SOBRE MI VIDA... (ESPEJO 56)

Raúl Daniel


AVISO DE AUSENCIA DE Raúl Daniel
Estimados amigos de Poema del Alma: Debido a vicisitudes muy extensas de relatar me vi alejado de la página, hoy intento regresar, paulatinamente iré subiendo algunos poemas que ya publiqué, por lo que les pido paciencia, pues es por ahora todo lo que puedo hacer, gracias por vuestra comprensión.

SOBRE MI VIDA... (ESPEJO 56)

 

San Lorenzo, 8 de julio de 2007       

 

Estimado Roy:

 

Primeramente debo confesarte que me causó un poco de sorpresa que te interesaras por conocerme. Sobre todo que eres muy joven y es raro encontrar jóvenes que se interesen por las biografías de los viejos. La verdad que yo sí encontraba interesante escudriñar las vidas de los antiguos, sobre todo de los famosos personajes de la historia, las ciencias y las artes. Así que desde los catorce años en que me enamoré de la lectura comencé a interiorizarme de las vidas, por ejemplo, de Sócrates, Alejandro, Rasputín...

También me apasionó la sicología, por lo que siempre traté de entender un poco más allá de los simples datos históricos.

Como ésta es la primera de las cartas que te prometí escribir, me parece bien comenzar desde lo que yo creo que son mis más profundas raíces, o sea de mis antepasados.

Empezaré con mi abuelo paterno  de quien heredé el apellido Larsen. Se llamaba Pedro y nació en Copenhague, Dinamarca, entre 1.835 y 1.850  nadie sabía exactamente su edad y murió en 1.928, cuando mi padre tenía apenas diez años. Es muy importante considerar esto al tratar de entender mi vida (que me dijiste que pretendías), que no es lo mismo que solamente saber los datos históricos.

La orfandad de mi padre es un estigma crucial en todo este asunto, y deberás conocer sus facetas y profundidades para que logres entender y no solamente saber.

Mi abuelo, también era huérfano y vivía muy pobremente con su madre y sus dos hermanas en la capital danesa, por lo que a sus catorce años decidió incorporarse a la tripulación de un buque inglés. Éste era un buque escuela que ofrecía a los jóvenes europeos la oportunidad de estudiar una carrera, a la vez de recorrer el mundo y capacitarse como marinos. De esta manera, el león británico conseguía los cerebros y brazos para la expansión de su por entonces flamante imperio.

No sé cuantas opciones se ofrecían, pero sí que mi abuelo eligió medicina.

Debo decirte ahora que en mi juventud me apasionaba la figura de mi abuelo, y, de boca de mi padre y mis tíos recabé todos los datos posibles. La principal fue mi tía Luisa, que era mi madrina y también la mayor de sus hermanos, por lo que, la que más había conocido a su padre.

Como mi tía era soltera y yo no me entendía muy bien con mi padre, solía vivir con ella por largos períodos en mis jóvenes años, y, aún ya casado, nos fuimos a vivir con mi mujer y dos hijas a su casa, mientras se edificaba la mía.

Ella tenía muy fresca la memoria de todo lo que su padre le contaba de su aventurera vida, y es esto lo que ahora quiero transmitirte.

El buque era de vela (no sé si tenía también máquinas), y navegaba de puerto en puerto recorriendo todas las costas de los cinco continentes, parando en infinidad de puertos y paulatinamente dando la vuelta al mundo, lo que conseguía en dos años (creo).

En los largos relatos que solían repetirse en esas frías noches que suelen prolongar las horas en los inviernos de Argentina, mi amorosa tía Luisa, contestaba una a una todas las preguntas que me nacían de mi apasionado interés por descubrir a ese abuelo del que llevaba el veinticinco por ciento de mi sangre y cromosomas, y al que no había conocido. Pero ella sí, y yo pretendí y creo que conseguí atrapar sus recuerdos.

Lo que más me impactó de todo fue la parte del naufragio del primer buque, en que comenzó lo que yo llamo “mi historia”, porque determinó, entre otras, que yo naciera.

De ninguna manera pensaba mi abuelo emigrar de su amada patria, sólo quería hacerse de una buena profesión con la que sustentarse y sustentar a los suyos, y menos venirse tan lejos, a América, ni tampoco creas que naufragó por estas costas. Esto ocurrió en el sur de África.

