YO

CARMEN QUINTEIRO

 

 

 

 

El lamento de una flor,
el eco bajo un puente,
el tarareo de alguna canción pegadiza,
cualquiera de tus sonrisas,
las gotas de lluvia de una tarde de octubre
o el escalofrío de un pasillo a oscuras.
Soy de guardarlo todo en cajitas.

Árboles para subirlos,
ser dragón en las alturas
y luego bajar para contar la historia, no para dibujarla;
no trazo dibujos en mi repertorio: llegué demasiado tarde a esa entrega.

Nunca lazos de raso,
ni en el pelo, los vestidos o el alma;
y si no, preguntadle a mi madre por mi infancia y nuestras batallas.

Que adoro el viento en la cara
y desde que aprendí el cómo
nunca he dejado de leer lo que trae cuando se viste de tormenta.

Botas para pisar charcos
y el resto, descalza.
Y cualquier baldosa de cocina o de acera
para echarle un baile.

Ganas de reír
de llorar
de gritar
y de enredarlo todo para hacer otro poema. Eso siempre.

Y que no todo vale
pero sí hacerle trampa a los miedos
para que no hagan nido en mí.

Cable rojo o azul
sin mapa ni instrucciones
que por eso a veces salto en mil pedazos;
pero cuando no,
aprovecho la tregua
para vestir vidrieras con los restos de mis naufragios.

Y que sigo tapando huecos
con lo que me traje de la infancia en los bolsillos.

Sobre la rama de cualquier árbol,
y entretenida, ya sabes, con cualquier historia,
así, a sonrisa y media del suelo,
no me busques en ninguna otra parte.

                              

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