La prosa de tu inolvidable amor.

Nadia Belén Almazán Andrade

Se enamoró de mi manera de escribir.

No podía imaginar lo que pasaba por mi cabeza para inspirar a esta alma inquieta.

Le intrigaba conocerme. Se llenaba de curiosidad, como un niño mirando máquinas

para hacer juguetes; lleno de cuestiones y facetas sorpresivas.

Era consciente de que esta vícitma del amor, era nada más y nada menos que un ser transparente,

sin tanta complejidad para permitirme conocer.

Su curiosidad incrementaba con cada nuevo encuentro,

con una nueva fotografía, una nueva risa,

un nuevo texto, con un nuevo andar

Se enamoró de la poesía que salía de mi boca.

Se enamoró de la poesía que salía de mis manos.

Se enamoró de la poesía que salía de mi cuerpo.

Su acercamiento sugería compartir, compartía sinceridad, compartía entrega.

Y accedí.

Se enamoró de mis cuadernillos llenos de palabras. Y yo me enamoré de su manera de leerme.

Se enamoró de mi manera de recitar. Y yo me enamoré de sus ojos brillantes al escucharme.

Se enamoró de mi curiosa y pésima manera de rimar. Y yo... yo, simplemente me enamoré de él.

Penetraba en mis poros con cada respiración cercana.

Él, no me tocaba. Se adhería a mi piel como la pintura en el óleo.

Encajábamos, combinávamos, éramos nosotros.

Éramos texto, éramos piel, éramos música, éramos arte.

No gozaba de mi físico... gozaba de mi alma.

No necesitó ser un caballero de categoría, con un alto nivel social.

De hecho,no tenía tanta pasión por la literatura, ni una maestría en alguna carrera universitaria.

Su tiempo era de calidad, sus prolongadas charlas e inteligencia promiscua. Era lo único que necesitaba de él.

Sugerirme músicos, viajar a determinados lugares y experimentar de la vida...

detalles que me llevaron a conocer a esa ave, libre y sencilla.

Conocí de su pasado. Acepté su presente.

Sensorial, intrépido e interno.

Y yo... una fémina rota y completa; llena de historias vulgares,

y una vida cotidiana; que provocaba que su piel se estremeciera con cosas vanales.

Tenía el apetito de mi sexo intelectual y mi perversa tranquilidad al escribir.

Al escribirle.

Se enamoró de mis besos y mis versos.

Con citarlo, lo besaba, y con besarlo le rimaba.

Al leerme, me tocaba y al escucharme, me sentía.

Le escribí un mundo de sensaciones, de locuras,

de anéctodas, de libertad unida.

Me miró desnuda cuando me leyó por primera vez.

Rellenó con renglones llenos de "te amo", por el espacio

inexistente de mi esencia y mis ganas de seguir parafraseando,

aún sin ningún sentido... lo atraparon.

Se sentía inefable al escucharme.

Él decía que mis palabras lo dominaban.

Pero ahora, escribíamos juntos esta historia tan llena de nosotros.

Escribíamos en Guanajuato, Ciudad de México, Guadalajara,

San blas, las estrellas, el universo, en una escuela, en un restaurante,

en un sillón, en una cama...

Y ocasionalmente corrigió mi ortografía, pero no corrigió mi vida.

Al parecer... la empeoró.

Su amor ciclópico me llenaba y me hacía dudar;

mierda, lo amaba.

Lo amaba sin medida. Sin cordura.

Le escribí. Le escribí y le volví a escribir.

Corregí con tildes, comas, espacios, renglones, sangrías,

nuestra historia, nuestra novela, nuestro cuento, nuestra leyenda...

una prosa interminable, una frase de tres palabras, un guión...

algo faltaba.

Al parecer... las oraciones comenzaban a cambiar.

Yo no lograba el objetivo de la historia.

Él no comprendía nada de lo que leía.

Intenté explicarle el texto... pero esta vez, ya no escuchó mis palabras.

 

Yo tenía el lápiz, él tenía anteojos.

Y supongo que ahí estuvo el error... también era necesario cambiar de papeles.

Que tuviese perspectiva de escritor, y yo de lectora.

Lo estropeamos.

Era un cuadernillo lleno de tachas, borrones y palabras mal escritas.

Él seguía amando mi poesía y yo seguía amando su distintiva manera de apreciar.

Que poco a poco disminuía.

Dejó de enamorarse de aquello que le llamó la atención en mi.

Ya no sentía nada al leerme, ya no le importaba mucho.

Tomé mi lápiz... y comencé a escribir.

Esta prosa incompleta.

Revuelta y confusa.

Una historia que no supimos concluir, de la manera que quisimos.

Y en la cual, no he tenido el valor de agregarle un punto final...

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Comentarios1

  • El Hombre de la Rosa

    Amiga Nadia te adornas con la pluma que borda tus versos de hermosura..
    Un placer pasar por tu portaL
    El Hombre de la Rosa



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