La muerte también perdona.

Arsenio Uscanga

Puede que al final de su vida pudiera reivindicarse, que alcanzara aquella noche entre el aroma de azaleas, lilias y jazmines a reconciliarse consigo mismo y esa maraña de ideas, sentimientos y anhelos que trajo encerrados en su ahora extinta existencia corpórea. Le llegó la muerte, como el granizo que estampa sobre las ciudades que nunca han mirado días privados de calidez, de manera espontánea, sorpresiva, con lasciva crueldad permitiéndose jugar con su último suspiro como lo haría un gato al atrapar un jilguero, le arrinconó ante el abismo de tantas muertes que resignado tuvo que arrojarse a la suya.

Así, mientras su cuerpo se entregaba a los caprichos del abismo y a la gravedad misma, en una caída vertiginosa minada de objetos intangibles, sueños inconclusos, amores irresolutos y cadenas de prejuicios, La Muerte suspiraba en su oído todos aquellos momentos preciados que jamás alcanzaron el breve triunfo de la existencia, a causa del jodido miedo al que jamás pudo hacer frente.
- ¿Ya ves? Tantos miedos te jodieron el sueño, la carrera, los proyectos, el sexo en las manos de mujeres maravillosas, tan recto y tan pendejo, ay mi gitano sin libertad. No cogiste por miedo de contagiarte la lepra de Madagascar, no comiste por temor a contagiarte con la fiebre de Huletri, no volviste por miedo al rechazo a tu presencia retornal. Tu falta de valentía y coraje te fue jodiendo la existencia misma, y ahora mueres como si nunca hubieras existido. Irónico que aquello a que no le temes, sea lo que te arranca la vida- le dijo exhalando un aroma pútrido y al mismo tiempo floral en cada gesticulación-. Las manos tiesas colmadas de hueso frío le acariciaban el rostro, y en cada tacto sentía como de aquel espectro con alas descarnadas surgía una tumulto de gusanos y sabandijas que comenzaron a recorrer su cuerpo.

La idea de morir en vida le pareció nefasta, ¿o acaso era una muerte sin finito?
El hecho de ser consciente de su propia muerte le produjo enormes arcadas, o quizá, permanecía lúcido mientras fenecía, le sometió a violentas convulsiones sentir recorriendo por su espina dorsal la defenestración del alma. Lo abandonaba rasgando la piel cuál si fuera una traza de papel, y en cada ruptura emanaba un pus vomitivo de apariencia negra y lechosa, que comenzó a derramarse lentamente sobre la piltra de caoba necrosando todo a su paso, el ambiente de aroma afrutado pereció, aquella luz que emanaba de la luna fue devorada de pronto por la vorágine del líquido corrupto. Aún estando atado a su lecho, no podía dejar de sentirse en precipitada caída.

De pronto, golpeó contra un mar negro, cuyas espesas olas tenían la densidad de cera que se reblandece bajo la fragua del fuego pero no pierde su firmeza, sin embargo el olfato le arrebató esa ilusión, había en el ambiente una mezcolanza de todas aquellas cosas que detestaba: apestaba a ardid, a incongruencia barata, sudor de esfuerzos infructuosos, la dulzura de falsas buenas intenciones, un perfume dulce que de manera perpetua le dejo en la boca sabor a mierda. Pese a la bravura del mar el cuerpo se mantuvo a flote al final de tan prolongada caída, todo era obscuridad y llantos de animales, ¿O quizá eran lamentos de ánimas condenadas? ¿Acaso serían los cantares de ángeles? En la repentina obscuridad es imposible percatarse de la realidad en la que se encuentra uno inmerso, los ojos que alguna vez nos develan paisajes, pueden jugarnos malas pasadas, inventándose demonios dónde solo hay vacíos, y el oído se azuza tanto que de pronto oye esas conversaciones que jamás tuvieron principio, y por ende carecen de fin. Así lo comprendió, e hizo el infructuoso esfuerzo de clausurarles la oportunidad de divagar en inventivas demoniacas.

