Luna (08-02-2016)

Maria Renteria

En el cielo, Luna, el más bello astro nocturno en su plenitud, atisbaba atentamente con sus invisibles ojos hacia la Tierra, mirando entre los montes y por los valles. ¿Qué buscaba Luna? ¿Acaso quería sorprender a alguien haciendo una travesura? ¿Acaso deseaba encontrar algo especial? Ella miraba y miraba…

¡Sí! ¡Ahí estaba! Como una brillante cadena, como un listón de plata, serpenteaba entre las escarpadas montañas nevadas. ¿Acaso era ese su color? ¿Acaso estaba hecho de algún argentino material? No. Simplemente reflejaba la brillante luz de Luna.

Luna cerró los ojos. Ahí estaba. El tren. Su tren. Al frente de su tren estaba él. El maquinista. El maquinista de ese tren, en especial. Porque muchos otros trenes surcaban las vías, pero ese era su tren, y el que iba ahí era su maquinista, el que había captado su mirada, su ilusión, su amor.

Abriendo otra vez sus invisibles ojos, miró tiernamente hacia la máquina, sabiendo que dentro de ella, guiando los vagones en la clara noche, iba él. ¡Qué ganas tan intensas de tener brazos para abrazarlo, de tener piernas para correr hacia él, de tener labios para besarlo…! Pero no. Suspendida del techo del cielo, hermosa, pero inalcanzable… esa era Luna.

Con gran tristeza cerró los ojos y guardando en su pensamiento la imagen de su tren, de la máquina, de su maquinista, Luna durmió…


**********


De pronto sintió un viento frío y abrió sus ojos. El frío del bosque le golpeaba las mejillas… ¡tenía mejillas! ¿Cómo había pasado? Las tocó con sus heladas manos. ¡Tenía manos! ¡Y brazos, y piernas y pies…! Tocó sus ojos, su nariz, su boca, su piel nívea como el blanco manto de nieve que cubría los montes. Y su cabello. Con alegría miró sus pies y juguetona movió los dedos sintiendo como la suave hierba escarchada se metía entre ellos. Llevaba un blanco vestido que resaltaba en la oscuridad de la noche. Porque la noche se había vuelto oscura. Porque Luna ya no estaba en el cielo, sino en medio del bosque.

Absorta en esta situación de pronto oyó un sonido que le pareció muy familiar: el tren. ¡Su tren! ¡Estaba a punto de llegar a la estación! Guiada por el sonido, corrió con toda la rapidez que sus piernas le permitieron. Conforme se acercaba el tren, ella también achicaba la distancia a la estación, perdida entre los árboles. Corrió por minutos que le parecieron interminables, sintiendo como el aire frío entraba atropelladamente a sus pulmones, hasta que por fin llegó. 

Se apresuró hacia el andén y vio como la luz del tren se acercaba cada vez más y por momentos le pareció que la luz brillante y circular del faro era ella misma, un vivo retrato que se dirigía velozmente hacia Luna. Ya podía ver a lo lejos el quitapiedras de la máquina, la cual, al acercarse, se volvía cada vez más impresionante, como si se tratase de un musculoso y oscuro animal ruidoso, que si no albergara dentro de sí la promesa velada de un maravilloso encuentro sería, sin duda, atemorizante.

Se estremeció al oír el rechinar de las ruedas contra los rieles. El aire escapando de los frenos se escuchó como un bufido de toro y el tren finalmente se detuvo en la estación.

Pasó tan solo un momento, muy breve, pero que a Luna le pareció una eternidad. Entonces lo vio. El maquinista, su maquinista, se apeó del tren y ahí estaba frente a ella, regalándole la más encantadora sonrisa, a la cual Luna no pudo menos que responder con la misma intensidad, con la misma alegría. El maquinista tendió sus brazos hacia ella, y Luna se sintió atraída, como si un invisible magneto la halara con fuerza… ni siquiera sintió mover los pies, simplemente creyó que volaba. 

Luna y el maquinista se unieron con el más tierno abrazo. A ella le pareció percibir que el tiempo dejaba de transcurrir mientras se perdía en la inmensa profundidad de los ojos que la miraban, ojos tan brillantes que parecían reflejar la misma luz de Luna. En este instante suspenso en el tiempo, ella le regaló para siempre su corazón. Hizo para sí una secreta alianza que selló con el beso, un beso también suspenso en el tiempo.

Se miraron nuevamente y Luna se aferró a su maquinista queriendo memorizar cada detalle, cada emoción que estaba experimentando en ese momento. Por eso, cerró sus ojos, poniendo atención en todo: sonidos, aromas, sensaciones en la piel…



**********


Al abrir los ojos -invisibles otra vez-, Luna se vio nuevamente colgada en lo alto, en el techo del cielo… ya no tenía brazos, manos, piernas ni pies. Seguía vestida de blanco, pero ahora su vestido ya no hondeaba en el viento, viento que ya no podía sentir. Sin embargo, lo que realmente la hizo desesperar es que ya no estaba al lado de su maquinista. 

Miró hacia abajo, hacia la estación, y pudo ver que el tren aún estaba ahí. Con invisibles lágrimas brotando de sus invisibles ojos, Luna se dijo a sí misma con tristeza que con gusto daría los miles de años que llevaba colgada del techo del cielo a cambio de unos instantes más con su maquinista… 

En la estación, el tren silbaba su salida. Triste, muy triste, se preguntó si todo había sido tan solo un sueño, una alucinación, si realmente había sucedido. En estos tristes pensamientos estaba Luna cuando ocurrió algo inesperado: antes de partir el tren, alcanzó a ver que su maquinista se asomaba por la ventana y miraba hacia arriba, buscándola. Una cálida certeza recorrió a Luna y se instaló para siempre en un rincón de su alma infinita. ¡Todo había ocurrido en realidad…! ¡Era cierto que ella había estado ahí abajo, en la estación! Con gran alegría, miró con sus invisibles ojos los de su maquinista, escudriñando y alcanzando a perderse en la profundidad de su mirada, y él, a su vez, le dirigió una sonrisa capaz de iluminar la más oscura noche. Al maquinista, por un momento, le pareció ver que Luna menguaba dejando ver tan solo una pequeña porción de luz, como una sonrisa en el cielo. Haciendo un ademán de despedida, subió nuevamente a la locomotora e inició el tren su marcha.

Luna sonrió con sus invisibles labios y suspiró el aire que emanaba de sus inexistentes pulmones; cerrando sus invisibles ojos se sintió amada. Este momento muy particular de su historia siempre le pertenecería a él, y Luna velaría por él cada noche, despierta y en sus sueños, recordándolo y cuidándolo desde lo alto, en la distancia. 

Cuando Luna recuerda el dulce encuentro sonríe enigmática menguando… si el maquinista está en día franco, Luna nueva se esconde alcanzándose a ver tan solo como una oscura esfera en el cielo nocturno, esperando pacientemente… y crece con la esperanza de verlo hasta encontrarse con él otra vez, mirándolo desde lo alto, llena de luz, llena de belleza y de expectativas: Luna llena.
 

 

María Teresa Ruíz Rentería © Todos los derechos reservados.

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"Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo".

Mario Benedetti. 

  • Autor: María Rentería (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 27 de febrero de 2018 a las 16:42
  • Comentario del autor sobre el poema: Luna, Maquinista... ¿y por qué no?
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 38
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Comentarios2

  • JAVIER SOLIS

  • JAVIER SOLIS

    Hermosa narración de un amor como pocos, un amor semi celestial pues es la Luna enamorada de un maquinista. Precioso felicitaciones,
    Con cariño
    JAVIER SOLÍS



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