La rosa

Laocoonte sin hijos

Vivimos atrapados en un entorno cambiante,

pero es cruel, pues su ritmo no es constante.

En los buenos tiempos, corre, y no podrás controlarlo,

en los malos apenas se mueve, quiere que sientas ese instante,

creo que por eso olvidamos algunos antes.

 

Vivimos en un desierto que se engulle a sí mismo,

un desierto que está lleno, prácticamente repleto.

Abrazos, saludos, mimos

hermanos, amigos, familia

besos, secretos, caricias...

en resumen, un desierto plagado de puros espejismos.

 

Nada más llegar tenemos un basto mundo por recorrer,

si logras avanzar acabarás rechazándolo,

y en muchos casos odiándolo,

pero el tiempo pasa, y el desierto se consume.

Llega un momento en que queda muy poco por explorar,

entonces empiezas a amarlo,

dejas de intentar cambiarlo, lo aceptas, nada más.

Dejas de mirar la arena,

empiezas a valorar otra realidad:

tal vez esa rosa que se ve tras el cristal

 

Esa rosa que te ha acompañado desde el primer momento,

esa rosa que poco a poco has ido descubriendo,

esa rosa que te esperaba mientras la arena se consumía,

esa rosa que con cada experiencia construías.

Esa rosa.

 

Déjalo todo, ni te atrevas a mirar atrás,

tienes un objetivo en esta vida:

“Que esa rosa viva, y permanezca.”

Debe ser tan grande que debe ser vista desde cualquier lugar,

debe hablarse de ella, pues es tu legado a la posteridad.

 

Esa rosa debe sobrevivir al tiempo,

debe sobrevivir al desierto

a los malos momentos…

a la vida.

  • Autor: Laocoonte sin hijos (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 2 de abril de 2018 a las 16:38
  • Categoría: Reflexión
  • Lecturas: 30
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