Salvaje Byron

Alberto Escobar

 

 

Cuando a Byron leo
Me imagino estandarte
de libertad y reo
de cárceles que veo
ajenas bajo el arte
de a la vida cantar.
Byron se entregó
a apasionado batallar
que la muerte llevó,
que la muerte elevó
a leyenda secular.

Byron fue hijo del mito romántico.
Quiso beber de Oriente en
Occidente.
Dio su vida liberando a un pueblo
ancestral, semilla de civilización
que encarna el origen, la esencia
de nuestra manera de sentir y
pensar.
Recorrió España, sobre todo el Sur,
buscando los aromas de Alándalus,
de Carmen, y de todo aquello que
fuera efluvio seductor de libertad,
de vivir.
Afligido de hidropesía de fontanas
ígneas, de aromas telúricos que le 
aviniera con la muerte, ansiada
salida a tanto desfonde, a tanta 
vida dichosa, imaginada, recreada,
encarnada en amores que nacían de
sus libros leídos y vividos, aquellos
donde literatura y vida eran unidad
indisoluble, confusión y realidad
quijotescas.

Engreído y bello, era un hombre
completo.
Erudito, adinerado por su nobleza 
de cuna. Le gustaba ser el niño en 
el bautizo, el novio en la boda.

No consentía que nadie le hiciera
sombra -se entiende pensando en
Polidori, su médico y emergente
literato, que eclipsó su luz en la 
mítica reunión de Villa Diodati-.

Personaje desdichado en su
grandeza.

La desdicha solo cabe en la
inmensidad...

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