Luego de una terrible tormenta que destruyó el barco, en la calma subsiguiente y sin ningún bote a flote, los exhaustos sobrevivientes se sostenían de cualquier cosa que flotase; un alemán, un suizo y mi abuelo lo hacían del que había sido el palo mayor.

Siempre me imaginaba el terrible cuadro, y, durante años era la mayor de mis incógnitas. Seguramente esparcidos en una amplia área, no tan lejos de la costa, pero sin verla, era, sin duda ese palo mayor, con su velamen hecho jirones, pero aún capaz de sostener tres vidas, la figura dominante en aquél caos.

Me relataba mi tía que el día trajo la calma... y también a los tiburones, que huelen la sangre hasta a cien kilómetros.

Los primeros que llegaron los rodeaban y se iban acercando poco a poco. No es que atacaban enseguida, pero en un rato y a la llegada de más escualos comenzó el macabro festín que aumentaba frenéticamente el accionar de las bestias y la desesperación irremediable de los hombres que eran desgarrados y consumidos de tan atroz manera.

Lo único que pudieron hacer esos hombres fue gritar a Dios por un milagro... y mi abuelo, junto a esos dos jóvenes que se encontraban aferrados al palo mayor, creyeron el resto de sus vidas, que Dios los había escuchado.

Los tiburones parecen enloquecer en estos casos y terminan  hasta atacándose entre ellos. Pero, ya saciados se “tranquilizaron” un poco, y, luego de interminables rodeos se fueron.

No sé cuanto demoraron estos tres sobrevivientes en tocar la costa, pero sí sé que luego debieron emprender un viaje de un año para llegar a Europa.

Me contaba mi tía que su padre encontró a sus hermanas y madre llevando luto por él.

Y este supuesto milagro no me dejaba dormir, sobre todo en mis muchos años de pretendido ateísmo e ignorante comunismo. Por esto siempre investigaba la vida de los tiburones, sus hábitos, y me “prendía” de todo lo que se refiriera al tema y me pudiese dar alguna luz.

Así fue que una vez vi un film documental en que unas pescadoras de ostras del Pacífico se sumergían en costas infectadas de tiburones para hacer esto, y, aparte de la protección de sus hombres que también bajan armados con largos tridentes que usan para apartar a los más atrevidos y curiosos depredadores, visten “tapasenos” y calzones blancos, así también una bincha por su cabeza y ¡una larga cinta atada a uno de sus tobillos también blancos!... ¿por qué?, porque los tiburones temen a su máximo enemigo: la ballena blanca, y, por su mala vista, confunden toda cosa que sea blanca y grande con la ballena.

¡Ahí fue donde comprendí que era lo que le había pasado a mi abuelo!

Ahora bien, él se reincorporó a la flota inglesa en otro buque, pero que iba atrasado en un año con respecto a sus estudios, esto hizo que los terminase un año antes que el barco llegara a Inglaterra, donde se realizaría la graduación... y estaban en Buenos Aires.

Mi abuelo pretendía que le otorgasen en ese momento su diploma, pero el capitán le dijo que debería esperar a llegar a Inglaterra y recibirlo junto al resto. Discutieron, el barco zarpó hacia Montevideo y, al llegar allí, mi abuelo muy enojado, desertó.

Después de algún tiempo pasó a la Argentina (Rosario) donde se casó, tuvo dos hijas y enviudó, luego fue a Paraná, Entre Ríos, donde prosperó bastante, llegando a tener una empresa de “mensajerías” con dos recorridos.

Las mensajerías eran en Argentina lo que las diligencias fueron por esos mismos años en los EE. UU.

Tampoco dejó su amor por la medicina, por lo que se mantenía al día de la ciencia, y aunque no contaba con diploma, sí tenía un primo en EE. UU. que le enviaba las drogas más nuevas y pronto mi abuelo se consagró en la ciudad.

Lo más increíble de esta historia es lo que viene ahora.

Un día le pidieron para que fuese a ver a la hija de unos inmigrantes españoles que estaba embrujada, se trataba de una joven de veinte años, que se encontraba en algo así como un estado de total languidez, no hablaba ni comía en varios días.

La historia que le contaron fue que ella olió una flor que alguien tiró por encima del muro a su patio, y por esto cayó en el acto en ese estado que sin dudar todos catalogaban de “embrujada”.

No sabemos bien como, pero mi abuelo la curó y la joven en agradecimiento se casó con él.

