Playa de Invierno

Ayekan

Caían las gotas de una lluvia tenue, caprichosa, itinerante. La joven, con un tazón humeante entre sus manos, el cigarrillo de tabaco devorado a mordiscos y los cabellos alborotados con una brisa pasajera, se entumecía sola en una pequeña terraza de madera frente al mar. A lo lejos, las olas rompían en espuma blanca sobre una arena negra que sonreía a su libertad, mientras que los sonidos se desplazaban cautelosos guiados por el silencio. Todo era tranquilidad, una vida apacible que poco sabía de horarios y ajetreos. Terminado su cigarrillo, se tomó un tiempo para inhalar ese aire fresco que revoloteaba por sus pulmones, que revitalizaba su cuerpo cansado de horas impostergables.

Pasaba sus tardes leyendo, arrimada contra el fuego que compartía sus notas con el silencio. Pocas veces se aburría sola, encontraba su escondite entre las páginas de uno u otro libro, o entre las hojas de una libreta en blanco. Pasaban horas como días, entre los que se debatía entre el humo cálido y la comida caliente, las noches con un té o una copa de vino, encender el fuego o abrazarse a su manta. Algunas tardes se perdía caminando por arena en un bosque no muy lejos de ahí, donde los aromas de costa y cerro se fundían en su nariz, evocando recuerdos aislados que podían reunirse por un momento, entregándole momentos agradables que coleccionaba con ahínco para echarle mano en momentos como éste.

Perdida en este bosque, dejándose llevar en el oleaje tranquilo de sus pensamientos, apaciguados por el sonido de lo incapturable; se dejaba arrastrar por las horas que transcurrían sigilosas hasta el anochecer. Ahí emprendía camino de vuelta a casa guiada por sus ganas de aromáticas hojas de té en remojo a la luz de las estrellas. Estrellas que brillaban orgullosas al amparo de una noche negra, sin luna ni luces desbordantes que les quitaran protagonismo.

Los cielos ignorados en las noches citadinas, reverberaban su magnificencia en este lugar aislado, tan lleno de sonidos y no de ruidos.

Unos días lejos para encontrar sentido a sus pasos, a las palabras sin sonidos que morían en su boca, al incesante bullicio de sus pensamientos. Desconectar para conectarse, volver con vida plena a una vida sinsentido que le valía para tener un lugar en este mundo, un poco de rutina para ignorarse un rato, y para compartir algunas horas de risa fácil y espontánea. No buscaba mucho más, de vez en cuando sorprenderse con la mirada inquieta de un alma curiosa que coincidiera con la suya; el resto, era sumar días al camino recorrido.

No era triste, no era sola; se sentía la canela en esta leche que es la vida, llena de arroz. Personas arroces que juzgan para vivir, que deambulan enojadas por permitir perderse viviendo para otros. No hay muchas más maneras de ser canela sin sentir que te hundes junto al arroz hasta el fondo de la olla, por eso es bueno perderse un poco para salir a flote, y que si hubiera algo que te hunda, que no sea más que el propio peso de lo que puedas arrastrar contigo.

 

Duerme sin alarmas, despierta con el sol,

come cuando sientas hambre, descansa si te da sueño,

olvida las horas y disfruta tu tiempo.

 

Esas fueron las últimas palabras que la muchacha registró en su libreta; luego, mochila al hombro corrió las cortinas, cerró la puerta con llave, y caminó con la arena en sus pies mientras cargaba sus zapatos en la mano.

  • Autor: Ayëkan (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de marzo de 2018 a las 14:21
  • Comentario del autor sobre el poema: Suelo escribir cuentos cortos, la poesía brota en la prosa cuando se dan las condiciones. Todos los comentarios y sugerencias son bienvenidos, Gracias por leer, un abrazo! C.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 57
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Comentarios3

  • C. Eduardo Barrios (Ex-Toki)

    Posiblemente hundiéndose en la mar.
    Saludos

  • Texi

    Que maravilloso seria el mundo, me encanta tu utopia:
    Duerme sin alarmas, despierta con el sol,

    come cuando sientas hambre, descansa si te da sueño,

    olvida las horas y disfruta tu tiempo.

    El que invento el primer artefacto para medir el tiempo, se lo podia haber ahorrado...

  • Enrique Dintrans A.

    Ayekan; es un relato muy bello con el peregrinaje haca dentro de esta canela. Prosa poética que se disfruta. Gracias por compartir.

    Saludos cordiales



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