Un cuento de amor inconcluso

Esteban Mario Couceyro

El mismo viaje de cada mañana, ocho en punto, supongo que siempre coincide que se abre frente mio, la primer puerta del segundo vagón.

A esa hora, por fortuna, viaja poca gente y tomo asiento en el lado opuesto, con todo el asiento a mi disposición.

Elijo ese lugar, pues viajo orientado hacia atrás, como repasando lo vivido, viendo alejarse cada instante acumulado uno tras otro.

 

Como desde hace un mes, aprovecho para escribir un cuento de amor y el viaje de cada día, me lleva a observar personajes y situaciones que imagino en cada uno de los pasajeros.

 

El primer asiento de la izquierda, es una posición dominante, veo a los demás pasajeros e imagino sus vidas, por detalles que me parecen lógicos y hasta a veces caprichosos.

 

Por momentos, el vagón, se transforma en un pequeño universo, del que no me creo responsable.

Ya me senté, acomodo la mochila y un paraguas  a mi lado, para evitar que alguien se siente, en el lugar vacante.

Delante mío, hay un hombre corpulento, que dormita con ostensible sopor, dejando abandonada su quijada a las leyes de gravedad.

 

¿Cómo será vivir con semejante porte?, me imagino ir llevando por la vida, un paquete de cincuenta kilos…, me falta el aire.

Llegamos a la primer estación y como nunca sube mucha gente. Miro por la ventana, abro un poco y el aire fresco inunda con aromas de máquinas y madreselvas, cuando un... -Me permite- sobresalta mi ensimismamiento.

 

Una mujer, pretendía sentarse a mi lado. Hice un análisis rápido del vagón y vi que estaba todo ocupado.

Sin duda, contrariado y con algo de torpeza, retiré mis cosas liberando el sitio.

 

La mujer ya instalada, hizo unos pequeños carraspeos y me pidió que cerrara la ventanilla, pues los aires frescos le molestaba, ya que dejaba atrás una pertinaz angina.

 

Yo la escuchaba, con amable paciencia, mientras la miraba pensando qué edad tendría.

Rondaría los cuarenta, pues sus manos ya habían tomado la estructura dramática que dan los nudillos incipientes de la adultez.

Viste con agradable estilo, un vestido claro mono color en un amarillo pálido. Con un saco de anchas solapas y generoso escote, en color guinda, no dejaba opción a no verla.

Cabellos cortos enmarcan lo armonioso de sus rasgos. Ligeramente pelirroja, con pecas discretas y adorables, en los pómulos.

Las manos de largos dedos, sujetaban un bolso de cuero gris, con firmeza, como si en el bolso llevase la vida.

Siempre me interesaron los pies y en esta mujer, estaban calzados en sandalias, sin excesos con equilibrio al porte, de una altura adecuada al hombre medio.

No veía joyas, ni de las verdaderas o de las falsas, ella no necesitaba brillos mayores que sus ojos, a propósito, de un color ambarino claro, realmente llamativos.

El traqueteo del tren, se hacía intenso, alterado cada tanto por el cambio de vías con la consecuente sacudida.

 

Cada vez que esto ocurría, sentía su aproximación al contactar su hombro al mío.

La segunda vez, la miré encontrando su rostro chispeante con una disculpa a flor de labios, de un rosa pálido, ausente de maquillaje.

 

No sentí qué decía, solo veía moverse los labios, ausente de la realidad.

Debía contestar algo y mi boca solo pudo sonreír.

 

Turbado, deseaba verla con detenimiento, evaluarla con desparpajo, como si fuese Dios mirando su reino.

 

Entonces sí, comencé a decirle palabras que ignoraba a dónde llegarían, quizá con algo de rubor acalorado, pues quise disimular la situación, abriendo la ventanilla.

El viento de inmediato, invadió nuestro pequeño mundo y ella agradeció el aire, levantando la cabeza para exponer el cuello de suave curva. Mis pensamientos se deslizaron por esos territorios, como un campeón de esquí.

Llegué en abrupta caída, al borde del escote y avergonzado levanté la vista, con algo de sonrisa cómplice.

Ella se dio cuenta y solo atinó pasar su mano, desde la pequeña oreja, lentamente, hasta el escote. Quizá queriendo rescatar al esquiador perdido.

 

Hubo un gran silencio, donde no atrevía la mirada ni la palabra

increíblemente me encontraba atado, petrificado, espantado de una situación que me colmaba de realidad.

 

Ella, enigmática, hermosa e irreal, a mi lado, tanto que hasta he podido hablar, intercambiar miradas, sentir su aroma.

 

Si le insinúo interés, cómo reaccionará, gritará enloquecida ser víctima de un acoso.

 

El tren, lentamente aminora la marcha, llegando a la próxima estación, siento un vacío enorme, me bajaré aunque no es mi destino y así aliviaré…, cavilaba esto, cuando siento su mano

que tomando la mía con franqueza, para decirme algo.

Giro la cabeza, enfrentando su mirada, en tanto el corazón se dispara como un cohete…

 

Mudo solo la miraba, ella sonriente con voz apenas audible, me saluda agradeciendo la compañía, pues bajaba en esa estación.

 

Mientras se preparaba para descender, yo no podía articular pensamientos ni palabras. Las manos, el cuerpo, todo me había abandonado.

Solo la veía descendiendo los escalones y su cabellera rojiza, pasar de ventana a ventana.

 

Ya el tren arrancaba cuando un hombre, el último, se arrojaba sobre el andén corriendo como una exhalación por la escalera de salida.

 

En el vagón, en el último asiento a la izquierda había quedado abandonado un cuaderno junto a un paraguas, con un cuento de amor inconcluso.

 

 

  • Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 11 de diciembre de 2016 a las 10:45
  • Categoría: Amor
  • Lecturas: 41
  • Usuarios favoritos de este poema: Kalianali, anbel.
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Comentarios1

  • anbel

    Me encantan tus historias... Y ésta bien podría ser real.Linda y para nada inconclusa. Me gustan los finales felices y yo ya tengo el mio. Mis felicitaciones, siempre un placer leerte 😄.

    • Esteban Mario Couceyro

      Anbel, lo inconcluso fue el cuento..., o la vida que corrió por el andén...
      Lo cierto, o no tanto, es que subido a ese vagón encontré el cuaderno, enamorándome de la pelirroja sin haberla visto jamás, además de lo intrigante del contenido de su bolso.
      Llevo tiempo viajando, sin saber de los personajes..., además te cuento que el cuaderno estaba en blanco.
      Un abrazo intrigante
      Esteban

      • anbel

        el cuaderno estaba en blanco....pero los personajes tienen todo el tiempo que ellos deseen, y eso se lo da el lector, para que sus vidas no lo estén...Otro para ti...



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