El beso de Judas

Jules Jiménez

Caía la noche allá por alguna parte. Sólo sé que no sabía la hora, ni el día, ni en lugar. Sólo sabía que era una noche oscura como el negro azabache, y que entre las sombras danzantes del lejano cielo, pequeños diamantes blancos lucían como focos en la total negrura de la noche. 
Sólo sabía que estaba pérdida, sólo sabía que no estaba sola. 
No me giré lentamente con pánico, ni corrí aterrada al oír una respiración en mi espalda. 
Me giré con la tranquilidad de quien oye la voz de su madre convocándola. 
Estaba en una preciosa sala de rosas blancas por paredes y pétalos rojos por suelo. De grandes ventanales en cuyo cristal me reflejaba, y descubrí que mis vaqueros y mi camiseta grande desaparecieron, y que en su lugar había un hermoso vestido blanco, con detalles aún más blancos, si cabe. Mi castaña melena se recogía en un moño alto, sujetado por el tallo de dos rosas. 
Y, ahora en frente mía, me encontraba ante una hermosa y esbelta dama de tez blanca como la desgracia y vestimenta negra como el oscuro cielo que hoy nos acunaba. El viento soplaba fuerte contra las ventanas, y parecían sollozos musicales al oído humano. Como una desgarradora sinfonía de llantos y muerte. 
La mujer que ante mí se encontraba, no debía de tener más de veinte años físicos, pero algo en los ojos que brillaban bajo aquel antifaz de color marfil con detalles brillantes me dijo que su corazón era tan anciano como la historia. 
Ella lucía una brillante, larga y ondulada melena rubia, tiñéndose en mechones blancos allá donde los focos eran más intensos. Sus finos labios del color de la sangre no hacían justicia a la dolorosa imagen de riachuelos negros y finos extendiéndose por sus brazos, donde deberían encontrarse las venas. 
Si alguna música sonaba, no la oía, pues mi único mundo me sonreía de medio lado, y se balanceaba levemente llevándome con ella al son de alguna vieja melodía. 
Poco a poco, nuestros cuerpos se fueron acercando, y cuando solté sus manos para agarrar su cintura, pude ver mis manos teñidas de un color escarlata dolorosamente hermoso. 
Ella se inclinó, con una leve sonrisa, y depósito un beso en mi mejilla. "Ave, máster"susurró. El beso de Judas.

  • Autor: The monster (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 8 de septiembre de 2017 a las 04:18
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 18
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