¿Esta mirada tuviste hermosa,
tú ciudadana de Troya, Helena
de Esparta, y esa rubia melena
larga, rizada y más caudalosa
que aquel río que el tiempo no frena
y que en su correr nunca reposa
hasta que el piélago lo enarena?
Si tal Menelao te retuvo,
¿por qué no cuidó de ese tesoro
más que del distante ultraje y el oro
de los dárdanos que no contuvo?
Pero ya sé por qué no te mantuvo
lejos del parisino desdoro:
por las ganancias que de ello obtuvo.
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