Entonces volvió La Muerte, se posó sobre el cómo un águila en un peñasco y desgarró con su guadaña la indumentaria que poseía, el peso de mil holocaustos comenzó a hundirlo lentamente en el cavernoso océano, ya no era la muerte amiga, confidente, ni ángel, era un verdugo inclemente, que comenzó a golpearle con la saña de quién se cobra viejas afrentas del pasado, le escupió en partes del cuerpo en las cuales aún conservaba el tacto provocándole dolorosas pústulas que aumentaron la agonía, para después, tomando forma de mujer tomar su miembro y penetrarse de manera religiosa, aquello fue el comienzo de la muerte dolorosa y lenta, en cada vaivén se le iba la vida, la sangre se le arracimó en el corazón impotente, las ideas se nublaron, la consciencia se desconoció a sí misma, cada tendón del cuerpo reventó preso del estupor, todo fue víctima del dolor que se le atrancaba en ese lastimoso limbo, las constantes vejaciones le hicieron desvanecerse, hallándose en un sueño profundo recreó los momentos anteriores a su muerte.

Se miró caminando con destino a su hogar después de un largo día de trabajo, no tenía siquiera juicio del despertar, su vida era un constante olvidar hechos intrascendentes, días triviales, pedazos de vida colmados de irrelevancia, al llegar al corredor cubierto de mosaico coral pudo ver al viejo perro grisáceo correr a recibirlo con ladridos que se brindan a los desconocidos. -Carajo, parece que después de tantos años, no merezco una bienvenida decente a casa.- pensó para sus adentros.- le acarició de manera comprometida para apagar su ímpetu de guardián. No quiso cenar, en realidad no contaba con apetito suficiente y se negaba a forzar al cuerpo a labores de digestión innecesarias, tampoco durmió, no se animó por conciliar el sueño en ese cuerpo negado al reposo, hasta el momento en que totalmente vencido pereció a los brazos de Morfeo, en una noche triste y gris a su parecer, poca importancia tuvo que los pinceles de la vida hayan pintado la mejor noche de todas, con retazos de Picasso, Monet y Dalí, la ignoró por completo para sólo entonces despertar sintiéndose juicioso de su temprano fallecimiento, mientras, La Muerte culminaba su éxtasis sexual, explotó ululando frases en un idioma arcaico y gutural, salpicándolo todo con sus fluidos de agave rancio pero con resabio de vida aguamiel, el vórtice de la marea lo había consumido casi por completo, sobre el se encontraba La Muerte observando los últimos intentos de un cuerpo inmóvil por no sumergirse en olvido, de pronto en un arranque misericordioso, la guadaña platinada impactó contra su torso y le apago todos los colores del universo.
- Estás muerto en vida, mañana al despertar todo esto será otra pesadilla en el anuario, pero créeme, ahora mismo te he mostrado una de las maneras más sutiles de disminuir a los seres humanos, en nuestra próxima reunión no hay retorno, vive, asómbrate, ama porque nada de esto existe una vez que te tome de la mano-. Exclamo con voz cavernosa el Ángel de la muerte. Finalmente se esfumó entre el sopor del mar negro que ahora se evaporaba y de pronto se hizo el día.

Despertó envuelto en pasmos y contracciones en el pecho, pero colmado de vida, un deseo indestructible de vivir su propia vida, y no dejarse morir ni siquiera un segundo.

 

 

 

 

 

  • Autor: CALV. (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 31 de diciembre de 2016 a las 00:49
  • Comentario del autor sobre el poema: Es un placer compartirles mi primer cuento. Espero que lo disfruten tanto como yo disfruté escribirlo. Cualquier comentario que pueda ayudar a enriquecer mi estilo es bienvenido.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 43
  • Usuarios favoritos de este poema: un poeta lirico, anbel.
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Comentarios1

  • anbel

    Me encantan los cuentos. Un abrazo y feliz año 😄.

    • Arsenio Uscanga

      Muchas gracias Anbel, feliz año, perdón por la demora, he estado un poco ausente.



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