Capítulo 6 Montaña rusa 05/09/17

Natalia Aleiram

 

Y vuelvo a sentir que caigo, caída libre, pierdo los rieles del este tren. Caída libre hacia un agujero negro que siento que insiste en tragarme, no me dan ganas de pensar. No sé dónde los puntos van ¿Dónde van? hay miradas que hacen callar, yo quiero callar de tanto que hablo. Busco con quien hablar y al no encontrar en ningún rincón sombra de un ser, el cinturón de seguridad se desata y caigo de bruces. Caigo desde la infinita galaxia al suelo, se siente una presión en el pecho, un elefante, quizá dos, que pisan mi pecho… No hay con quien hablar, estamos el silencio y yo, siempre el silencio y yo…
siempre él presente destrozándome como si de una roca gigante cayendo sobre mí se tratase, una roca que cae sobre mí, sin posibilidad remota de huirle, Y vuelvo a subir, sostengo con mis manos en alto esa gran roca que pesa una tonelada, y como si de una hoja se tratase la voy bajando al suelo, olvido por un momento que hay más rocas por venir, digo ¿Para que pensar en eso? Y dentro de mí empieza arder una llama, que siento inmortal, y con ella las ganas de compartirla. Subo alto, veo como el valle se ilumina con la luz del sol, como cubre el viento la sabana con un manto cristalino de pureza, todo es bello. Me vienen ánimos de asir tu mano y camina tambaleantes por esa llanura inmensa llamada mundo, ebrios de tranquila armonía, ir a conocer sus montañas que lejanas no han de estar, no si cuento con tus pies, porque sí, el camino se vuelve más corto, y la penumbra, cuando quiera acercase, se cansará ella al notar que nuestra luz unida puede disipar cualquier sombra. Las caídas serán veloces, adrenalina en ellas, pero con la conciencia de que se volverá a subir, con la conciencia de que, si uno cae, el otro asirá esa mano con más fuerza y lo bañará sin ánimos desdeñosos de seguridad. Sí, nuestros brazos los cintos de seguridad.

El temor vuelve al hacerme consciente de que no está esa mano que anhelo con tanto ardo asir, que en esta montaña rusa voy sin compañía y con esto se vuelve tenebrosa, mis propios brazos los cintos de seguridad, un poco desgastados, dejados de seguridad, y me pregunto ¿Se pueden reformar estos brazos? ¿Se puede andar solo por esta aventura de caídas peligrosas? ¿Qué pasa con la llama que arde, cuando arde fuerte? ¿Terminará quemándome o se extinguirá? Me ahogo en preguntas que sus respuestas no consigo, me ahogo, me ahogo… El charco es de color negro, profundo. No se nadar, me hundo. Preguntas sin respuestas o respuestas que no son verbos, respuestas sin resultados.

 

Las caídas al igual que las subidas tienen distintas velocidades, todo mundo lo sabe, depende de su altura. Hay subidas tan inclinadas que parecen caídas, difícil de diferenciar, sientes que el tiempo se paraliza, y no sabes si subes o bajas, y el miedo invade cada célula de tu cuerpo… Complejidad suprema que hiela las manos, nubla la vista y distorsiona tus sentidos ¿Qué color es? ¿En dónde exactamente estoy? ¿Es esta mi verdadera voz?  
¿Quién soy?

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