24 de agosto de 2016

Honestamente no sé qué hacer.

Corrección.

Sé que debo hacer, pero no quiero hacerlo.

Desde hace unos cuantos meses que nuestra relación ha perdido la magia, ha perdido la emoción con la que al inició nos cautivó a ambos. No sé si fue ella. No sé si fui yo. Ni siquiera sé si reamente existió esa magia y esa emoción o sólo fue una ilusión en mi mente (cosa que ha pasado antes y por lo cual está entre mis principales opciones). El punto es que ya no me siento de la misma manera en que me sentía en febrero, abril o incluso en mayo. No. El dulce sueño en el que vivía (y que me parecía eterno) ha terminado. Sólo me quedan migajas. Inservibles trozos del pasado que no hacen más que recordarme cómo todo se ha vuelto una oscura pesadilla llena de vacío y tristeza.

A pesar de esto, sigo intentándolo con ella. Seguimos hablando, escribiéndonos. Seguimos haciendo exactamente lo mismo, sólo que sin amor ni emoción. ¿Y porque lo seguimos haciendo? No puedo hablar por ella, pero yo lo hago por costumbre y miedo a la soledad. Prefiero pretender que aún estamos en la luna de miel y construir un muro de mentiras que me protejan de la desoladora realidad, a aceptar la única verdad que todos saben, incluyéndome, pero que no acepto, y por lo pronto no aceparé: ella ya no me quiere, o talvez, nunca lo hizo.

Alvaro Bautista