EL MENDIGO

Reyshell Mendez

 

Una lluvia mezquina, pero terca,
Empapaba el asfalto de la arista;
De esa esquina preñada de limosna,
De un cuerpo abandonado por la vida.

Los harapos arrastran ese cuerpo
Que obedece sumiso, resignado;
Nada pide ni exige, ni protesta,
No siente dolor, ni odio, ni fracaso.

Su mirada, teñida de tristeza,
Desértico paisaje de la nada,
Se posa sobre el suelo consumiendo
El trágico pasar de las mañanas.

Extiende el brazo, casi por instinto,
Y así pasará las horas enteras;
La vida para él es una prisión;
Y la temida muerte una quimera.

Sus labios siempre están prietos, sellados,
Ávidos de mutismo, como ajenos
A sus propias ideas, que encarcela,
Quizá para no herirse con sus sueños.

Apoyado en su esquina ve al olvido
Pasar junto a él, sin parar siquiera;
Sin saber si lo habrá reconocido,
O si a la vejez nadie la recuerda.

Sigue la Plaza, la fuente, la esquina,
Y el mendigo no llega, mas es la hora;
Quizá la muerte lo haya recogido,
¡Y ahora aquella esquina está tan sola!

Autor anonímo

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