Dársena

Dogen

Dársena tenía apenas 7 años cuando Don Mario, su padre, le dijo que el universo era infinito. -¿Infinito?- Respondió ella, ¿Qué es infinito? Inquirió con mucha curiosidad.

Don Mario hubo de meditar un par de segundos su respuesta y le dijo entonces con poca paciencia, - Que no tiene fin - hija – algo infinito es interminable, no acaba nunca-, ¿nunca nunca? Repitió Dársena mientras sus ojos se ensanchaban con gran asombro, nunca, dijo lentamente su padre mientras se volvía a la lectura del diario, exhalando por la comisura de la boca el humo del tabaco en una mueca que su hija tuvo por siempre en la memoria como gesto evocativo de sabiduría paterna.

Infinito…

 

La mente de un niño suele ser especialmente fértil ante el acoso de nuevos conceptos y particularmente Dársena que andaba siempre famélica de saber. –Mami- preguntó a Doña Marta, - ¿Por qué el infinito no acaba nunca?-, -Porque es infinito hija, no hay una razón, por ejemplo, yo te quiero “infinitamente”, ¿me entiendes?- Los ojos de la niña parecían confundidos, con una expresión de entiendo pero no entiendo.

Doña Marta, ocupada en otros menesteres,  podría haber dado por terminada la charla dando una orden o simplemente ignorándola; pero conocía muy bien a su hija para saber que cuando una duda se dejaba desatendida, su método para solucionarla rebasaba la paciencia exigida para la respuesta.

 

– Bueno, supongamos esto, imagina que empiezas a contar a partir de este momento, así, 1,2,3…etc.- Dársena asintió – Bueno, ahora imagina que cuentas así todos los días de tu vida, hasta que te mueras y justo antes de morir, una niña muy pequeña empieza a contar justo desde el número en que te quedaste- Los ojos de la pequeña estaban impávidos, ni un pequeño pestañeo perturbaba la atención y en su mente se desarrollaba una idea imposible, un concepto totalmente incomprensible – ahora imagina- continuó su madre- que la niña cuenta igual que tú hasta su muerte y entonces otra niña continúa contando; ¿te imaginas cuantas personas contarían así hasta su muerte? - ¡Muchas! Respondió Dársena con el tono más vívido que su madre hubiera escuchado hasta ése día.. ¡muchas! Repitió, ¡Infinito! Gritó con una sonrisa…

Infinito…

 

Y así Dársena mantuvo latente todo lo referente al infinito hasta que a la edad de 15 años, ese viejo concepto con su característico símbolo, emergió matizado con el existencialismo adolescente. –¿Pero quién demonios determina que algo es infinito si no existe alguien para comprobarlo?... ¿El universo es infinito sólo porque no somos lo suficientemente grandes o aptos para verlo completo?... Entonces una pequeña rana en medio del océano pensará que el mar es infinito ¿sólo porque no puede ver sus costas?

Esa era una duda que merecía ser retomada -llegar hasta sus últimas consecuencias- se habría dicho.

Matemáticas, filosofía, religión, básicamente se acercó con todos sus maestros y leyó todo aquello que le recomendaron pero nada satisfizo su hambre.

 

Una noche, decidida, cerró los ojos y resolvió que llegaría al fondo de todo. Seré yo entonces quién determine el infinito -pensó-.

Y entonces proyectó en su pensamiento todo lo que supuso ayudaría: el cosmos, el tiempo, el espacio…

Todo parecía escurrírsele de la mente. En cuanto se imaginaba las costas del universo llegaba a la conclusión de que nada le indicaba que más allá de esas mismas costas no existía un universo aún más grande… Soy una rana, pensó, definitivamente una rana, pequeña, pequeñísima…

 

Empezó entonces a dar cuenta de la grandeza de su duda, la mente es infinita, le dijo alguna vez su profesor de filosofía, pero en su infinitud la duda misma es una barrera para alcanzar el entendimiento, -de hecho- pensó,  el entendimiento es un destino, y el destino siempre será una limitante para comprender el infinito.

¿Si no hay duda, entonces,-Se preguntaba- comprenderé el infinito y podré determinar su tamaño?

Pequeñas semillas de frustración germinaron…

 

Pasaron los años. Se casó y tuvo tres hermosos hijos que posteriormente le dieron más de una docena de nietos. El infinito se mantuvo en su corazón durante todo ese tiempo, como un amante secreto, un único y fresco recuerdo de las dudas que nos entrega la infancia.

 

Así llegó el atardecer de su vida y el ocaso presente en su espalda, de aquella vívida e hiperactiva jovencita sólo quedaba implícita su sonrisa y ese anacrónico deseo de conocer al infinito.

Muchas veces intentó el viaje interno, pero aquella ranita en medio del océano nunca dejaba de aparecer en cuanto más lejos llegaba. Siempre terminaba el viaje cuando se daba cuenta que el comprenderlo sería la prueba misma de su fracaso; como entender lo que no está hecho para ser entendido… Algunas veces sentía un pequeño piquete en el pecho cuando se entregaba a la sensación de una respuesta, un destello de comprensión; pero tan pronto intentaba traducirlo a pensamiento,  desaparecía la satisfacción, el logro.

 

Fue entonces que un viernes por la noche, Dársena intentó nuevamente el viaje que finalmente la llevó a su destino; la ranita pudo dar un brinco tan fenomenal sobre el océano que le permitió comprenderlo todo, el tamaño, la textura, la extensión, el color, los fenómenos relevantes e irrelevantes de todo el universo. Pudo entender la razón de las cosas, su verdadero significado, vio a través de una sonrisa la totalidad de la existencia; todo ello, mientras fallecía apaciblemente en su cama.

Nunca notó que en el espacio entre su mente y su pecho, todo un nuevo infinito tomaba forma.

  • Autor: Dogen (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de abril de 2016 a las 21:03
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 11
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