Habana Vieja

Alberto Escobar

 

 

Paré con la mano derecha al viento un Chevrolet 
amarillo en pleno Malecón, a las nueve de la tarde,
ya besando el crepúsculo, y lo dirigí a la calle
Obispo, en la famosa Habana Vieja.

 

Me disponía a disfrutar de una fiesta de salsa y
rumba con aderezos de mojito y esencias de daiquirí,
salpicada con el encanto de Rosana y sus amigas,
que conocí en el aeropuerto de Barajas en una pirueta
del destino.

Iba enfundado en un traje blanco marfil con zapatos a 
juego y un sombrero de paja típico, un canotié con una
cinta negra.


Me sentía como un maragato que fuera al famoso
programa de Televisión Española llamado"Gente Joven"
,que solía ver en mi primera niñez, allá por los balbuceos
de nuestra actual democracia.

Entré en el local, que estaba dispuesto para la ocasión
con mucho gusto, me encontré solo; la música sonaba
como si una banda la fabricara desde un foso oculto,
las bebidas desfilaban sobre la barra del bar sin camarero
que moviera las cocteleras, y además oía las voces de mis
amigas sin que pudiera dar crédito a mi ceguera.

 

Sentí como si mi piel fuera el reverso de un pergamino
escrito en innumerables ocasiones por el sarcasmo de
la fortuna, que se me antojaba adversa hasta el tuétano
del instante.


Me dejé prorrumpir en llamadas de socorro, pronunciaba
el nombre de Rosana cual advocación mariana que se me
apareciera sin previo aviso, pero la respuesta brillaba por
su ausencia.

Me adentro en lo íntimo del bar, descerrajo habitaciones,
husmeo el quid del conjuro que se escribía en clave de
broma macabra, sin éxito.

 

Me siento delante de un piano que tocaba solo, por Compay
segundo.

 

Vivisecciono cada olor, cada sabor a mi alcance, sin hallar
paraderos.


Aterciopelo cada sofá, cada cojín, con la mojada yesca de
la palma de la mano, sin encontrar calor humano, ni siquiera
miasmas de rencor.

 

La membrana que recubre mi capacidad de sorpresa se
expande hasta
casi romperse...

Dado por vencido salgo con el rabo entre las piernas, sin taxi
que me devuelva a la realidad. ¡Menos mal que suena el reloj!
Son las siete de la mañana. Apago la alarma. Voy a desayunar.

 

Ver métrica de este poema
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos Novedades semanales




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.