Letanías al dolor

Pedro Verlaine

 

 

I

Oh, incesante corriente de carroñas oníricas,

transporte indecoroso de las masas rastreras.

Otro olvido, otro instante, para esta oscura fábula

que se relata desde las arterias del alma

y va independizándose de toda vacuidad 

recogiendo, en sí misma, la propia dependencia.

 

¿Quién me lanzó aquel golpe menos golpe que el golpe,

y el brazo menos brazo que aquel otro cansado?

Ahora, tal vez doliente, limitando, por fuera

la verde y obstinada fatiga de la inercia;

un cuerpo bajo un cuerpo menos roto, dos besos

encima de otros besos, y una voz entregándose

al exilio de muchas otras que ya no esperan.

 

II

Calle Wetstton, Monsieur Elouan preguntando

detrás de unos ojos rotos, la avenida

por la cual, horas antes, debió haber cruzado,

y que, por lo tardío de su péndola, intuyó descuartizado, 

las humildes maquinitas del suburbio de Ofwar. 

Por aquí debe ser –dijo- casi activo por la lentitud

que períodos antiguos le habían heredado. 

 

 Una mácula, un portillo,

 un atrio detrás de un joven;

 uno llegando, saliendo,

 arriba, las risitas burlescas.

 

 «Por aquí no es, por aquí sí es,

 por aquí no es, por aquí sí es»

 

 Hemos esperado suficiente.

 Las manecillas semi-detenidas

 hacia un reloj medio atrasado,

 ¿tan pequeño es el tiempo?

 

Hombres de aserrín, hombres de madera podrida

que los gusanos fortalecen mordiendo,

hombres que cavan y desentierran sus propias tumbas.

 

Habrá de ser, Monsieur, por lo intacto de vuestra esencia,

lo que la poderosa muerte ya no turba.

 

III

La modesta visita de los pájaros.

El universo ha atentado contra ti, oh exterminio,

oh fango venenoso donde se preñan las sombras;

regaladme este rostro tuyo, descolorido,

bañado por las riquezas de un infierno indecente,

aumentad, tirad, regad, llenad en mí

vuestro cianuro, oh vasto anhelo del llanto:

masoquismo, obsequio de las ostias,

decidme ahora mismo el lugar de tu sagrario.

 

IV

Lluvias noctívagas bajo el ojo de un abril y otro mayo.

Cuán dolorosa se ha vuelto la cojeada mesa

que espera súbita, su próxima escarcha.

Y los rumores de un cigarro que se encienden y apagan

descomponiendo las hélices de los que lo humean.

El grito obsesionado del silencio,

la voz que yace fundida bajo una almohada

y las mil ideas que avanzan redondas por las piernas.

 

Yo había colocado la lámpara en el suelo,

(ya no virgen como antes)  

mas en su aceite hirviendo

lengua y trapo.

Entonces yo, tozudo y caprichoso 

por la horrenda parálisis del escrutinio,

rodé bajo la percha, desatando un arbitrario escándalo

que habría de levantarme, tiempo después.

Qué es ese ruido -gritó mi madre- «Jeison,

Jeison, qué es ese puto ruido»

Precipitóse hacia una amplia boca, donde a oscuras

se extendía el nefasto aspecto de una niña,

quizá de unos doce o trece años;

insólito crujir de una mujer.

 

V

Y fue lánguida torre y tornadizo arfil.

El paraíso ardiente recobra su heredad

sobre una llaga abierta, que era hija.

Los siglos encadenados por la ignorancia y el miedo

han perpetuado la indecisión humana,

traen consigo la inconsistente esencia de las cosas.

 

Qué hacer, y qué dar por hecho,

a dónde ir, y por dónde llegar a lo establecido.

 

 

Jeison Villalba ©

 

 

  • Autor: Pedro Verlaine (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 25 de mayo de 2010 a las 23:17
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 65
  • Usuarios favoritos de este poema: ivan semilla, Paulina Dix.
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Comentarios3

  • ivan semilla

    ESPECTACULAR TU POEMA
    TE FELICITO
    ME LO LLEVO A FAVORITOS
    ABRAZO ENORME

  • KALITA_007

    ESTOY DE VISITA, Y ME DETUVE A LEER TU POEMA, ES MUY BUEN POEMA, GRACIAS POR DEJARMELO LEER..
    BESITOS…
    KALITA

  • felcasgo

    extraño, pero agradable , saludos.



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