Revelación

Samuel Santana

He aquí que estoy exhausto, solitario y con la piel ahogada.

Por dondequiera que miro solo veo piedras, polvo, sequedad y un aire metálico.

Me acompañan las serpientes traicioneras, las fieras amenazantes y un silencio de médano.

He sido condenado a este moridero.

El régimen me envió en la embarcación hedionda a estiércol, a sudor de enfermos, a desgracia y a muerte.

 

No sé si estoy vivo o muerto; medio vivo o medio muerto.  

Por entre las nubes veo a un hombre de cabello blanco, ojos quemantes y con un cinto de oro atravesado en el pecho, pies como bronce bruñido y una voz cual estruendo de aguas almacenadas.

Abre su boca y salen estruendos, relámpagos, humo, caballos de muerte, de hambre, de pestilencia, con espadas y empapados de sangre hasta sus narices.

 

Hay muchas almas matadas por el odio, el juicio y la violencia.

Los grandes y poderosos dicen: “Tù piedra, grande y maciza, cae sobre nosotros y aplástanos como a moscas. Malditos sean el oro y la plata. ¿De qué nos sirven en esta hora crucial?”  

 

Pero apenas es el inicio.

Anhelo saber que hay dentro de ese libro.

Que alguien desate sus sellos y me muestre la ira y la venganza contra la perversidad de la tierra.

 

Todos los hombres, ebrios de orgullo, vomitan los huesos y escupen la medula.

El jinete del caballo blanco corta las entrañas con su espada aguda y de doble filo. Nadie escapa al ronco resoplido de su montura.

 

Como polvo amontonado sobre las nubes, ejércitos rojos, tanques con cañones de humo y águilas de fuego arremeten con furia loca y salvaje contra los vivientes.

 

Con el vino de las copas y el sonido de las trompetas los peces de las aguas dulces y saladas se pudren.

El sol se viste de luto, la luna chorrea sangre, el cielo se enrolla como un libro y todas las estrellas y los astros se caen.

 

De lo  profundo del mar sale el dragón con siete cabezas, diez cuernos y diez diademas.

Cuando habla dice cosas terribles contra los hombres, los gobernantes y las religiones.

Tiene una cola espeluznante y con ella seca las aguas y arrastra las nubes hasta las profundidades del abismo.

 

La tierra se llena de escorpiones de punta quemante.

Se oye por todas partes el grito de los hombres por el ardor.

La piel se infla y se llena de llagas y de putrefacción.

 

Un anciano de años, con mirada profunda y sentado sobre un trono en llamas, ejecuta el juicio sin misericordia.

Conoce el corazón de los perversos.

Implacablemente aplica su ley contra traficantes de cuerpos, rebuscadores de oro, mancilladores de  inocentes, pesadores falsos, saqueadores de pueblos y adoradores de hipocresía.

 

El mal se estrella contra los ángulos de la tierra.

La sentencia sale atada a los truenos, a los relámpagos, al fuego, al azufre, al humo y al incienso.

Una bola incandescente cae sobre  mares y una estrella hecha de retama se sumerge entre las aguas dulces.

Con furia vienen las olas contra la tierra.  

Mueren monstruos marinos y los cangrejos en los ríos y arroyos.

Del norte viene el enjambre de moscas y langostas a depredar.

Las aves carroñeras sobrevuelan invocando al banquete de la podredumbre.

Hay muchos enfermos, pero no hay medicina y no se sabe cuál es el mal.

 

Muertas de sed, las bestias deambulan sin encontrar el camino a causa de la oscuridad y de la sequía impenetrable.

Del fondo del abismo sale una sustancia grisácea que oculta el cielo y contamina el aire.

La muerte huye como cobarde asustado: le aterran los vivos.

El enemigo es fuerte y duro como acero.

Tiene cara de hombre, cabello de mujer, dientes de león, coraza de metal, cola de escorpión y su reino pertenece a los abismos.

 

La tercera parte de los hombres es aniquilada por los asesinos desatados desde el Éufrates.

De sus bocas despiden azufre, fuego, humo y zafiro.

El estandarte tiene por imagen la destrucción y el rostro de la muerte.  

Con estrepito suenan los pies de los innumerables soldados armados hasta los dientes.

Han sido convocados para la gran batalla.

¿Quién osa hacerles frente?

Caen delante de ellos artífices,  magos,  encantadores y los que invocan espíritus tenebrosos, al dios de las moscas y los altares de oro y de plata.

 

Sin embargo,  todos siguen con la amante ajena, embriagándose de vino, traficando, violando, asesinando y saqueando a los pueblos.

No tienen compasión de los enfermos, de los débiles y de los que mueren de hambre.

El amor al poder, a los placeres y a las riquezas les ha obnubilado la razón y la conciencia.

 

La ira sobre el mal ha hecho que el juicio se agudice.

Serán indetenibles las plagas, las  trompetas, el arrojado del vino y el veredicto de los seres lumínicos.

 Llega la guerra, la desolación desoladora, la peste, el hambre, el odio entre padres y hermanos, la mentira y el engaño, la ambición, el desmoronamiento de las ciudades, el agrietamiento de la tierra y la presencia de escorpiones atormentadores.

 

Sacad a los niños y ancianos de debajo de los escombros, busquen a los curadores muertos, limpiad las aguas amargas, alimenten al pueblo con la escasez, clamad al ministro enloquecido, suministrad la medicina desparramada y acudid al soldado que huye porque grande y terrible es este día. ¿Quién lo soportará?

  • Autor: Samuel Santana (Offline Offline)
  • Publicado: 28 de abril de 2016 a las 12:36
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 40
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Comentarios1

  • liborio cantillo

    la realidad de este mundo en ese clamor que ojala lo leyeran los gobernantes de turno, es e destino a que esta condenada la humanidad porque nosotros mismo nos destruimos y vamos a la hecatombe que ya estamos viviendo.
    saludos amigables y meditamos en tus letras



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