Hoy estas cosas no son muy creíbles, pero el hecho es  que la joven le dio cinco hijos a mi abuelo, entre ellos, el tercero, mi padre.

Víctima de una estafa, mi abuelo debió vender las mensajerías y se trasladó a Hasenkamps (donde nació mi padre), una localidad del interior de la provincia, intentando explotar el negocio del carbón, pero un nuevo fracaso lo trajo a Paraná otra vez. Allí solo le quedó la medicina, y la practicó con mucho éxito, aunque al final lo tomó una enfermedad que lo iba paralizando paulatinamente, comenzando desde las manos.

Me solía contar mi padre que él lo acompañaba a las visitas y se encargaba de manejar su dinero que le llevaba en una billetera, y, que por esos años nunca volvían a la casa con menos de cincuenta pesos, lo que era mucho dinero.

Mi abuela estaba siempre en la casa, y nadie imaginaba la tragedia que se avecinaba, porque al morir mi abuelo, quedaron desamparados y en la más cruda pobreza, mi padre tenía sólo diez años.

Mi pobre e ignorante abuela estaba muy excedida en su peso, y aunque lo intentó, no pudo trabajar, fue en la compañía de teléfonos, pero al salir ella le dieron el puesto a mi tía.

Mi tío Pedro, que era el  segundo de los hermanos, se fue por ahí a “hacer su vida”, concubinándose muy joven, Eduardo y Raúl eran muy pequeños. El dinero no alcanzaba y mi padre dejó la escuela para trabajar, estaba en tercer grado (Hubo una nena que murió muy pequeña, pero en vida de mi abuelo).

Mi padre dejó la escuela, porque el señor que le dio trabajo de cadete en la más importante casa de electricidad de la ciudad, le dijo a mi abuela que le daba el trabajo si podía ir todo el día, “-O trabaja o estudia”.

Ese señor era José Triano, hermano de Teresa, mi abuela, al que ella había recurrido pidiendo ayuda.

Y, en ese terrible ambiente de desamor y salvaje avaricia se crió mi padre.

Él conoció la pobreza y el hambre, mi abuela se amargó tanto, o ya lo estaría de antes a tal punto que, atiende bien: ¡ningunos de sus muchos nietos recordamos haber recibido de ella ni un solo beso o cualquier muestra de afecto!

No es de extrañar el resultado. Mi padre creyó que el dinero lo era todo y se dedicó a conseguirlo, hasta que finalmente llegó a ser un prestamista, cobrando intereses usurarios: diez por ciento mensual… ¿Dar amor a sus hijos?, él no sabía eso, nadie se lo enseñó.

Y yo hubiera seguido su camino y ejemplo de no ser por una larga sucesión de hechos que determinaron mi crianza. Lo que sucedió fue que a falta de padres competentes (tal vez Dios mismo intervino) me fui consiguiendo padres en algunos tíos, y mi abuelo materno, también me sirvieron de sustitutos los profesores y varios patrones, terminando yo mismo, finalmente, de ser mi propio tutor, ayudado por los libros, claro.

Ya sabes que en mi juventud decidí que para ser feliz debería encontrar la verdad, e hice esto la meta de mi vida. Andaban varios diciendo que eran la verdad, unos: los “Testigos de Jehová”, otros: los comunistas, otros: los mentalistas, les creí por momentos e incluso los seguí algunos tiempos. Pero luego caí en el descreimiento y me hice ateo.

Varios hechos insólitos y extraordinarios me acontecieron en el transcurso de mi vida, estuve en peligro de muerte más de diez veces y hasta fui declarado enfermo terminal. Siempre ofrecí lucha por mi existencia y hasta ahora voy triunfando.

Pero un día, hace unos dieciséis años me atropelló la Verdad y ahora soy uno más que vive en ella, y no es una filosofía ni una religión ni un partido político.

Y, como me has dicho que quieres saber la verdad de todas las cosas, te prometo que voy a ir descubriéndotela.

Solamente te pido paciencia y que leas todo lo que te escribo.

 

  • Autor: Raúl Daniel (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de marzo de 2015 a las 01:10
  • Comentario del autor sobre el poema: Esta es la primera de una serie de cartas a un joven discípulo (Roy no es su verdadero nombre) que se interesa mucho por mis enseñanzas..
  • Categoría: Carta
  • Lecturas: 62
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