Como la vida

Esteban Mario Couceyro

 

Es una historia de amor, desconocidos entre ellos llegan a un bar, por sendas citas a ciegas, concretadas en internet.

 

La casualidad,tiene esas cosas, que van más allá de la realidad de cada uno de los personajes.

Ella, Carolina, una mujer de algo menos que una cuarentena de años. Bella de buen porte, con la simpleza que da muchos años de estudio en ciencias duras.

Él, Julián, un cincuentón, al que la vida dejó huella de cada lugar vivido, vestido con gracia y patente de señor. Sus cabellos canos, hacían juventud en un rostro risueño tostado por el sol del descanso prolongado.

 

Ya son las veinte horas y por esta época del año, apenas se está escapando el sol, por entre las ramas de los árboles de la plaza.

 

Los dos miran sin ver, por el escaparate del bar, sus mesas están contiguas, ellos enfrentados, se fuerzan por no mirarse.

Sus cafés, se enfriaron y fueron tragos demasiados largos.

 

Ella para sus adentros, reflexionaba sobre qué estaba haciendo allí, sola como toda la vida, sola, quién sería tan estúpido de no acudir. Le pareció un tipo normal, un hombre, una mercadería escasa por estos tiempos.

Ya estaba harta y pensaba que de seguir esperando sin huir, echaría por tierra las estadísticas de una situación similar, además de ser el designio de sus amigas, por cierto todas solteras, como ella misma.

 

Él, miraba a cada instante el reloj, con algo de impaciencia, controlaba el celular, el último mensaje en que coordinaban el encuentro.

Miraba por la vidriera, deseando verla llegar, mientras la insatisfacción ganaba su estómago y ascendía en fuegos por la garganta.

Hurgó en el bolsillo interno del saco, sacando un antiácido

que hizo burbujear en el vaso de agua.

Mientras o bebía, maldecía su destino perdedor, tratando de justificar la ausencia, con rebuscadas posibilidades que siempre culminaban en su inexplicable destino.

Afuera, por la calle pasaba ruidosamente una ambulancia y ella sobresaltada miraba, pensando si en su interior iría Carlos…

Él, al sentir la sirena, inundando de sonido el instante, dejó regurgitar discretamente su estómago, con gran alivio pensando en que alguien en esa ambulancia, estaba en peor situación que él.

Aburrido de la espera, comenzó a mirar a la mujer de la mesa contigua, especulando sobre su vida y razones que la tenían en ese bar.

 

Es bonita, pero visiblemente está alterada por la espera,

de alguien que no llega, ya tiene tres servicios y no veo que logre mantenerse por mas tiempo serena con la visual de la vidriera. En cierta manera está como yo…, quizá la dejó plantada su mejor amiga, puede haberse ido con algún programa más saludable, que una amiga amargada.

Parece una mujer agradable, ¿si la dejó plantada alguien que conoció…?, no, no puede ser eso solo me pasa a mi.

 

Ese tipo, no hace más que mirarme, lo que me faltaba, uno se presenta a la cita y otro quiere abordarme, vaya una a saber por que. He juntado tanto líquido que deberé ir al toilette.

Me levanto y salgo de la visual de este sujeto que me está mirando.

Pasé por su lado y huele bastante bien, buen gusto para el perfume…, ¿esperará a su novio?.

 

Ya me cansé, ¿como la abordo?, no parece una mujer común, si me acerco, sale corriendo.

 

Él se levanta y paga la consumición propia y de la misteriosa dama, retirándose del bar.

 

Ella, al retornar al salón intenta pagar. Su rostro se transforma inicialmente disgustado, para concluir en una insinuación de sonrisa.

Mirándose en el espejo de la puerta, se retira sin más, dejando abandonado el escenario de tantas horas de espera inútil.

 

Afuera, un hombre con un ramo de flores se cruza con ella, hay un espacio de tiempo quieto y espeso, indefinido de continuidad, hasta que los dos se retiran caminando, cruzando la plaza como si la misma fuese la vida.

          

  • Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 23 de diciembre de 2016 a las 09:19
  • Categoría: Amor
  • Lecturas: 43
  • Usuario favorito de este poema: anbel.
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