Hablándole a mi humano superfluo

Santi Piedra

 

Los humanos hemos enloquecido al pensar que podemos superar nuestra propia naturaleza. Nos engañamos con mandatos morales, intentando sin cesar tratar de detener esos impulsos tormentosos. Nuestra razón, nos dicta ciertos comportamientos, anhelando una paz universal basada en un orden inalcanzable. Hemos demostrado con años de guerra y actos despiadados, que somos agresivos, destructores, y que esa igualdad que aspiramos, es una mentira plantada por quienes llevan el mando. Todos queremos tener el poder sobre aquello que nos rodea, a sabiendas, del desorden y descontrol en nuestros adentros. ¿Cómo lograr un equilibrio comunal cuando el humano en su interior tiende al desequilibrio? La razón nos dice que debemos buscar equilibrar nuestras vidas en pro de aquello que nos hace bien. Pero vemos crecer las ansias por el consumo de sustancias nocivas y de todo aquello que tente con la vida.

Estamos locos de remate y no hay remedio. El peor fracaso, es intentar idealizar un humano perfecto. Esa es la historia de nuestro dios hecho a la perfección. Todos anhelamos ser como ese ser que hemos imaginado en la cumbre de nuestros sueños. Pero en la lucha interna, en el vivir errante, la vida muestra esa tendencia al desperdicio. Nuestro tiempo es oro, pero preferimos someternos a cárceles, encerrándonos, en trabajos monótonos y vidas tediosas, sumando, fracasos y desengaños. Todo es conflicto en nuestra mente, pero deseamos felicidad ecuánime, como si vivir, fuera un dilema fácil de resolver. El día a día muestra su sable mortal, y la convivencia, nos muestra nuestra propia cara malvada. Esos humanos que despreciamos por mostrarnos su odio e indiferencia, es a la vez un espejo de nuestro propio sistema. No existe tal equilibrio, y la balanza, por más peso que pongamos a nuestras esperanzas, tiende siempre al desconsuelo, y la ineludible muerte, esa mujer malvada que acompaña nuestras canas, se refleja día a día en nuestras caras viejas y cansadas.

Pero el pesimismo, no puede ser un arrebato hacia le verdadera locura. El saber de la desgracia, es a la vez, un deber con la poca alegría que se escapa. Por eso, llamo a la razón a mi casa y le doy la bienvenida. Me sé instintivo; me sé sentimental y aburrido; me sé, y orgulloso lo digo, racional y analítico. Ese es mi poder para vencer este cáncer del alma. Romper tanta ilusión sembrada en mi existencia hace de la vida una nueva promesa. Vivir sin ataduras esculpidas en deseos encarnados en la nada. Esa materia ajena que solía ser mi luz de felicidad, es ahora un cero a la izquierda. Soy amo y señor en mi casa; aquella moral absurda de rendir cuentas a un dios silencioso ahora me enferma; en mí, esa voz, esa súplica ahogada, está llena de respuestas; porque al saberme, al existirme, al dotarme de herramientas claras para lo perceptible, sé que mi angustia y melancolía no es ajena a la propia estructura de la Naturaleza. Existir es un dilema confuso, pero hay una colección de sentimientos amenos que me hacer ver a lo lejos del desierto. El qué, es encontrar lo bello y feliz en el azul romántico del firmamento. Es llamar ese estado de alegría y calma cuando se me venga en gana. Ya no soy portador de vanas ilusiones, y eso es lo que hace de este ser llamado “santiago” un ser especial. No tengo mis esperanzas puestas en un mundo mágico de ángeles y hadas. Soy existencia pura y en mi locura voraz paso mis días sin temor a la censura de las miradas esclavas y sus mentes alineadas.

¿Qué me importa a mí que este mundo se vaya a la mierda? La misma mierda que salpica mis entrañas.

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