Los fallecidos (Eneasílabos)

Abraham Emilio

Al abrir la más vieja puerta,
en su cuerpo bello diviso
a la novia que me quiso,
se hallaba muerta, muerta...¡¡¡Muerta!!!

Se detenía el corazón,
fue perdiendo temperatura,
fue albor crüel de aquella oscura
noche que nunca da perdón.

Sabía, anunciaba una loba
por allá aullando sobre el monte,
entre el cielo y el horizonte
al valladar, cerca a mi alcoba.

Y Su carne palidecía,
era su aroma de crepúsculo,
porque era increíble y mayúsculo
dolor que solo yo sentía.

Abrí la mirada a engañar
a mi conciencia por un sueño.
¡De nada somos el düeño!
a una muerta se puede amar...

El ataúd, la flor violeta,
un camino e ir sin la amada,
inmenso dolor fue arraigada
como Romeo sin Julieta.

Adiós dije al abrir la puerta,
repentino, ya había muerto,
dormía ella en un mundo huerto,
todos le decían "la muerta".

Y entre almas y los vinos libo
con una hespéride incïerta.
Ella estaba sin alma, muerta
¡¡No supe si yo estaba vivo!!

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