¿y si un día no estás?

¿Y si un día no estás? ¿y si un día te ausentas? Ésas fueron las palabras que repetí al mirarme en el espejo, quizá con la sumisa añoranza de ver la respuesta en los ojos de los transeúntes, quizá imaginando que alguien extrañaría mis renuentes fracasos. Corrí a la calle por un poco de algarabía, en busca del soplar del viento que más verdades te roba de las que te trae, y allí estaban ellos, caminando tan muertos como aparentaban ser vivos; al observarlos concluí que yo era una de ellos, que en mi acostumbrado silencio caminaba inerme por las callejuelas de mi soledad; sin motivos, sin pausa, sin estar viva.

¿Y si un día te ausentas? Repetí en mi mente, y las respuestas saltaron a derrumbar las esperanzas más vivas de parecer necesaria en este mundo de inconscientes; si no estaba, ¿qué importa? Las calles seguirán siendo las mismas, los arboles seguirán rugiendo en este bosque de frívolas gentes, los cafés abarrotados de solitarios nauseabundos, de gente muerta que busca en la cafeína la excusa de no dormir,  o de gente viva que abraza la calma en la dicha de su desdicha. No hará falta una minúscula partícula, un átomo perdido  en este interminable universo insondable.

¿Y si un día no estás? Evoqué en mi mente la pregunta inicial, mientras veía a un hombre que fumaba un cigarrillo a la vuelta de una esquina, y en cuyo humo, pude contemplar la respuesta diáfana que calmaría los cuestionamientos más ostentosos de mi alma. Vi nacer con fulgor aquella bocanada de aire expirado para sacar del cigarrillo la verdad, y luego vi correr a aquella humareda, como corren los desahuciados en busca de una pizca vida; entonces descifré que así somos, como el humo que nace desde lo hondo de nuestras entrañas, maravillosamente dañinos y visiblemente fugaz. Cerré los ojos y soñé despierta, soñé tardía ante la irremediable respuesta… somos parte de la nada, somos humo, y finalmente una necesaria ceniza.