El color de unas devastaciones

Samuel Santana

En mi patria el color morado se ha convertido en sombra negra.

Oscurece el sol y detiene la lluvia.

El obrero está cansado, desesperado, aturdido y con los ojos tristes.

Los niños tienen los pies mugrientos, llenos de la putrefacción de las cañadas.

Débiles techos de cartón. ¿Soportaran los estragos de la lluvia en las noches oscuras?

Las flores moradas llenan los cementerios. Con sus siniestras raíces asfixian los ataúdes.

Sentado a la puerta de un destartalado rancho, como fantasma penitente, un viejo contempla el vacío del polvoriento camino.

Hay unas manos terribles que se llevan el pan, la medicina, los libros y el futuro.

Las figuras cadavéricas en las paredes de las calles están pintadas de una mezcla entre blanco y rojo.

Me aterra el violeta.

Ojala despierten en la plaza la voz de los maestros, de los doctores, de los obreros y de los hombres maduros de conciencia.

En las iglesias los curas deben prender los cirios y las ancianas rezar el Padrenuestro.

En las oficinas moradas el pueblo no tiene derecho a nada. 

Los jóvenes deambulan sin trabajo.

Ah la patria. Mi patria.

¿Cuándo llegará un alba de ilusiones?

En ocasiones quiero caminar con una máscara de hierro para no mirar el dolor.

Pero nadie sabe hasta cuándo cargarán la cruz del Gólgota.

El resplandor morado no deja ver el horizonte.

Las puertas están cerradas.

Los buitres picotean y se llevan todo en las garras.

Voy por el Conde y me pregunto quién rendirá puro respeto al altar de los héroes.

Todo está comprado y todo está vendido.

Ayer fueron los tiranos y hoy son los tecnócratas de trajes almidonados.

Patria mía, estoy enfermo de tu tristeza.

 

Hartford, abril 2017.

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