Reyezuelo (Episodio 3)

Ӈιρριε Ʋყє ☮

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Soñé que era Sir Launcelot, y Rosaura, Lady Winnever, a la que yo protegía. Ella se puso a mi espalda, mientras yo entraba en una caverna perfectamente cilíndrica y con paredes lisas, como una cañería. Muy lejos, en el fondo, veíase un pequeño disco amarillo que marcaba la luz al final del túnel. Mientras iba penetrando en la oscuridad, descubrí que el disco amarillo era el ojo felino de un dragón, que me miraba fijamente pronto a devorarme. En ese momento, el dragón empezó a maullar y maullar, y el maullido sonaba tan distinto que tuve que darme cuenta de que estaba soñando, y entonces me desperté.

Sin abrir los ojos, seguí escuchando, lejano, ese sonido que emiten los gatos cuando están por hacer el amor o matarse. Tardé un rato en reconocer en el maullido el llanto de un bebé. Muy a mi pesar, porque quería seguir durmiendo, entorné lentamente los ojos, y me asustó ver mi habitación tan iluminada de rojo que por un momento pensé que la casa se incendiaba.

Me levanté y abrí las celosías. Mi ventana, opuesta al frente de la casa, daba exactamente hacia el oeste, y se veía un sol enorme y rojo a punto de hundirse en el horizonte.

Por un extraño efecto de refracción, se veía por encima del sol un arco, como un arco iris pero sin colores, y el espacio contenido entre éste y el horizonte era mucho más luminoso y claro que el resto del cielo, que era de una tonalidad púrpura. Innumerables rayos lo irisaban, y el conjunto asemejaba un ojo único y colosal que me miraba fijamente. Una vez hecha la asociación, era imposible no notarla, y creo que hasta se veía en el centro mismo del disco solar una pequeña mancha negra como una pupila. Seguí observando fascinado el fenómeno hasta que se deshizo al desaparecer el sol. En ese momento, un gallo sin cresta y sin cola cantó como anunciando el ocaso, y pude verlo mientras lo hacía.

Todavía soñoliento, bajé las escaleras, y buscando la luz llegué a la cocina, donde estaban las mujeres. Rosaura le estaba dando un pecho amplio y blanco al bebé, que lloraba a gritos.

̶    Está con cólicos, pobrecito. –se disculpó.
̶    Le estarán por salir los dientes, ya es tiempo. –agregó la suegra, que estaba acodada a la mesa y se tomaba la cabeza con ambas manos. La tía se afanaba en la mesada bajo la luz del farol de kerosén.
̶    Tiene que comer, pobrecito, está muy flaquito -agregó, y esas palabras perturbaban viniendo de ella.
̶    Voy afuera, que está mas fresco -dije, buscando una excusa para salir de esa cocina.

Orientándome como pude en la oscuridad, entre muebles antiguos y pesadas sillas, finalmente salí al porche de la casa, en donde se encontraban, en sendas reposeras, don Atanasio, Tadeo e Isidro. A la izquierda, en un ancho sillón de paja con almohadones, cubierto con un poncho de lana, el tullido don Romero –así, por el apellido, me lo presentaron–, el “agüelo”.

Como no tenía donde sentarme, me acerqué a la balaustrada, gozando del aire fresco de la noche, y no pude menos que maravillarme al ver el cielo densamente poblado de estrellas, como nunca se ve en Buenos Aires. Después de hacer un comentario al respecto, inocentemente le dije a Isidro:

̶    Mirá, Isidro, ¿ves esas nubes?

̶    No son nubes, profe. –me contestó riendo– Son galaxias. Son las Nubes de Magallanes.

Y siguieron, él y Tadeo, nombrándome uno a uno los objetos que se veían en el cielo. Al parecer, ambos eran sumamente aficionados a la astronomía, y tenían un conocimiento del cielo mucho más profundo que el mío.

Invocaron constelaciones, y me nombraron sus principales estrellas. Me indicaron a Marte, que aparentemente era el único planeta que en ese momento se veía en el cielo.

