Te escuche cuando solo había silencio.
Fecundo en tus palabras,
me enseñaste los dones de la tierra.
Esa piedras ocultas y vírgenes,
que guardan el secreto de los hombres.
De los primeros seres que perplejos
fueron el principio de todo.
Nacieron con el fuego
y la semilla que trasciende.
No tenían nombre ni herencia,
solo las miradas y el manto creador.
Temían ese camino lechoso de estrellas
que abrigaba sus noches.
Esa inmensidad
fue la cuna de sus leyendas y sus ritos.
Hipnotizados por tanta vastedad
no entendieron su destino.
Entonces desperté
y ausente de lo cotidiano viaje contigo.
En la barca de los siglos.
Descubrí en la pequeñez de mí ser,
La grandeza del todo,
el idioma y los gestos.
El abismo donde nacen
las utopías y los mitos.
La revelación del amor,
como un capricho del universo,
trascendente y sublime,
misterioso y cautivante,
como las ráfagas del tiempo.
allí, donde todo era confuso,
me sentí frágil e indefenso.
Pero no temí,
me entregue sumiso,
a ese sagrado y aflautado himno,
De las melodías que surgen
de las voces perdidas.
Entonces comprendí,
que no debía esperar ni esperarte.
solo amanecer con la brisa
y guarecerme en el ocaso.
Entonces comprendí
que no existen los finales,
solo las consecuencias.
Carlos Brid
Derchos reservados
Comentarios2
esos momentos en que el pensamiento se diluye en los confines del tiempo y viaja a los origenes de la vida y el amor,
saludos amigables y un gusto pasar por tu poesia
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