Inesperadamente éste le  obsequió una nueva y gratificante sensación: pequeñitas partículas cargadas de emoción penetraron por los orificios color sol, que poseía su rostro.

Comprendió que no estaba sola.

La presión del pecho y la garganta retornaron y nuevamente agua  fría brotó de sus ojos.

Sintió la diferencia y similitud de ambos momentos, pero su felicidad presente no le permitió

analizar tantas contradicciones y sensaciones desconocidas.

Quiso llevar a su amiga consigo,  la desprendió suavemente y la acarició.

 Sensaciones inexplicables la atormentaban: añoró su existencia anterior, no perturbada por deliberaciones y ahogos.

Cayó de rodillas y se hizo nido con su amiga en la mano. Pequeños hilos de agua acariciaron al frágil  ser rojo que inocente seguía obsequiándole particular emoción desde la palma de su mano.

De pronto, un sueño frágil la envolvió. Lo vivió en mil dimensiones, colores y formas, sólo para su ser comprensibles.

El tiempo y el espacio se  diluyeron en la nada y en el todo de sus vivencias eternas.

Cuando despertó (un segundo, un minuto, una década, un milenio después, no se sabe) una inmensa esfera de fuego le quemaba la piel.

Recordó al pequeño ser que le había regalado su esencia y abrió la mano. Un pequeño puñado de pétalos negros, cayeron desarmados.

Primero, no fue consciente  de su crimen, pero al instante, el horror la invadió como una ola.

Su cuerpo cayó como un muñeco sobre los pétalos muertos. Sus manos arañaron la tierra en busca de perdón y consuelo.

Lloró consternada por la incomprensible soledad, por la arbitrariedad de su crimen.

Entonces la Tierra despertó y le contó su historia y ella le contó su historia a la Tierra.

Ambas se comprendieron. Sellaron un pacto estelar en el que se conjugaron la fidelidad y el amor.

Supo entonces que su crimen no había sido en vano.

Supo entonces el porqué su visita.

Arrancó un mechón de su cabello fluorescente y lo enterró entre los tiernos terrones del planeta y un puñado de tierra fue fuertemente apretado por su mano.

Luego, levantó su cabeza y reconoció en el fulgor caliente del astro refulgente, el color mismo de sus propios ojos.

Lentamente deshizo de su posición de  nido y sin quebrar su mirada, se levantó lerdamente.

Un rayo más claro y potente que ninguno por ella conocido, la envolvió. Entonces por primera vez esbozó una sonrisa. En la mano apretado, el puñado de tierra.

Cerró los ojos.

Desapareció.

 

                                                                                                                                                                                                                                                      

  • Autor: Patricia Aznar Laffont (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 20 de mayo de 2018 a las 04:40
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 28
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