Mi mirada jamás se equivocó, no duda de tu mirada. No sabría que me llevaría tan lejos.
Sino hubieras tenido la mirada que reflejaba lejanía, tristeza y espera; tal vez no me
fueras gustado.
Esa mirada, simplemente tu mirada, que atrapó mi desdichado cuerpo.
Mi cuerpo fue como una pluma, que la llevaba el viento del destino.
Y me dejó caer ahí, en los campos de tu amor, en tus brazos de ternura infinita.
Calmasté y a la vez pusisté en duda a hombre taciturno, loco.
Fuisté un ocaso de primavera en los desiertos de mi alma.
Y sé que caminaré contigo, ya vi tus campos. Y ahora recorremos los míos.
Aquélla vez que ardí, que me temblaba el cuerpo, esa vez no tuve duda de tus labios.
Mis ojos y tu mirada, mi mirada y tus ojos.
Una noche me dejasté ver el fulgor de tus ojos, como antes del derrame de las lágrimas.
Te vi niña, contenta, desbarata en ese momento: mis ojos no se equivocaron.
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