̶    ¿Ve, profe, ese que está haciendo un triángulo con Sirio y con Regulus? Ese es Marte.

̶    ¿Cuál es Regulus?

̶    Justo abajo de Sirio, apenas sobre el horizonte.

̶    Tas loco, ese no es Regulus. –dijo Tadeo.

̶    Que sabé vos, gil. Ese es Regulus. Vas a ver dentro de un rato viene Leo.

̶    No es Regulus.

Y así continuó por un rato la disputa “Es Regulus” “No es Regulus”, hasta que don Atanasio la cortó de cuajo diciendo:

̶    Mañana con luz se van al sótano y se traen el telescopio y las cartas celestes, así le pueden mostrar al dotor.

..............

Después de cenar, aparecieron mágicamente los naipes y los porotos, y fue inapelable la invitación a una partida de truco. Los reyes dictaminaron que hiciera pareja con don Atanasio, que resultó ser sumamente quisquilloso en cuanto a la posibilidad de perder, por lo cual la partida se convirtió rápidamente en una cuestión de honor.

En un momento del primer chico, estábamos empatados en veintiséis –once buenas–, y tuve en mis manos los dos ases mayores. Perdí adrede la primera mano, con lo cual me gané la mirada furibunda del viejo, y Tadeo me gritó:

̶    ¡Truco!

̶    ¡Quiero Retruco!

̶    ¡Quiero Vale Cuatro! –y ya estaba tirando los triunfos sobre la mesa, cuando un grito espantado de Rosaura nos hizo salir corriendo a los cuatro escaleras arriba para los dormitorios.

Tadeo, que llevaba una vela, entró solo al dormitorio en el que Rosaura, en ese momento, gritaba “¡Un bicho, un bicho!”. Mientras nosotros esperábamos en el pasillo, se nos sumaron las dos señoras. Reservadamente, don Atanasio me tomó del codo y me dijo:

̶    Bien jugado, muchacho.

Un nuevo grito de la cuñada, y todos entramos en el dormitorio.

Rosaura estaba sentada en la cama, con el bebé en brazos, y señalaba a Tadeo, que se encontraba tendido en el piso, aferrando el cabo de vela. Cuando fuimos a socorrerlo, descubrimos que no podía hablar ni moverse. Al parecer había sufrido una cuadriplejía, al igual que el abuelo, por lo que se encontraba totalmente paralizado. Lo dejamos en la cama, y todos fuimos a la cocina, en donde pudimos escuchar de labios de Rosaura la narración de lo que había ocurrido.

Según dijo, se encontraba dando de mamar al nene, sentada en la cama en la oscuridad de su cuarto cuando, al cambiarlo de pecho, sintió un tirón en el pezón que no se correspondía con la boca del bebé. Al tocarse, pudo sentir como una sanguijuela enorme prendida de la teta. Esa alimaña había estado tomándole la leche, escondida en la boca del bebé. Fue entonces que gritó por primera vez, y, arrancándose el animal con la mano, lo revoleó por el piso.

Cuando Tadeo entró en el dormitorio, Rosaura le gritó “¡Un bicho!”, y Tadeo se puso a buscarlo por el piso, abajo de la cama. De golpe, con una exhalación, quedó inmediatamente paralizado como lo vimos nosotros al entrar.

̶    Isidoro, ensillá el caballo y andáte a buscar a don Dante. –fue el rápido dictamen de don Atanasio, que siguió: Vamos a bajar a Tadeo y vos, Salustia, sacá afuera a tu padre.

Cargué a Tadeo en mis brazos, y lo llevé al porche de la casa, donde lo acomodé en una de las reposeras. La familia en pleno, con excepción de Isidro que ya galopaba bajo la luna, se acomodó a nuestro alrededor, en silencio. Por toda respuesta, don Atanasio nos dijo:

̶    Ya va a venir don Dante y vamo’j a ver que hacemos.

 

(Continuará)

 

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  • Autor: Julián Centeya (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 23 de febrero de 2018 a las 00:29
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 35
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