MIEDO

Y yo, la misma de los 19 años de vida, tengo miedo a este mi país.  Soy la misma niña con los mismos temores, solo que ahora están inscritos en la sociedad, pero le temo a la oscuridad de la injusticia que se comió la luces de la verdad, justicia y reparación; le temo al monstruo rojo con brazos pesados de extrema derecha y brazos torpes de extrema izquierda; le temo a los Drácula del congreso que chupan la sangre con nuestros impuestos; le temo al Diablo astuto que se encarna en cualquier político al que se le vende el alma por un tamal;  le temo al coco que me come todos los días por estar despierta  en un contexto que nos quiere dormidos; le temo al espanto de la llorona de la fuerza armada que aún no encuentran a sus hijos; le temo a las pesadilla de que soñar nos cueste la vida o el exilio; le temo a el fantasma de la lucha, precisamente por estar muerta.

Pero, sobre todo, está un miedo voraz en cada célula de mi cuerpo que se encarna en mi corporalidad y espíritu, ¿cómo no hacerlo? Si soy yo, otra con miedo, incapaz de levantarse y gritar la herida de mi tierra, yo soy la culpable de que no se avance lo suficiente, condicionada por el tiempo precario, la rutina soporífera, que me envía a la academia y luego a el trabajo. El miedo que me acorrala no es solo mío, si no otros tantos como yo. El ciego no puede ver, pero el que ve y no hace nada se ciega al cambio. 

Le temo a mi olvido y a ser olvidada. He respirado durante 19 años, no sé si he vivido.  Pero lo tengo que hacer, y para que cuando este cuerpo se quede inmóvil un legado construido desde el mismo miedo para el cambio social, desde mi cuerpo, desde mi espíritu, mis emociones, desde y con todos y todas, siga vivo, donde se evite el alzhéimer de la existencia.