CUENTO DE UN LLANERO

mariano777

 SIMON BOLIVAR

 

¡Qué buena monta trae el caporal!. ¡Que ni fuera de aquellos regios potros de Castilla, la Real!.

Viene de un arreo cabalgando un ruano cabos blancos desde el límite oriental.

Hace rato que necesita detenerse; y por eso volea la pierna y se baja del caballo.

 Cuando pisa el cuerpo blando, la mapanare (1) se enrosca, y con la cabeza en ristre tira como un latigazo la mordida.

Dos pequeños brotes enrojecen la piel de su tobillo y un fuerte ardor le hace contraer el gesto.

 

(1)Bothrops atrox, mapanare. Una de las serpientes más venenosa del norte de Sudamérica.

El machete parte a la víbora en pedazos y el reptil queda enroscándose en el pastizal entre la sangre, cuando el jinete vuelve a montar.

Es un habitante de la llanura del gran rio, de la planicie intertropical de la cuenca del Orinoco que comprende vasta zona de dos países. Conocida en Venezuela como Región de los  Llanos Y en Colombia como Llanos Orientales.

El llanero es  el gaucho, el huaso, el cowboy y el charro mejicano.

Se siente naturaleza y es lo mismo, para él, la laguna, el brillo del Sol, la fuerza del rio, la tempestad que golpea su rostro al galopar o la mordedura de la víbora; la intemperie es su lugar.

Es hombre de perfil delgado, de porte esbelto, ojos oscuros de mirada franca, la piel suavemente canela y de labios distendidos como ofreciendo el principio de una sonrisa amiga.

Vuelve a su bohío evitando las horas más violentas del gran Sol de la pradera.

Se dirige a un pueblo a 100 kilómetros al este de Villavicencio. El jinete es colombiano. Y el caballo ruano que monta se llama Simón Bolívar.

Lleva alpargatas lugareñas con hebilla en el talón, pantalones livianos a media canilla y camisa suelta de algodón, sujeta por una faja que estrecha su cintura.

Cruza su espalda una escopeta en bandolera y el machete se  acomoda al costado.

El sombrero es un fetiche, un símbolo, un orgullo para el hombre de esa tierra; y el que calza ahora, una belleza de la artesanía tejido con fibras finísimas de manantiales y de las ciénagas de la costa del Caribe.

El pequeño poncho le sirve mas para apoyar su cabeza cuando duerme o descansa, que para abrigo, en las noches estrelladas.

El agudo dolor y la tumefacción ya han subido por su pierna hasta la ingle y dos puntazos insoportables en los testículos lo estremecen.

Siente mucha sed, y cuando vomita, la náusea y las violentas   arcadas lo doblan sobre la crin; respira mal y está al borde del desvanecimiento.

Nota el pecho oprimido; se le producen fuertes palpitaciones; la garganta, la lengua y el paladar se le secan y le parecen de papel o de cartón.

Va el jinete por la ardiente inmensidad temblando de frio, aunque lo está abrazando el calor tropical.

Ya está muy avanzado el día y los buitres, entre remolinos  y espejismos que ruedan en la soledad, esperan con paciencia por el hombre herido bajo el Sol furioso.

Se le nublan los ojos y se van borrando los perfiles de los pajarracos de su visual y  no oye los chillidos que baten la gula de las aves carniceras, volando en derredor.

Todo se desdibuja entre el resplandor de la resolana, el ardor en la piel fría lo atormenta y la diarrea anuncia que no está lejana.

En cuanto la ponzoña termina de invadir su cuerpo entero, el cerebro se enturbia rápidamente y se sumerge en los beneficios del desmayo.

Aunque el  ruano marcha al paso, pierde el equilibrio y su pie hinchado se va hundiendo en el estribo en una suerte de horrible masacre de sangre y carne entre el vuelo de los moscardones hambrientos del estado colombiano del Meta.

Cuando el hombre cae desvanecido de la montura, el caballo ya tiene la decisión tomada y suavemente lo sigue arrastrando por el llano colgando de una pierna en el estribo.

El  sombrero saluda por última vez al jinete y se queda mirando al Sol, y después quedase con la Luna y  las estrellas hasta que vuelve el día. Él también está solo.

Simón Bolívar  lleva paso a paso al amigo de noches profundas y de días de  soles grandes, de distancias largas y de tiempos que no se acaban, y lo seguirá llevando.

Colgado del estribo, a pleno calor, el caballo lo lleva, para que otro hombre pueda curarlo.

Ya no siente. Ya no sufre. Solo delira. Y van apareciendo como pantallazos las imágenes felices y tristes de su vida.

En la vaguedad de su conciencia se ocurren épocas de grandes arreos en la inmensidad del paisaje cruzado por mil afluentes y mil ríos, por lagos, lagunas, ciénagas y multicolores oasis con aves, flores, víboras e historias y leyendas de la llanura entera.

Sus manifestaciones de la danza, de la música, de los poemas, de sus fiestas tradicionales…Todo es un exponente del brío, de la honestidad y del honor del alma llanera.

 

 

El jinete es el personaje de la planicie, del arpa y del cebú, es fiestero y romántico; baila y enamora; es parrandero y en la guitarra llanera hace brotar el joropo; y las coplas  las dedica a las mujeres, al caballo y a la inmensidad que deslumbra su emoción. 

Tiempos de amores, de crisis y de guerras. De lazos y de vaqueros. De carreras de caballos, de pialadas y de fiestas de la patria.

De juergas, de amigos y de tragos.

Simón Bolívar es un caballo con estirpe de Andalucía  y trae en sus venas sangre moruna, pero su alma es toda llanera; era el compinche de Sol y Luna, era el querido compañero, y por eso, paso a paso, por los llanos calcinados, entre buitres y cuarenta grados, va marchando con ese amigo a la rastra, que está delirando y  de a ratos se va muriendo.

 

Al herido no lo abandona la ensoñación y con sus ropas deshechas y su cabeza y rostro rajuñados  lleva una sonrisa en los labios ensangrentados porque  en la profundidad de vaya saber que meandros de su mente va  evocando  las queridas coplas llaneras…

…A todos mis amores los quiero, pero váyanlo sabiendo, a Simón Bolívar no lo cambio y siempre será el primero…

…Soy llanero del Orinoco y a la montura, al cuchillo y al lazo yo los cuido más que un poco…

Es una misma cosa el hombre con el caballo y forman una sola naturaleza y así como vienen juntos al mundo, cuentan las leyendas que ni el propio diablo los ha podido separar.

La Orinoquia está determinada por el gran rio y sus afluentes y al ubicarse al este de Colombia también recibe el nombre de Llanos Orientales.

Por los llanos de la Orinoquia va Simón Bolívar con el jinete lastimado y así llega  al hospital del municipio de San Martin con corazón ilusionado.

 

Caracolea y relincha en el patio, pero la esperanza es vana, porque aunque colgado del estribo, trae al amigo con fidelidad inquebrantable…el jinete ya viene muerto, porque en un momento del camino se fue a la eternidad, a la leyenda y al misterio del Llano Oriental.

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  • Autor: juan maria (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 11 de agosto de 2016 a las 00:44
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 73
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Comentarios2

  • ALMAR

    Tú eres más de prosa, pero me gusta lo que escribes..., escríbeme cuando quieras. Espero tu respuesta.
    Un besote muy grande desde España ALMAR.

  • mariano777

    ALEGRON PARA MI...
    PERO ACASO ESTO NO ES PROSA?



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