Turba.

Cada gota iba cayendo, una tras otra; con el afán necesario para posteriormente formar un caudal suficiente para balancear la hoja hasta el piso... así son los sucesos de la vida, uno actúa tras otro para que al final seamos esa hoja que cae bajo el caudal impertérrito de las pesadas gotas de la existencia. Cuando acaba la tormenta y aclarea el cielo tras las montañas, nace el imponente e impávido canicular que va sanando cada paso de las gotas hasta que se respira un ambiente tropical y armónico.

Pero mientras yo soy selva, tú eres ciudad; aquí las gotas corren y luego secan para respirar paz, allá las gotas se estrellan sin censura contra el pavimento caliente y luego queda un ambiente pesado...llega la turba. Mientras tú eres turba, yo soy calma. Tú siempre tan huracán y yo siempre tan brisa veraniega.

La turba forma parte anterior a la calma, quizá por eso -a pesar de ti: tormenta citadina- para encontrarme, te busco; para tenerme, te quiero; y para quererme, te necesito.