Aquella noche, en que por fin su ayuda
me quiso dar Amor, de tu aposento
crucé el umbral con paso blando y lento
y en tu lecho te vi dormir desnuda.
"Es mi oportunidad -pensé-, no hay duda",
llegué a tu cama edénica al momento,
tomé sobre sus sábanas asiento
y audaz acaricié tu carne muda.
Muy pronto, con un íntimo contacto,
forcé tu despertar, y tras el susto
noté que mi presencia y que mi tacto
vergüenza no te daban, ni disgusto,
de modo que iniciamos en el acto
el acto en que se alcanza el sumo gusto.
Osvaldo de Luis
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